sábado, 14 de enero de 2023

Himno 'Buenos días, Señor'

Buenos días, Señor, a ti el primero
encuentra la mirada del corazón,
apenas nace el día:
Tú eres la luz y el sol de mi jornada.
Buenos días, Señor,
contigo quiero andar por la vereda:
Tú, mi camino, mi verdad, mi vida;
Tú, la esperanza firme que me queda.
Buenos días, Señor,
a ti te busco, levanto a ti las manos
y el corazón, al despertar la aurora:
quiero encontrarte siempre en mis hermanos.
Buenos días, Señor resucitado,
que traes la alegría
al corazón que va por tus caminos
¡vencedor de tu muerte y de la mía!
Gloria al Padre de todos,
gloria al Hijo, y al Espíritu Santo;
como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos te alabe nuestro canto. Amén.

El viaje es muy corto

Una Anciana se subió a un autobús y tomó su asiento. En la siguiente parada, una joven mujer, fuerte y gruñona subió y se sentó bruscamente junto a la anciana, molestándola con sus numerosas bolsas.
Al ver que la anciana se mantenía en silencio la joven le preguntó por qué no se había quejado cuando la golpeó como se quejaron los demás cuando los molestó para poder pasar. La Anciana le respondió con una sonrisa:
- No es necesario ser mal educada o discutir sobre algo tan insignificante, ya que mi viaje a tu lado es corto porque me bajaré en la próxima parada.
Estas palabras merecen ser escritas en letras de oro: "No es necesario discutir sobre algo tan insignificante, porque nuestro viaje juntos es muy corto."
Cada uno de nosotros debe comprender que nuestro tiempo en este mundo es tan corto que oscurecerlo con peleas, odio, rencor, vivir con el descontento día a día es pérdida de tiempo y de energía.
Que tu vecino es un chismoso, ignóralo, el viaje es corto. Te engañaron, perdona el viaje es corto. Cualesquiera que sean los problemas que alguien nos traiga recordemos que el viaje es corto.
Deseo que tengas un viaje agradable por este mundo y que disfrutes plenamente con quien te toca y quieras viajar. Sonríe que el viaje es muy corto.

jueves, 12 de enero de 2023

Los mismos sentimientos de Cristo

         José Mª Rodríguez Olaizola sj

Tener tus sentimientos, Señor,
es enraizarse en la historia.
Compartir el ansia de esta creación,
hambrienta de existencia y destino.
Apreciar lo diminuto, lo lastimado, lo ignorado
por voceros de apariencias.
Acoger a quien no encaja en los moldes
de lo conveniente y lo oportuno.
Sonreír, enarbolando una esperanza que no se apaga.
Temer, y vencer al miedo.
Salvar distancias para trenzar afectos, aun arriesgando todo.
Llorar, ante la cruz ajena y en la propia por la justicia lacerada
por la inocencia vulnerada por la verdad adulterada
Y exultar, anticipando la vida plena resucitada.

Tu ángel de la guarda

Había una vez una niñita sentada en un parque. Todos pasaban a su lado y nunca nadie se detenía a preguntarle qué le ocurría.
Vestida con un traje descolorido, zapatos rotos y sucios, la pequeña niña se quedaba sentada mirando pasar a todo el mundo.
Ella nunca trató de hablar, no dijo una sola palabra. Muchas personas pasaron por allí, pero nadie se detuvo.
Al día siguiente decidí volver al parque a ver si la pequeña niña estaba ahí. ¡Sí, ahí estaba! en el mismo lugar en el que estaba ayer. Con la misma mirada de tristeza en sus ojos. Me dirigí hacia ella. Al acercarme noté que en su espalda había una joroba.
Ella me miró con una tristeza tan profunda que me rompió el alma. Me senté a su lado y sonriendo le dije: "hola".
La pequeña me miró sorprendida y con una voz muy baja respondió a mi saludo. Hablamos hasta que los últimos rayos de sol desaparecieron. Cuando sólo quedábamos nosotros dos y había oscurecido, le pregunté por qué estaba tan triste.
La pequeña me miró y con lágrimas en sus ojos me dijo: "por qué soy diferente".
Yo le respondí con una sonrisa: "lo eres".
Y ella dijo aún más triste: "lo sé".
Yo le contesté: "pequeña, ser diferente no es malo. Tú me recuerdas a un ángel dulce e inocente."
Ella me miró... sonrió y por primera vez sus ojos brillaron con la luz de la alegría. Despacio ella se levantó y me dijo: "¿es cierto lo que acabas de decir?"
Yo le respondí: "eres como un pequeño ángel guardián enviado para proteger a todos los que caminan por aquí."
Ella movió su cabeza afirmativamente y sonrió. Ante mis ojos algo maravilloso ocurrió.
Su joroba se abrió y dos hermosas alas salieron de allí.
Ella me miró sonriente y me dijo: "yo soy tu ángel guardián".
No sabia qué decir.
Ella me dijo: "por primera vez pensaste en alguien más. Mi misión está cumplida".
Yo me levanté y le pregunté por qué nadie le había ayudado.
Ella me miró y, sonriendo, me dijo: "tú eres la única persona que podía verme".
¡Y ante mis ojos desapareció!
Después de ese encuentro mi vida cambió radicalmente. Cuando pienses que sólo te tienes a ti mismo, recuerda que tu ángel guardián está siempre pendiente de ti. Siempre contigo, siempre conmigo.

miércoles, 11 de enero de 2023

Tras una estrella

            José Mª Rodríguez Olaizola sj

No te rindas, buscador de la verdad.
Que tus pasos te lleven más allá de límites
donde todo parece manejable.
No renuncies a la intuición que te guía,
siguiendo una estrella, hasta descubrir
la grandeza oculta a los soberbios.
No negocies con las excusas.
No te dejes convencer
por quien te quiere domesticado.
No permitas que apaguen tu voz.
Sé claro con tus palabras.
Que traigan el eco de Dios.
Dios, que tantas veces pide acogida
y recibe aplazamientos.
Dios, que tantas veces da misericordia
y obtiene desprecios.
Dios, que tantas veces espera respuestas
y recoge silencios.
Tú salte de los mapas ya trazados.
Porque es fuera, en lo inhóspito y lo nuevo,
donde la divinidad emerge.
No ceses en tu afán por conocer lo cierto,
por comprender la vida, por alcanzar lo eterno.

Gillian, la niña inquieta

Gillian es una niña de siete años que no puede sentarse en la escuela. Se levanta continuamente, se distrae, vuela con los pensamientos y no sigue las lecciones. Sus profesores se preocupan, la castigan, la regañan, premian las pocas veces que está atenta, pero nada, Gillian no sabe sentarse y no puede estar atenta. Cuando llega a casa, mamá también la castiga. Así que Gillian no sólo tiene malas notas y castigo en la escuela, sino que también los sufre en casa.
Un día, la madre de Gillian es llamada a la escuela. La señora, triste como quien espera malas noticias, la toma de la mano y va a la sala de entrevistas. Los profesores hablan de enfermedad, de un trastorno evidente. Quizás es hiperactividad o tal vez necesite un medicamento. Durante la entrevista llega un viejo profesor que conoce a la pequeña. Pide a todos los adultos, madre y colegas, que lo sigan a una habitación contigua desde donde todavía se la puede ver. Al irse, le dice a Gillian que volverán enseguida y le enciende una vieja radio con música. Como la niña se encuentra sola en la habitación, inmediatamente se levanta y comienza a moverse hacia arriba y abajo persiguiendo con los pies y el corazón la música en el aire. El profesor sonríe mientras los colegas y la madre lo miran entre confundidos y compasivos, como a menudo se hace con los viejos. Entonces él dice:
- ¿Ven? Gillian no está enferma, ¡Gillian es bailarina!
Le recomienda a la madre que la lleve a una clase de baile y a sus colegas que la hagan bailar de vez en cuando.
Ella asiste a su primera lección y cuando llega a casa le dice a su mamá:
- Todos son como yo, ¡allí nadie puede sentarse!
En 1981, después de una carrera de bailarina, de abrir su propia academia de baile y recibir reconocimientos internacionales por su arte, Gillian lynne se convierte en la coreógrafa de famosos musicales como “Cats”.

Ojalá todos los niños “diferentes” encuentren adultos capaces de acogerlos por lo que son y no por lo que les falta. ¡Que vivan las diferencias!

lunes, 9 de enero de 2023

Fresca intrusión

                         Seve Lázaro, sj

Sopla sobre ella. ¡Deprisa!
No dejes que se apague.
Mantén vivas sus cenizas,
aunque su llama no alumbre
todo lo que oscurece tu vida.
Déjala entrar y salir y que a su paso
desmantele el torrente de tus negatividades:
tu cólera, tu culpa, tu odio, tu hostilidad.
En la desesperación que te acose y asalte
será contrafuerte.
Y en el gozo que te visite
te llevará sobre ruedas.
Si caminas de su mano,
ella te enseñará a vivir sin prevenciones,
confiado en esa bondad última
que lo cubre todo y cuida de todos.
Si la buscas, la encontrarás,
su nombre es ALEGRÍA.

La casa del árbol

Pablo había sido muy feliz hasta que empezó el colegio. Tenía muchos amigos en la guardería y siempre estaba contento.
Pero el primer día en la nueva escuela, al salir al recreo, discutió con unos compañeros por los juguetes de los areneros, y se peleó con un niño un poco mayor. Querían hacer un recorrido para lanzar canicas y le quitaron las palas.
Pablo no supo qué hacer o cómo reaccionar. Decidió apartarse. Se sentó con los brazos cruzados y no quiso jugar más.
A las 12 su profesora sacó al patio unos balones. Iban a jugar al fútbol.
Pero el niño que le molestó iba a hacer los equipos y Pablo no participó.
Así, día a día, Pablo se fue aislando. Sin darse cuenta dejó de jugar; y al final ningún niño quería estar con él. Siempre parecía enfadado.
Ni siquiera él mismo entendía por qué contestaba mal a todo el mundo. Simplemente no podía evitarlo. Deseaba estar solo. Se hubiese construido una casa muy alejada, en las montañas, encima de un árbol; un lugar en el que no hubiese niños, ni colegios, ni patios, ni deportes… Un lugar en que se sintiese seguro.
Al llegar la noche, en la soledad de su cuarto, imaginaba esa casa apoyada en un árbol de grandes raíces.
Siempre tenía un sentimiento parecido al miedo, aunque tampoco sabía por qué. Los niños parecían disfrutar de estar juntos, y él había tenido siempre muchos amigos… pero ahora era incapaz de hablar o empezar un juego.
La mañana siguiente estuvo muy callado. Hizo sus dibujos y aprendió un par de letras.
Estaba triste. Su profesora se dio cuenta y decidió preguntarle:
— Tus papás dicen que no estás bien en el cole -le dijo seria- Pero no entiendo por qué. ¿Qué ha ocurrido?
Pablo se echó a llorar. No podía explicar qué le pasaba. No lo sabía.
-— Si no me dices qué te pasa… no te podré ayudar -dijo su profesora preocupada.
Pero Pablo no quería acusar a otro niño. Tampoco tenía claro qué sucedió en el arenero, ni si ésa era la causa de su tristeza. Y no dijo nada.
Cuando consiguió tranquilizarse, salió a la calle. Paseó un rato y, aburrido, se metió debajo de las escaleras que daban a primaria.
Escondido allí vio al niño que le molestó el primer día. Venía hacia él corriendo.
Se llamaba Ramón. Tenía un año más que Pablo, y era bastante alto, pero huía de unos chavales de cuarto que le pisaban los talones. Su cara reflejaba el miedo que sentía y Pablo se apartó de la zona en la que podía ser visto.
Cuando sus perseguidores alcanzaron a Ramón se rieron de él, le zarandearon un poco, y le obligaron a soltar unas canicas que llevaba en la mano. Las había perdido jugando con los mayores y no se las había querido dar. Una vez las recuperaron, le dejaron allí marchándose entre bromas.
Lo que vio entonces Pablo fue una sorpresa. Ramón les insultó a gritos y, nada más comprobar que ni siquiera se volvían a mirarle, se puso a llorar y le pegó un par de patadas a los escalones demostrando una rabia parecida a la que él mismo había sentido el día en que su compañero le quitó los juguetes en el arenero.
Pablo se decidió a salir de su escondite.
— ¿Te han hecho daño? -le preguntó.
— No -contestó Ramón aún más enfadado al ver que alguien había visto la escena.
— Son unos abusones -se atrevió a decir Pablo.
— Sí -contestó Ramón con ganas de volver a llorar.
— Tú también me quitaste los juguetes… -dijo Pablo.
Por un lado se alegraba de lo que le había pasado a Ramón. Se merecía que alguien le hubiese plantado cara. Pero también sentía pena por él.
Se miraron de arriba abajo.
Y como Ramón, aunque era un poco gallito, tenía buen corazón comprendió de pronto la rabia de Pablo y su vergüenza, el enfado que tuvo su compañero… y que no quisiese jugar más con ellos. Y, aunque no le pidió perdón, le dio una palmada en el hombro. Metió la mano en el bolsillo y sacó un puñado de canicas que había conseguido esconder.
— Estas… no me las han quitado. ¿Te gustaría ayudarme a hacer carreteras para mis canicas? -preguntó olvidando un poco lo que acababa de pasar.
Pablo dudó un momento, sólo un momento. No esperaba esa pregunta.
Enseguida dibujó en sus labios la mejor sonrisa, una tan simpática que Ramón sonrió también sin poder evitarlo. De allí, y juntos, salieron a construir el primer circuito para canicas de los muchos que haría Pablo en aquel colegio.