viernes, 21 de febrero de 2020

Las manos de Dios

Dios tiene las manos sucias, el pelo despeinado,
su ropa huele a tierra y a sudor, sus modales son rudos.
Sí, porque Dios está en el pobre que encontramos en la calle,
el mendigo que interrumpe nuestros pasos, el obrero de manos callosas,
el muchacho que vende periódicos, el mecánico embadurnado de grasa.
Dios está luchando por sembrar la justicia,
por sembrar el amor en medio de protestas y rebeldías.
Así es Dios, siempre ocupado, construyendo un ideal.
Pero se olvidan que Dios tiene las manos sucias,
que vive con los pobres y que quien quiera seguirle
debe disponerse a ensuciarse las manos.
Dios está aquí, con sus hijos predilectos: los pobres.
Dios quiere que te ensucies las manos con El,
que te enredes en la trama humana, como lo hace El.
Dios lucha en el hombre o la mujer de hoy y cuenta contigo.

Las manos más hermosas

Alberto Durero fue un afamado pintor y grabador alemán, sin duda alguna el representante más genial del Renacimiento en el norte de Europa. Hombre de un profundo humanismo, gozó durante su vida de gran prestigio y popularidad. Entre las obras que más gustan a la gente y que han sido reproducidas en millones de copias, se encuentra sus “Manos Orantes”. Esta es su historia:
Alberto Durero y Franz Knigstein eran dos jóvenes amigos que luchaban contra toda adversidad por llegar a ser artistas. Como eran pobres y no tenían ningún mecenas que los ayudara, decidieron que uno de ellos estudiaría arte y el otro buscaría trabajo y pagaría los gastos de los dos. Pensaban que, cuando el primero culminara sus estudios y ya fuera un artista, con la venta de sus cuadros podría subvencionar los estudios del compañero.
Echaron a suertes para decidir quién de los dos iría primero a la universidad. Durero fue a las clases y Knigstein se puso a trabajar. Durero alcanzó pronto la fama y la genialidad. Después de haber vendido algunos de sus cuadros, regresó para cumplir su parte del trato y permitir que Franz comenzara a estudiar. Cuando se encontraron de nuevo, Alberto comprobó dolorosamente el altísimo precio que había tenido que pagar su compañero y amigo. Sus delicados y sensibles dedos habían quedado estropeados por los largos años de duro trabajo.
Tuvo que abandonar su sueño artístico, pero no se arrepintió de ello, sino que se alegró del éxito de su amigo y de haber podido contribuir a ello.
Un día, Alberto sorprendió a su amigo de rodillas y con sus nudosas manos entrelazadas en actitud de oración. De inmediato, el artista delineó un esbozo de la que llegaría a ser una de sus obras más famosas “Manos Orantes”.
Necesitamos manos abiertas a la ayuda y el servicio, que nunca se cierren en puño que amenaza y que golpea. Manos hábiles, trabajadoras, que asumen el trabajo como medio fundamental de realización y buscan la excelencia en todo lo que hacen. Manos que acarician, que saludan con afecto, que aplauden con júbilo los triunfos ajenos, que dan pero también reciben y agradecen. Manos que sanan, dan calor, acortan distancias. Manos encallecidas por el servicio y el trabajo. Como las de Dios:

martes, 18 de febrero de 2020

Sáname Señor

Señor, escúchame. Señor, úngeme con Tu Espíritu Divino.
Inflama mi corazón con el fuego de tu amor.
Inunda mi ser con tu presencia majestuosa.
Atiende por favor la llamada de mi corazón.
Señor, perdóname todas mis ofensas.
Purifícame y cúrame de todos mis resentimientos
que pude haber contraído en mi ignorancia.
Perdóname por todas las veces que te he ignorado
cuando he pecado y no he sentido ningún remordimiento.
Dígnate llenarme del regalo del perdón para que en este momento
pueda perdonar a toda la gente que me ha ofendido
y que pueda darles mi amo y para que ellos me perdonen también.
Señor, cura las heridas que yo mismo me he causado
por falta de perdón y de comprensión de mis hermanos.
Sáname Señor. Purifica mi corazón de modo que pueda sentir
que no tengo ningún resentimiento contra ninguna persona.
Lléname con Tu Paz. Inunda mi ser con Tu Amor Divino,
para deshacer las paredes del orgullo y del egoísmo.
Enséñame a amarte a Ti y a los demás como nunca he amado antes.
Transfórmame en un sol de Amor Eterno
para encender todos los corazones con los rayos tiernos del amor.
Sáname Señor. Lléname con Tu Luz. Lléname con Tu Amor.
Lléname con Tu Paz. Amén.

El león y el ratón


Como cada tarde, el león duerme la siesta. No soporta que nadie le moleste mientras lo hace. Pero hoy, un ratón travieso se le pasea por encima de la barriga. El león se despierta:
- Grrrr... ¿Quién osa despertarme? -ruge el león
- Oh, perdona, rey de la selva, yo... -contesta el ratón.
- ¿Acaso no sabes que cuando me despiertan tengo un hambre terrible? -amenaza el león. Soy capaz de comerme lo primero que se me ponga por delante.
- No me comas, por favor. No quería molestarte. Déjame ir. Quizá algún día pueda serte útil -dice el ratón asustado.
- ¿Tú? No hay nadie más fuerte que yo. ¿Cómo va a ayudarme alguien tan pequeño como tú? Anda, vete y no me molestes más.
- Pasados unos días, el león sale de caza para pasar el rato. Ve una cebra y la persigue. Pero, de repente, cae dentro de una trampa de la que no puede salir.
- ¡Qué torpe he sido! ¡He caído en la trampa de un cazador!
- ¿El cazador cazado? -dice una voz aguda desde fuera.
- ¿Quién es? -dice el león.
- Soy el ratón ¿Quieres que te ayude?
- ¿Y cómo me puedes ayudar a salir de aquí?
- Puedo roer las cuerdas y liberarte -contesta el ratón.
Y dicho y hecho. El ratón empieza a roer las cuerdas que atrapan al rey de la selva hasta que consigue liberarlo.
- ¡Ya está! ¡Eres libre! -dice el ratón.
El rey de la selva sale de la red y da las gracias a su compañero.
- Ahora sé que no soy tan fuerte como pensaba. Me has salvado utilizando tan sólo tus pequeños dientes. ¡Gracias amigo!

lunes, 17 de febrero de 2020

A Jesús Maestro

Jesús, maestro,
enséñanos a ser fieles a la voluntad del Padre.
Ayúdanos a reconstruir la sociedad en que vivimos,
ayúdanos a practicar la justicia, a vivir la solidaridad,
a ser honestos, generosos, veraces, a defender los derechos de los más débiles.
Acompáñanos, Señor,
guíanos para avanzar hacia tu Reino.
Cambia nuestros corazones de piedra y graba en nosotros tus leyes,
para que las practiquemos día a día.
Enséñanos a ser valientes, a no renegar de nuestra fe,
a afrontar los desafíos de vivirla todos los días,
en la familia, en el trabajo,
en las relaciones sociales, políticas, económicas, en todas partes.
Conviértenos a tu evangelio, Jesús,
prepara nuestras manos para colaborar con la gracia de Dios.
Danos fuerzas, alienta a nuestras familias, a nuestras comunidades,
para que cada día aprendamos a construir un pedacito más de tu Reino.

La herencia del anciano


Pulguita, había sido muy trabajador. Ahora, incapacitado, pasaba los días en casa de sus hijos, ya casados, un mes en casa de cada uno. Para eso les había repartido todos sus bienes. Y les daba cierta mensualidad que recibía de un hermano de Argentina. Pero la ‘carga’ se fue haciendo pesada, más cuando la mensualidad del tío no llegaba.
Decidieron llevar al viejo en un asilo, alegando mil pretextos: la carestía de la vida, cosechas pobres, atender a los hijos…
Las lágrimas corrían por el arrugado rostro del anciano, por la ingratitud de los hijos. Al llegar el día de la partida, el señor Pulguita, estrechó la mano de muchos vecinos emocionado y lloroso. Estaba ya subiendo al coche que lo llevaría a la ciudad, cuando llegó corriendo, el vice prefecto del pueblo:
- ¡Pulguita! ¡Espere! Le traigo la felicidad. El cartero acaba de entregarme este oficio del consulado… Dicen que su hermano murió y le dejó una gran herencia.
- ¡Queridísimo padre!, gritaron los hijos y las nueras. Ya no irás al asilo, no hay motivo; venga a nuestra casa.
Pero él subió al coche ayudado por sus amigos. Se enderezó y dijo:
- Hijos míos, esto no cambia mi decisión. Me voy al asilo. Las buenas hermanas y los viejos abrieron sus brazos para recibirme cuando era pobre. Ahora, no es justo que los desprecie por unos millones. Ese dinero será para ellos y para los infelices que, como yo, sean expulsados de casa por hijos ingratos. Adiós.

domingo, 16 de febrero de 2020

Has venido, Señor

Has venido, Señor…
a traer plenitud a nuestra vida mediocre,
a traer libertad a los que estamos atados,
a traer ilusión a las vidas cansadas,
a traer sorpresa a la gris rutina,
a traer descanso a los agobiados.
Has venido, Señor…
a traer sabiduría a los pequeños,
a levantar a los encorvados,
a perdonar una y mil veces,
a liberarnos de los compromisos,
a enseñarnos a ser los últimos.
Has venido, Señor…
a demostrarnos el valor de la pobreza y del compartir,
a construir tu Reino de justicia,
a sacarnos de la esclavitud del poder, del dinero y del prestigio,
a cambiarnos el corazón de piedra,
a revitalizar nuestra historia personal.

El escultor


A un conocido escultor el obispo le había encargado una estatua para la catedral. 
Cuando llegó el día de entregarla, el escultor se sentía mal, no estaba satisfecho de su trabajo y no le gustaba su estatua. Llamó a su ayudante para que le ayudara a transportarla y le dijo: ya tenía ganas de quitarme de encima este muerto.
Su ayudante de mal humor miró para otro lado. Entonces el escultor recordó las veces que le había maltratado e insultado durante el trabajo; le pidió perdón y el viaje hasta la catedral se hizo más agradable.
En el camino se encontró con su mujer que le miró con desprecio y no quiso viajar con ellos. Pero el escultor, con humildad, le pidió perdón, ella le sonrió y se sentó junto a él.
Más adelante se encontró con el cantero que le había vendido la piedra para hacer la estatua. El cantero le miró con ira porque no le había pagado a pesar de sus promesas. El escultor se disculpó una vez más, pagó su deuda y viajó con ellos a la catedral.
Cuando llegaron a la catedral, la mujer del escultor invitó al obispo para que viera la estatua mientras el escultor, su ayudante y el cantero la descargaban.
Cuando la descubrieron todos se maravillaron de su extraordinaria belleza. El más sorprendido fue el escultor y es que cada vez que pedía perdón y se reconciliaba la estatua se hacía más hermosa.