sábado, 3 de junio de 2017

¡Cuánto tenemos que aprender de Ti!

Florentino Ulibarri

¡Tú ofreces tu casa solariega a toda la gente que anda
a la intemperie por los caminos de la vida,
Tú eres amigo de acoger sin preguntar,
ofreciendo, primero, el calor de tu abrazo,
la ternura de tu amistad y las viandas de tu amor.
¡Cuánto tenemos que aprender de ti!
Tú has reservado un cuarto para cada uno,
respetando nuestro ser y nuestras manías,
apreciando nuestra voz y decisión,
provocando nuestra responsabilidad.
Tú guardas siempre el mejor sitio, el más tranquilo,
el mejor amueblado para el más pobre y pequeño,
para el más marcado por la vida.
¡Cuánto tenemos que aprender de ti!
Tú nos recuerdas cada día la infinidad de personas
que tenemos huérfanas de casa y pan,
huérfanas de presente y porvenir,
siendo que tu sueño primero fue
un hogar amplio, cálido y común
donde podamos vivir el gozo de la hermandad,
¡Cuánto tenemos que aprender de ti!
Tú no te quedas parado.
Reclamas nuestra colaboración para esa tarea,
sublime y elemental, de dar a cada persona
un cuartito en esa casa grande,
tu casa solariega, que es la humanidad.
¡Cuánto tenemos que aprender de ti!

El hacha perdida (la tiranía de los prejuicios)

Cuenta una historia popular que una fría mañana de otoño, un granjero fue a cortar leña para encender el fuego de la cocina de su cabaña. Buscó y rebuscó, pero no encontró su hacha.
Disgustado, se puso a pasear por sus tierras, hasta que vio a un joven alto y con aspecto huraño en su valla. Era el hijo del vecino.
El granjero se fijó en sus ojos oscuros y en su expresión ausente. “¡Él es el ladrón!’’, pensó. Cuando hizo ademán de acercarse, el joven se apartó de la valla y cruzó sus anchas manos a la espalda. “Sólo un ladrón actuaría de esta manera’’, reflexionó el granjero.
Poco a poco, el joven se alejó de la valla y volvió al sendero que le llevaba a su propia casa. “Camina silenciosamente, al igual que haría un ladrón’’, siguió pensando el granjero, cada vez más furioso. “Nunca me ha gustado ese chico’’, prosiguió. “Seguro que estaba espiando mis movimientos para ver qué más me podía robar… ¡maldito sea!’’.
La rabia del granjero iba en aumento. Preocupado por si el joven había sustraído alguna otra de sus posesiones, se dedicó a revisar cada granero y cada rincón del lugar. Tras varias horas de paseo, regresó cansado hacia la cabaña. Estaba tan alterado que pensaba en ir a la policía a denunciar el robo, a pesar de la buena relación que mantenía con su vecino.
Justo cuando se había decidido a tomar medidas drásticas, percibió un brillo plateado en el suelo, al lado de uno de sus árboles frutales. Incrédulo, se acercó a ver de qué se trataba. Y para su asombro encontró su hacha apoyada en el tronco.
Al día siguiente volvió a encontrarse con el hijo de su vecino. Observó sus grandes ojos oscuros y su sonrisa cercana y agradable. Caminaba pausadamente, y le gustaba cruzar las manos en la espalda. No había nada de sospechoso en su persona o en su conducta.
El granjero le saludó y el joven le respondió, alegre. Y el granjero pensó, para sus adentros: “Todavía no sé cómo pude pensar que era un ladrón’’.

miércoles, 31 de mayo de 2017

María, Esperanza nuestra

Thomas Suavet

Tú eres, María, nuestra esperanza,
porque has conocido todos los sufrimientos
de nuestra pobre humanidad.
Has vivido la estrechez de la pobreza en Belén,
las amenazas de la persecución y la huida al destierro, 
la inquietud de la peregrinación a Jerusalén, 
la angustia de la noche del Jueves Santo, 
los tormentos del camino del Calvario, 
la soledad al pie de la cruz.
Tú eres nuestra esperanza,
porque en todas las circunstancias 
supiste corresponder a la voluntad del Señor.
Tú eres nuestra esperanza, porque el mismo Jesús
nos confió a ti en la hora de la cruz,
porque tú eres verdaderamente nuestra Madre.
Te pedimos que cuides de todos tus hijos
como cuidaste a Jesús Niño. 
Confiamos en ti como un niño confía en su madre.
Llévanos hasta tu Hijo Jesús: 
ayúdanos a seguirle hasta el fin 
para que nuestra esperanza no se vea defraudada. Amén. 

Confianza en el Padre

Un señor subió a un avión para viajar a Nueva York. Un niño entró buscando su asiento y se sentó al lado suyo. El niño era muy educado y pasó el tiempo coloreando en su libro de pintar. No parecía nervioso cuando el avión inició el despegue.
El vuelo no fue muy tranquilo, hubo tormenta y muchas turbulencias. Una fuerte sacudida provocó que todos se pusieran muy nerviosos, pero el niño mantuvo su calma y serenidad en todo momento. ¿Cómo lo conseguía? ¿Por qué su calma?… Hasta que una mujer asustada le preguntó:
- Niño, ¿no tienes miedo?
- No señora, contestó el niño y mirando su libro de pintar le dijo, mi padre es el piloto…

A lo largo del camino nos vamos a encontrar con sucesos que nos sacuden como en una turbulencia. Habrá momentos en los que no veremos terreno firme y nuestros pies no pisarán lugar seguro, no veremos dónde sostenernos. En esas situaciones hay que recordar que nuestro PADRE es el piloto.
A pesar de las circunstancias, nuestras vidas están puestas en el Creador. Así que la próxima vez que llegue una tormenta a tu vida o si en este momento estás pasando por una, alza tu mirada al cielo, CONFÍA y di para ti mismo: ¡Mi Padre es el piloto!

martes, 30 de mayo de 2017

Consagración al Inmaculado Corazón de María

Papa Francisco 14-10-2013

Bienaventurada Virgen María 
con renovada gratitud por tu presencia materna
unimos nuestra voz a la de todas las generaciones
que te llaman dichosa.
Celebramos en ti las grandes obras de Dios,
que nunca se cansa de inclinarse con misericordia
sobre la humanidad afligida por el mal
y herida por el pecado, para sanarla y salvarla.
Acoge con benevolencia de madre
el acto por el nos ponemos hoy bajo tu protección
con confianza, ante esta tu imagen
tan querida por todos nosotros.
Estamos seguros que cada uno de nosotros es precioso a tus ojos
y que nada te es ajeno de todo lo que habita en nuestros corazones.
Nos dejamos alcanzar por tu dulcísima mirada
y recibimos la caricia consoladora de tu sonrisa.
Protege nuestra vida entre tus brazos:
bendice y refuerza cada deseo de bien; reaviva y alimenta la fe;
sostén e ilumina la esperanza; suscita y anima la caridad;
guíanos a todos nosotros en el camino de la santidad.
Enséñanos tu mismo amor de predilección hacia los pequeños y los pobres,
hacia los excluidos y los que sufren, 
por los pecadores y por los que tienen el corazón perdido:
reúne a todos bajo tu protección y a todos entrégales
a tu Hijo querido, el Señor Nuestro, Jesús. Amén.

La herencia de los camellos

Un hombre que tenía 17 camellos y tres hijos, murió. Cuando el testamento fue leído, decía que la mitad de los camellos sería para el hijo mayor, un tercio para el segundo y un noveno para el tercero.
¿Qué hacer? Si eran 17 camellos; ¿cómo dar la mitad de 17 al hermano mayor? ¿Uno de los animales había que partirlo por la mitad? Además, eso no resolvería nada, porque un tercio de 17, había que dar al segundo hijo. Y la novena parte al tercero.
Los hijos corrieron a buscar al hombre más erudito de la ciudad, un estudioso, un matemático. El hombre razonó mucho pero no consiguió encontrar la solución, aunque era un buen matemático.
Entonces alguien sugirió:
- “Es mejor buscar a alguien que sepa de camellos, no de matemáticas”.
Encontraron entonces al Anciano de Güémez, hombre inculto pero sabio y con mucha experiencia. Le contaron el problema.
El filósofo se rió y dijo:
- “La solución es muy simple, no se preocupen”. 
Casualmente alguien le había regalado un camello al Anciano, y les dijo:
- Les presto este camello para hacer las cuentas. Ahora son 18 camellos
Entonces, procedió a hacer la división. 9 fueron para el primer hijo, que quedó satisfecho. Al segundo le tocó la tercera parte -6 camellos- y al tercer hijo le dieron 2 camellos, o sea, la novena parte.
Sobró 1 camello: El que fue prestado.
El Anciano tomó su camello y dijo:
- “Ya está, ahora ya se pueden ir”.

domingo, 28 de mayo de 2017

Volveré

José Mª Rodríguez Olaizola, sj 

¿Por qué este abandono 
tras vencer a la muerte? 
¿Por qué este alejarte 
cuando más con nosotros estabas? 
¿Por qué este silencio 
de la Palabra más viva? 
Nos dejas esperando, 
buscadores, inquietos, apóstoles, 
portadores de tu Luz, 
pero confundidos por las sombras 
cuando te vistes de misterio. 
No te nos escondas mucho, 
en este irte que nos deja huérfanos, 
en ese enviarnos, 
tan desnudos de certezas 
como llenos de esperanza. 
En tu distancia, sigue cerca, 
y a tu modo misterioso 
sigue siendo el Amor 
que arropa nuestra desnudez. 
y sostiene nuestros sueños. 

Cuánto quieres a papá

Meditaba en su despacho un predicador, buscando una ilustración sobre el amor. De pronto entró su hija pequeña, diciendo:
- Papá, siéntame un poco sobre tus rodillas.
- No, mi niña, no puedo ahora; estoy muy ocupado –contestó el papá.
- Quiero sentarme un momento en tus rodillas, súbeme, papá -insistió ella.
El papá no pudo negarse a una súplica tan tierna, tomó a la niña, la puso en sus rodillas y dijo:
- Hijita mía, ¿quieres mucho a papá?
- Sí que te quiero –contestó la niña-, te quiero mucho, papá.
- ¿Cuánto me quieres, pues? –preguntó el papá.
La niña colocó sus manitas en las mejillas de su padre, y apretándolas suavemente, contestó con afecto:
- Te quiero con todo mi corazón y con mis dos manos.
Esta respuesta encerraba en pocas palabras lo que debe entenderse por una dedicación completa, y dio al predicador el ejemplo que buscaba.