sábado, 4 de enero de 2025

Dicen por ahí…

     José María R. Olaizola sj

Dicen por ahí
que si hay Dios está lejos, que el amor no funciona,
que la paz es un sueño, que la guerra es eterna, 
y que el fuerte es el dueño
que silencia al cobarde y domina al pequeño.
Pero un ángel ha dicho que está cerca de mi 

quien cambia todo esto,
tan frágil y tan grande, tan débil y tan nuestro.
Dicen que está en las calles,
que hay que reconocerlo en esta misma carne, 
desnudo como un verso,
que quien llega a encontrarlo ve desvanecerse el miedo, 
ve que se secan las lágrimas ve nueva vida en lo yermo. 
Dicen por ahí que si hay Dios está lejos, 
pero tú y yo sabemos, que está cerca, en tu hermano, 
… y esta en ti, muy adentro.

El regalo para María

María era una niña que vivía con su padre en una cabaña alejada de la gran ciudad. Su padre era leñador y la niña solía ayudarlo mucho cuando no estaba en el colegio. Quería ser como una de las niñas ricas que iban a su colegio. Quería usar los mejores vestidos y cada vez que se acercaba la Navidad, pedía muchas cosas a Santa Claus.
Sin embargo, en Navidad, María recibía regalos modestos y estaba enfadada con Papá Noel por no traerle lo que ella quería. Su padre le había explicado que los regalos no era lo más importante, sino que se trataba de una época para disfrutar en familia y pasar tiempo juntos. Pero ella no lo entendía del todo.
Cuando llegó Nochebuena, María ya estaba a punto de irse a la cama cuando oyó un ruido en la puerta de la casa. Salió disparada hacia allí, llena de ilusión pensando que sería Santa Claus con un regalo para ella, pero lo que encontró fue una lata vieja. Cuando miró dentro, descubrió a un gatito que lloraba sin parar. La niña se acercó, lo cogió en brazos y lo llevó junto al fuego para que se calentara.
Cuando pasaron las vacaciones de Navidad y le tocó regresar al colegio su alegría era tan grande que no cabía en sí de la emoción. Mientras todas sus compañeras hablaban de los regalos que les había traído Santa Claus, sintió pena por ellas. Se pasó todo el día pensando en lo que estaría haciendo Michón, como había llamado a su nuevo amigo, y comprendió finalmente a lo que se refería su padre cuando le explicaba que la Navidad no se reducía a los regalos. Entonces tuvo claro que quería a Michón y a su padre, y que vivir en el bosque era uno de los mayores regalos de su vida.

Moraleja: descubre el verdadero significado de la Navidad. En lugar de centrarte en los regalos materiales, aprende a valorar el amor y la compañía de tu familia. Recuerda que lo más importante en estas fechas es compartir tiempo con los que más queremos. 

viernes, 3 de enero de 2025

La historia del Grinch

Según se cuenta, en los años 70, en algún lugar del país de Noruega, vivía una familia rota, con una madre que maltrataba a sus hijos y un padre borracho. Tenían dos hijos, a quienes les prohibieron asistir a la escuela y los obligaban a trabajar para ellos. En el frío invierno y con fuertes vientos helados, los hermanos buscaban evitar problemas y maltratos por parte de sus papás, pero al ver que cada vez era peor, decidieron escapar de casa. En busca de un sitio donde refugiarse del frío, comenzaron a subir una montaña, pero el frío era tan intenso que uno de los hermanos murió en el camino.
El niño, con mucho dolor y enfadado, continuó su camino hasta llegar a la cima, dónde encontró una cálida cueva que lo mantendría con vida. A pesar de que el frío ya no era un problema, el niño debía conseguir alimento, así que esperaba la llegada de la noche, para bajar al pueblo y poder robar un poco de alimento y todo lo que pudiera, algo que realizó durante muchos años.
Pero los habitantes lo descubrieron y lo capturaron Los golpes que recibió fueron tan fuertes que hasta perdió su ropa. Esto motivó a aquel hombre a dejarse crecer el pelo hasta que todo su cuerpo quedara totalmente cubierto y poder así sobrevivir al intenso frío. Además se dice que se pintó de verde para parecer un monstruo y asustar a las personas para evitar que le hicieran daño. Por su apariencia le apodaron “El Grinch”, palabra que se refiere a una persona de mal genio.
El Grinch, detestaba la compañía humana y sus alegres celebraciones, solo compartía su hogar con su perro Max. Las celebraciones navideñas le molestaban más de lo habitual, sentía mucha envidia de que los habitantes de la villa pudieran estar tan felices durante esas fechas.
Pero Cindy Lou, una pequeña niña de la villa, decidió ayudarlo porque descubrió que de niño recibió malos tratos y burlas por su aspecto. Sintiendo pena del Grinch, y viendo que era la única que entendía su problema, Cindy Lou lo invitó a una fiesta en el pueblo, pero los del pueblo volvieron a ridiculizarlo y a llenarlo de insultos.
Triste y avergonzado, el personaje verde se le ocurrió un siniestro plan:: robarles la Navidad. Para ello, el Grinch se puso el traje rojo de Papá Noel, vistió a su perro de reno con una gran nariz colorada y se montó a un trineo para visitar los hogares del pueblo y llevarse los regalos y adornos del árbol de la plaza
Sin embargo, el Grinch, descubrió que, a pesar de haber robado todos los regalos y adornos de Villaquien, la alegría navideña llegó igualmente. Entonces, se dio cuenta de que la Navidad es mucho más que cosas materiales. Su corazón se hizo tres veces más grande, devolvió todo lo que había robado, y fue recibido afectuosamente en el pueblo y se quedó a vivir entre ellos con su amiga Cindy Lou.

¿Por qué este personaje odia la Navidad?
Grinch no era malo, era un niño herido atrapado en el cuerpo de un adulto. No odiaba la Navidad, pero le dolían los recuerdos que ella traía consigo. Cada luz, cada canción, cada risa le recordaba las heridas del pasado, los vacíos que nunca se llenaron y el amor que alguna vez anheló recibir.
Su corazón no era frío por elección, sino para protegerse. Aprendió a endurecerse para no sentir el peso de la tristeza que amenazaba con romperlo. Como tantas personas que hoy caminan por la vida con el corazón roto, Grinch no rechazaba la felicidad de los demás, aprendió reconciliarla con su propia historia.
A menudo juzgamos lo que no entendemos, pero detrás de cada gesto de ira, de cada intento de aislarse, hay una historia que merece ser escuchada. Tal vez el verdadero mensaje de Grinch no sea solo que el amor puede transformar, sino que también necesitamos aprender a ver más allá de las apariencias y recordar que incluso los corazones más rotos pueden encontrar la manera de latir de nuevo si les damos el tiempo y el cuidado necesarios.
Así como él descubrió que su soledad podía dar paso a una conexión sincera con otras personas, quizás nosotros podamos reconocer que detrás de cada 'Grinch' que encontramos hay alguien que solo necesita un poco de luz, un poco de compasión y mucha paciencia. Porque al final, todos merecemos una segunda oportunidad para sanar y sentir que el amor es real.

jueves, 2 de enero de 2025

Te pedimos la paz

              Víctor Manuel Arbeloa

Te pedimos la paz que nos es tan necesaria
como el agua y el fuego, la tierra y el aire.
La paz que es perdón que nos libera
de la rabia y la ira, de la envidia y la sangre.
La paz que es amnistía de presos y exiliados
que desean un hogar más digno y estable.
La paz que es libertad, la vida siempre abierta
en la casa y en la fábrica, en la plaza y la calle.
La paz que es el pan amasado cada día
que se rompe en la mesa con júbilo y con hambre.
La paz que es la flor de tu reino que esperamos
y que hacemos más bello y cercano cada tarde.
Te pedimos la paz, y a nosotros nos pedimos,
porque somos hermanos y Tú eres nuestro Padre.

El tamborillero

Hace mucho tiempo, cerca del pueblo de Belén, había un niño cuya familia era muy pobre. Su ropa no era elegante. En ocasiones sentía hambre, porque no tenía suficiente comida. Pero el niño poseía algo que le alegraba la vida. Tenía un tambor que había pertenecido a su padre. Muchos años atrás, cuando su abuelo era joven, un grupo de músicos viajeros había llegado al pequeño pueblo. Los músicos le dieron el tambor a su abuelo.
Cuando el niño tuvo edad suficiente, le enseñaron a tocarlo: ¡ropo-pon-pon! Entonces el tambor fue suyo.
Se pasaba tocando el tambor todo el día por el pueblo. Los demás niños lo seguían, marchando y cantando mientras él tocaba. En ocasiones, ¡hasta los animales se unían al desfile!
El niño tocaba el tambor tan seguido y tan bien que la gente del pueblo comenzó a llamarlo el ‘Niño del Tambor’. Siempre sonreían cuando lo escuchaban tocar y cantar. “Ropo-pon-pon, yo y mi tambor”.
También al pueblo del niño del tambor llegó la noticia del nacimiento del niño Jesús. Todos hablaban sobre el niño Jesús y querían llevarle regalos. El Niño del Tambor escuchó esto y pensó. "Yo también quiero ver a Jesús. ¿Pero qué podría llevarle de regalo?"
Esa noche, cuando se dirigía a Belén, vio algo sorprendente. Se encontró con tres Magos, cuyos camellos iban cargados con pesadas alforjas. Los Magos estaban vestidos con la ropa más fina que el niño había visto. ¿También iban a ver al bebé Jesús?
El Niño del Tambor escuchó mientras los seguía: "Esa es la estrella que seguimos", dijo uno. "Esa brillante estrella nos ha guiado a través de muchas noches. Mirad se ha parado en aquel establo."
Los tres Magos colocaron sus regalos junto al pesebre y dijeron: "Hemos seguido la estrella desde muy lejos, para ver al bebé recién nacido."
El Niño del Tambor vio los hermosos regalos que los reyes habían llevado. "Oh, ¿qué puedo hacer?, pensó. ¡Yo no tengo nada para regalarle!", bajó la cabeza y empezó a alejarse.
Entonces vio el tambor a su lado. Y dijo: “ya sé que puedo regalarle. ¡Cantaré y tocaré mi tambor para el niño Jesús!” Y comenzó a cantar suavemente en una esquina del establo: “El camino que lleva a Belén baja hasta el valle que la nieve cubrió, los pastorcillos quieren ver a su rey le traen regalos en su humilde zurrón. Ropo-pon-pon, ropo-pon-pon. Ha nacido en un portal de Belén el niño Dios”.
Cuando el Niño del Tambor comenzó a tocar y cantar, la gente se hizo a un lado para dejarlo pasar. Conforme se acercaba al pesebre seguía cantando: “Yo quisiera poner a tus pies algún presente que te agrade, Señor, mas tú ya sabes que soy pobre también y no poseo más que un viejo tambor, ropo-pon-pon, ropo-pon-pon. En tu honor frente al portal tocaré con mi tambor”.
María se dio cuenta de que el pobre niño del tambor les estaba dando un regalo, el mejor regalo que tenía. Era un regalo de amor. Ella sonrió y asintió con la cabeza para que continuara su canción.
“El camino que lleva a Belén yo voy marcando con mi viejo tambor. Nada mejor hay que yo te pueda ofrecer, su ronco acento es un canto de amor ropo-pon-pon, ropo-pon-pon. Cuando Dios me vio tocando ante él, ¡me sonrió!

martes, 31 de diciembre de 2024

Meditación de fin de año

        Pedro Miguel Lamet

Cuando al mirarme en el espejo, vago
hacia la sombra que detrás me dejo
y desayuno en la ventana un poco
de esta luz que me regala el tiempo,
te pregunto, Señor, cómo me llamo
y quién es este que pregunta al cielo
ahora que dicen que se acaba un año
y lo despiden con risas y festejos,
como si el fin no fuera cada día
y cada hora un nuevo comienzo;
como si pudiera retornar al niño
que jugaba a peonzas en el suelo
o al soñador sentado en la escollera
por bucear tu luz entre los versos.
Me parece este paso como un río
que no puedo atrapar; cual un intento
que no tiene otro fin ni otra diana
que despeñarse en un desfiladero
donde el “yo” ya es la nada iluminada
una gota en el mar del Universo.

Historia de la canción “ven a mi casa esta Navidad”

Cuando la compuso el cantante argentino Luis María Aguilera Picca, conocido mundialmente como "Luis Aguilé", este señor tenía la misma edad que se cree que tuvo Jesús al morir en la cruz: 33 años, corría el año 1969 y esta emblemática canción se transformó en un himno navideño.
Compuso un tema que nos hablaba de la necesidad de compartir, de recordar y de perdonar. El mismo Luis Aguilé contó cómo surgió esta canción:
Estábamos en víspera de la navidad y me encontré con un amigo y cuando estábamos conversando, él me contó que iba a pasar la navidad, solo en un cuarto porque no tenía dinero para viajar a Valencia donde se encontraba su familia.
Me quedé pensando y al llegar a mi hogar me senté en un sillón de la sala y en un papel en 20 minutos compuse esta canción. Esa misma tarde lo llamé por teléfono y gracias a Dios me pude comunicar con él, lo invité a mi casa y celebramos la Nochebuena, juntos con mi familia.
Esta hermosa canción navideña, tuvo repercusiones extraordinarias y una inmensa aceptación en toda la América de habla hispana, en España y en las grandes colonias de hispanoamericanos que residen en los Estados Unidos de Norteamérica, precisamente por el sentimiento que su letra envuelve, además por el mensaje que el compositor quiso transmitir, lográndolo de una forma extraordinaria y profundamente sentida.
Hace unos años atrás, en una presentación especial al lado del gran Raphael, Luis Aguilé dijo que “Ven a mi casa esta Navidad” había llegado a ser una canción emblemática porque unía a las familias, porque recordaba los sentimientos y porque era una canción de espíritu de Navidad. “Es una de las mejores canciones de mi vida”, expresó el argentino, quien fallecería en octubre de 2009.
Ven a mi Casa esta Navidad (Luis Aguilé)
    Tú que estás lejos de tus amigos, de tu tierra y de tu hogar,
    y tienes pena, pena en el alma, porque no dejas de pensar.
    Tú que esta noche no puedes dejar de recordar,
    Quiero que sepas, que aquí en mi mesa, para ti tengo un lugar.
    Por eso y muchas cosas más, ven a mi casa esta navidad.
    Tú que recuerdas quizá a tu madre o a un hijo que no está,
    Quiero que sepas que, en esta noche, él te acompañará.
    No vayas solo por esas calles, queriéndote aturdir,
    Ven con nosotros y a nuestro lado intenta sonreír.
    Por eso y muchas cosas más, ven a mi casa esta navidad.
    Tú que has vivido, siempre de espaldas, sin perdonar ningún error,
    Ahora es momento de reencontrarnos, ven a mi casa, por favor.
    Ahora ya es tiempo, de que charlemos, pues nada se perdió,
    En estos días, todo se olvida, y nada sucedió.
    Por eso y muchas cosas más, ven a mi casa esta navidad.
    Por eso y muchas cosas más, ven a mi casa esta navidad.
    Por eso y muchas cosas más, ven a mi casa esta navidad.

lunes, 30 de diciembre de 2024

Te veo junto a mí

              Florentino Ulibarri

Te veo junto a mí
en los días de éxito y favor
y en los oscuros y de tribulación.
Te veo junto a mí,
a veces delante, a veces detrás,
y también en mis flancos débiles y sin cubrir.
Te veo junto a mí
rodeándome y protegiéndome
y también sacándome al horizonte.
Te veo junto a mí
cuando ando entre la gente
y contemplo el rostro de quienes van y vienen.
Y cuando abro mis ojos,
ora camine, ora me detenga,
es tu rostro el que me ilumina y emociona.
En todos los lugares en los que estoy, estás.
A todas las horas que estoy, estás;
y tu rostro encarnado, siempre me ama más.

 

La brújula de los Reyes Magos

“Esta historia comienza un 24 de diciembre en el lejano Oriente. Los pajes empaquetaban los últimos regalos. Melchor estaba subido en el camello y Rodolfo, el paje de confianza estaba a su lado. Cuando comprobó que todo estaba listo cogió las riendas del camello y le dijo:
— ¡Levanta del suelo, esta noche llevaremos regalos e ilusión a todas las casas del mundo!
Detrás le acompañaban dos séquitos más: el de Gaspar y, el recién llegado, Baltasar. Se cruzaron con estrellas fugaces, auroras boreales… Cuando Melchor quiso consultar la brújula se dio cuenta de que estaba estropeada.
— ¡No puede ser, es la única brújula que me quedaba!
Rodolfo se acercó a Melchor y le dijo:
— Tranquilo, llegaremos bien, con mi bastón mágico podremos ver en la oscuridad.
Y siguieron su camino. A Rodolfo le costaba guiarse en medio de las estrellas. Pero su ilusión esa noche era tan grande que dirigió la caravana perfectamente.
Empezaron en una casa muy pequeña y con muchos niños, entró por el balcón y miró alrededor. El salón era frío y casi no tenían muebles, pero en un rincón había un pequeño árbol, casi sin adornos y un Niño Jesús a los pies del árbol. El Rey Melchor dio una palmada y dijo:
— ¡Ha quedado un salón perfecto!
Y se llenó de muebles preciosos y un gran árbol con adornos y bombillas. Dejó los regalos en el árbol y salió sin hacer ruido y continuó repartiendo por todas las casas de la ciudad. Los Reyes Magos entraron por balcones y ventanas grandes, pequeñas, altas, bajas…
— ¡Uf! ¡Qué noche! –dijeron Melchor, Gaspar y Baltasar. Estamos cansadísimos, pero aun así he dado los regalos a los niños.
Miró a sus camellos y les dio las gracias.
— Rodolfo guíanos de vuelta a casa, dijo el Rey Melchor.
Llegaron muy rápido. En la puerta le estaban esperando todos con un pequeño regalo, lo abrió y se echó a reír.
— ¡Ja, ja, ja! Gracias por esta brújula tan bonita, pero tengo una mejor: ¡Rodolfo!
Le llamó con voz solemne, el paje se acercó y se inclinó ante él. Los dos sabían que esa noche les hizo amigos inseparables

 


domingo, 29 de diciembre de 2024

Credo de la familia

Creemos en Dios Padre, Hijo y Espíritu,
comunidad y hogar de amor cálido,
que han inyectado ternura al universo
salpicando de cariño todo cuanto existe.
Por ello creemos en el amor,
que viene de Dios, limpio y desinteresado.
Creemos en el cariño que une al hombre y a la mujer
en el camino de la vida.
Creemos en el amor
que se proyecta en cada hijo que nace.
Creemos en la familia, hogar de convivencia,
donde se comparte a diario el pan de la unidad,
la acogida y el perdón.
Damos gracias por lo mucho que nos ha dado
y nos comprometemos a cuidarla
como semilla del amor original de Dios.

La navidad que nos volvió familia

        Parroquia de San Pedro Apóstol, El Sauzal·

La casa de los Martínez estaba llena de vida... o al menos, de movimiento. Puertas que se abrían y cerraban, pasos rápidos por el pasillo, teléfonos sonando, voces de "¡Voy tarde!" o "¡No me esperen para cenar!". A simple vista, parecía un hogar lleno de energía, pero había algo que no se veía a simple vista: el silencio de dos corazones cansados.
Carmen y Manuel, ambos ya jubilados, miraban la casa que construyeron con tanto amor. Allí habían criado a sus tres hijos: Andrés (43 años), Laura (38 años) y Samuel (35 años). Tres hijos buenos, trabajadores, responsables... pero ausentes. Cada uno con su mundo, sus horarios, sus amigos, sus intereses. Cada uno con su vida independiente, pero bajo el mismo techo.
— Parece un hotel -decía Manuel cada vez que escuchaba la puerta de entrada abrirse y cerrarse otra vez-. Pero no un hotel de cinco estrellas, ¡un hotel sin portero!
Carmen se reía para no llorar.
— Paciencia, Manuel. Los hijos son así. Ya se darán cuenta algún día.
— ¿Cuándo? -replicaba su esposo- ¿cuando sea tarde? ¿cuando ya no estemos?
Ella callaba. No tenía respuesta para eso.
Era 22 de diciembre y la casa ya olía a Navidad. Carmen había sacado el viejo árbol del desván, el mismo que habían colocado durante 30 años. Lo decoró sola, como siempre. Los hijos no tenían tiempo para esas cosas. "Ya somos mayores para eso", había dicho Andrés el año anterior. Esta vez, ni siquiera preguntaron. Manuel, por su parte, limpiaba la mesa del comedor. Sacó el mantel blanco con bordados rojos que solo usaban en Navidad. Sacudió las sillas, puso los platos y se quedó un momento mirando la mesa vacía.
— Cinco sillas -dijo en voz baja- cinco... pero no sé si estaremos todos.
Carmen entró desde la cocina con una bandeja de dulces navideños.
— No te hagas ilusiones, Manuel -le dijo con ternura-. Ya dijeron que tienen "planes". Andrés tiene una cena con sus amigos, Laura sale con sus compañeras del trabajo y Samuel... bueno, Samuel nunca avisa.
Manuel bajó la cabeza y frotó sus ojos. Carmen se dio cuenta.
— No te pongas triste, Manuel. Al menos están bien, tienen trabajo, salud...
- Sí, pero yo quería una cena de Navidad con mis hijos. Solo eso. No quiero más regalos que verlos aquí, juntos, hablando, riendo. Pero parece que eso ya no se usa.
Carmen lo abrazó por la espalda.
— Tendremos nuestra cena tú y yo, Manuel. Como cuando éramos novios, ¿te acuerdas?
— Sí, Carmen. Pero yo quería una cena de cinco...
A las seis de la tarde, Andrés entró con prisa, se quitó la chaqueta y la dejó sobre la silla. Abrió la nevera, tomó un yogur y se fue a su habitación. Ni siquiera saludó. Laura llegó media hora después, con el móvil pegado a la oreja. Hablaba de un proyecto del trabajo, pasó por la cocina, bebió agua y se fue corriendo a cambiarse.
— ¡Mamá, no me esperes para cenar, eh! -gritó desde su habitación.
Samuel llegó el último. Saludó deprisa, dejó la mochila en el sofá y, mientras buscaba sus llaves, preguntó:
— Mamá, ¿quedó algo de comida de ayer?
— Sí, hay lentejas. Están en la olla.
— Genial. No me esperes, salgo en media hora -dijo mientras encendía la televisión.
Ninguno de los tres se dio cuenta de que sus padres los miraban desde la cocina. Manuel apretó la mano de Carmen.
—¿Te das cuenta? No nos ven, Carmen. No nos ven.
Ella no dijo nada. Se sentó, tomó una cuchara y removió el guiso que preparaba para el día siguiente.
Esa noche, después de cenar en silencio, Carmen hizo algo que nunca antes había hecho. Se sentó en la mesa del comedor, sacó un cuaderno y un bolígrafo y comenzó a escribir.
"Queridos hijos: Esta Navidad, vuestro padre y yo no queremos regalos. Solo queremos cenar juntos. No importa si no traéis nada, no importa si no tenéis tiempo para decorar la casa. Lo único que queremos es sentarnos los cinco a la mesa y hablar, reír y recordar. No importa si no podéis quedaros mucho rato. Solo queremos veros juntos, como cuando erais niños y todos cabíamos en la misma mesa y no había prisa por marcharse. No sabemos cuántas Navidades más podremos estar juntos, pero esta Navidad estamos aquí. Por favor, no faltís. Con amor, Mamá y Papá."
Carmen dejó la carta en la puerta de cada habitación.
— ¿Crees que la leerán? -preguntó Manuel.
— Sí. Lo que no sé es si la entenderán.
El 24 de diciembre amaneció con un silencio extraño. No se escucharon las prisas de Andrés, ni las llamadas de Laura, ni la televisión de Samuel. La casa parecía en pausa. Carmen se asomó al pasillo y notó que las puertas de las habitaciones estaban cerradas. "Se han ido temprano", pensó con tristeza.
Entró a la cocina y, para su sorpresa, encontró la mesa servida. Tres platos colocados con esmero, junto a tres tazas de café caliente. Había pan, frutas y una nota que decía: "Desayunemos juntos. Hoy no hay prisas."
— ¡Manuel, ven! ¡Mira esto! -gritó con una sonrisa que no se veía desde hacía tiempo.
Manuel llegó, miró la mesa y luego a su esposa.
— Parece que la carta funcionó.
Justo en ese momento, se abrieron las puertas de las habitaciones. Primero salió Andrés, con una camisa limpia y una sonrisa algo nerviosa.
— Buenos días, papá. Buenos días, mamá. Hoy no tengo prisa.
— ¡Buenos días, mamá! -dijo Laura, con una bandeja en la mano- hice huevos revueltos. ¿Os sirvo?
— ¡Eh, no empecéis sin mí! -gritó Samuel desde el pasillo, aun poniéndose la camiseta-. Hoy desayuno con mis padres, que para eso es Navidad.
Los ojos de Carmen se llenaron de lágrimas. "No puedo llorar ahora", se dijo, pero no pudo evitarlo. Miró a Manuel y vio que él tampoco podía esconder la emoción. Se sentaron juntos, los cinco. Por primera vez en años, los cinco compartieron el mismo pan, el mismo café, la misma risa.
— ¿Qué vamos a hacer esta noche? -preguntó Andrés, con la boca llena de pan.
— Cenar juntos -dijo Samuel con una sonrisa- cenar los cinco.
— Pero juntos de verdad -añadió Laura-. No como huéspedes, sino como familia.
Manuel miró a Carmen y ella le devolvió la mirada. No necesitaron decir nada. Aquella Navidad, las cinco sillas de la mesa estuvieron ocupadas.
Ya no era un hotel. Había vuelto a ser un hogar.