viernes, 15 de noviembre de 2024

Himno matinal

Eres la luz y siembras claridades;
abres los anchos cielos, que sostiene
como columna el brazo de tu Padre.
Arrebatada en rojos torbellinos,
el alba apaga estrellas lejanísimas;
la tierra se estremece de rocío.
Mientras la noche cede y se disuelve,
la estrella matinal, signo de Cristo,
levanta el nuevo día y lo establece.
Eres la luz total, día del día,
el Uno en todo, el Trino todo en Uno:
¡gloria a tu misteriosa teofanía! Amén.

Las "mentiras" del abuelo

Abuela, ¿sabías que el abuelo me mintió?
— ¿En serio? ¿Y qué te dijo?
— Ayer le pedí que tirara todos mis dibujos viejos. Hoy, buscando un lápiz en su cajón, ¡encontré todos mis dibujos ahí!
— ¿Y le preguntaste por qué los tenía?
— Sí, y me dijo que los había tirado, pero que luego una señora los encontró en la basura, los puso a la venta y él los compró de vuelta a cambio de una cena.
— ¿De verdad?
— De verdad.
— Entonces, creo que tengo algo aquí en mi bolsillo que te puede interesar...
— ¿Qué es?
— Es una invitación a cenar.
— ¿Qué? ¿Es la misma invitación? ¿Eres la señora de la historia del abuelo?
— Así es, cariño. En realidad, el abuelo nunca los tiró. Me los dio para guardarlos, pero después me pidió que se los devolviera. Le dije que sí, pero con una condición: invitarme a cenar.
— Pero, ¿por qué querías guardar mis dibujos? Son viejos y feos.
— Para nosotros son preciosos, son parte de ti. Aunque pasen los años, esos dibujos no son feos. Nos muestran a un niño lleno de sueños, y esa magia no se tira ni se olvida. Ese niño, aunque haya crecido, sigue aquí y siempre merece ser amado.
— ¿Crees que esos dibujos aún importan?
— Claro que sí, mi amor. Aunque el tiempo pase, esos dibujos nos recuerdan que, en el fondo, seguimos siendo niños soñadores. Aunque nuestros cuerpos cambien, el soñador que llevamos dentro siempre quiere seguir adelante. Así que, conservaremos esos dibujos siempre. Y si alguna vez tus abuelos necesitan recordar cómo soñar, solo tendrán que abrir ese cajón para reencontrarse contigo.

domingo, 10 de noviembre de 2024

La buena gente

        José María R. Olaizola, SJ

No te sonríen con blancura dentífrica,
desde las páginas de una revista.
No acaparan flashes en los eventos de moda.
No reciben premios en las galas con más glamour
ni las multitudes corean sus nombres
en el concierto de los poderosos.
Pero no lo necesitan, para brillar con luz propia
en el baile de la historia.
Son el hombre justo, y la viuda pobre,
el profeta valiente y la mujer perdonada.
Son el peregrino que comparte su mesa y su palabra,
y el caminante que, en su fatiga, bromea y canta.
Son el carpintero y la muchacha, el alfarero y la criada,
el emigrante que no pierde la esperanza.
Son la buena gente, que, en lo discreto,
transforma el duelo en danza.

La fábula del puercoespín

Durante la era glacial, muchos animales morían por causa del intenso frío.
Los puercoespines, percibiendo la situación, decidieron juntarse en grupos, así se abrigarían y se protegerían mutuamente. Sin embargo las espinas de cada uno con las púas de su cuerpo herían a los compañeros más próximos, justamente los que ofrecían más calor.
Y así decidieron alejarse unos de otros y comenzaron de nuevo a morir congelados.
Entonces se vieron obligados a elegir: o desaparecían de la Tierra o aceptaban las espinas de los compañeros.
Con sabiduría, decidieron volver a estar juntos guardando una distancia que les diera calor unos a otros y no les produjeran graves heridas por las púas que todos tenían en su cuerpo.
Aprendieron así a convivir con las pequeñas heridas que la relación con un semejante muy próximo puede causar, ya que lo más importante era el calor del otro. Y así sobrevivieron.