sábado, 17 de abril de 2021

Me proteges y me miras, Señor

Yo te creé por amor en las entrañas de tu madre.
Te protegeré hoy y todos los días de tu vida.
No temas, porque no me alejaré de ti,
mis pasos no se separarán de los tuyos,
también cuando el viento sople y tu barca corra peligro de hundirse.
Te protegeré, hasta cuando tú no me sientas cercano.
Te protegeré, también cuando te alejes de mí.
Te protegeré cuando hagas daño a otros, y me hagas sufrir.
Te protegeré incluso cuando te sientas probado y machacado.
Te protegeré hasta cuando veas sufrir con impotencia
a las personas que quieres.
No temas. Siempre estaré contigo. Te lo prometo.
No seas orgulloso. Acércate a mí. Déjate proteger.
No temas. Nunca dejaré de mirarte.
Te miraré con cariño, con comprensión.
Te miraré, como una madre mira a su hijo recién nacido.
Te miraré, como un padre que espera que su hijo le diga “papá”
Te miraré, para que siempre que vuelvas tus ojos hacia mí
encuentres los míos mirándote, sonriéndote, acogiéndote, amándote.
Mírame como un niño, feliz y seguro, cuando su padre lo mira.
No temas. Confía en mí. Nunca te defraudaré.
Y comparte tu paz y tu esperanza con los que tienen miedo.

El jugador de fútbol americano

Un muchacho vivía solo con su padre y ambos tenían una relación extraordinaria y muy especial. El joven pertenecía al equipo de fútbol de su colegio. Normalmente no tenía la oportunidad de jugar. Sin embargo su padre permanecía siempre en las gradas haciéndole compañía.
El joven era el más bajo en estatura de su clase, a pesar de eso cuando comenzó la secundaria insistió en participar en el equipo de fútbol del colegio. Su padre le orientaba y le decía claramente que él no tenía que jugar al fútbol si no lo deseaba… pero a él le gustaba jugar, no faltaba a un entrenamiento, ni a un partido. Estaba decidido a dar lo mejor de sí, ¡se sentía felizmente comprometido!
Durante los años de secundaria, le decían “El calentador del banquillo”, porque siempre permanecía sentado. Su padre lo animaba y este era el mejor apoyo que su hijo podía esperar.
Cuando comenzó la Universidad, intentó entrar al equipo de fútbol. Todos estaban seguros que no lo lograría, pero venció a todos, entrando al equipo. El entrenador le dio la noticia, admitiendo que lo había aceptado además por su entrega total en cada entrenamiento y por el entusiasmo que contagiaba a los demás miembros del equipo.
La noticia llenó su corazón de alegría, corrió al teléfono más cercano y llamó a su padre, quien compartió con él la emoción.
El joven deportista era muy perseverante, nunca faltó a un entrenamiento ni a un partido durante los cuatro años de universidad. Sin embargo, nunca tuvo la oportunidad de participar activamente en algún partido. Era el final de la temporada y justo unos minutos antes que comenzara el primer partido de las eliminatorias, el entrenador le entregó un telegrama. El joven lo cogió y, después de leerlo, lo guardó en silencio y, temblando, le dijo al entrenador:
- “Mi padre murió esta mañana. ¿No hay problema de que falte al partido de hoy?”
El entrenador le abrazó y le dijo: “Tómate el resto de la semana libre, hijo, y no se te ocurra venir el sábado”.
Llegó el sábado y el partido no iba nada bien. En el tercer cuarto cuando el equipo tenía diez puntos de desventaja, el joven entró al vestuario, calladamente se puso el uniforme y corrió hacia donde estaba el entrenador y su equipo, quienes se quedaron impresionados al ver a su luchador compañero de vuelta.
- “Entrenador, por favor, permítame jugar. Yo tengo que jugar hoy”, le dijo el joven.
El entrenador no quería escucharle. De ninguna manera podía permitir que su peor jugador entrara en el cierre de las eliminatorias. Pero el joven insistió tanto que finalmente el entrenador sintiendo lástima lo aceptó:
- “Sí, hijo, puedes entrar. El campo es todo tuyo”.
Minutos después el entrenador, el equipo y el público, no podían creer lo que estaban viendo. El pequeño desconocido, que nunca había participado en un partido, estaba haciendo todo perfectamente bien. Nadie podía detenerlo en el campo, corría fácilmente como una estrella. Su equipo comenzó a remontar, hasta empatar el partido. En los últimos segundos de cierre, el muchacho interceptó un pase y corrió todo el campo hasta ganar con un “touchdown”.
La gente que estaba en las gradas gritaba emocionada y su equipo lo paseó por todo el campo. Finalmente cuándo todo terminó, el entrenador notó que el joven estaba sentado callado y solo en una esquina. Se acercó y le dijo:
- “Muchacho, no puedo creerlo, ¡estuviste fantástico! Dime: ¿cómo lo lograste?”
El joven miró al entrenador y le dijo:
- “Usted sabe que mi padre murió… pero, ¿sabía que mi padre era ciego?” El joven hizo una pausa y trató de sonreír. “Mi padre asistía a todos mis partidos, pero hoy ha sido la primera vez que él podía verme jugar…, y yo quise mostrarle que si podía hacerlo”.

martes, 13 de abril de 2021

Hay que nacer de nuevo

                   José María Rodríguez Olaizola, sj

Nací una vez, a la luz, a la vida,
al ruido, a los olores, al calor y al frío,
a los abrazos, a la ternura,
al hambre, a los sabores, a la saciedad,
al gusto, a la música, a los encuentros.
Después, pequeñas muertes fueron matando
sueños, anhelos, inocencia y pasión.
Si tú tiras de mí, naceré de nuevo,
al reino y al evangelio, al amor y la esperanza,
a la voz de los profetas, a una misión.
Cada vez que muera, volveré a nacer.
La verdad se irá curtiendo en mil duelos.
El espíritu irá renovando mi yo gastado.
El agua viva lavará cada herida vieja.
Hasta esa última muerte
que será antesala de un último nacimiento,
a la Luz, a la Vida, y al Amor.
Y esta vez para siempre.

Historias del Mulá Nasrudín

Buscando la llave

Muy tarde por la noche Nasrudín se encuentra dando vueltas alrededor de una farola, mirando hacia abajo. Pasa por allí un vecino.
- ¿Qué estás haciendo Nasrudín, has perdido alguna cosa? -le pregunta.
- Sí, estoy buscando mi llave.
El vecino se queda con él para ayudarle a buscar. Después de un rato, pasa una vecina.
- ¿Qué estáis haciendo? -les pregunta.
- Estamos buscando la llave de Nasrudín.
Ella también quiere ayudarlos y se pone a buscar. Luego, otro vecino se une a ellos. Juntos buscan y buscan y buscan. Habiendo buscado durante un largo rato acaban por cansarse. Un vecino pregunta:
- Nasrudín, hemos buscado tu llave durante mucho tiempo, ¿estás seguro de haberla perdido en este lugar?
- No, dice Nasrudín
- ¿Dónde la perdiste, pues?
- Allí, en mi casa.
- Entonces, ¿por qué la estamos buscando aquí?
- Pues porque aquí hay más luz y mi casa está muy oscura
.

domingo, 11 de abril de 2021

Consejos al Tomás que todos llevamos dentro

                   J. Mª Rodríguez Olaizola

Tocar para ver. Ver para creer.
Enrocarte en la sospecha, en garantías y cautelas.
Pensar mal, y acertar.
¿De verdad quieres ese camino?
Tú, de la gente, piensa bien,
y acertarás, aunque te equivoques.
Tú elige creer para ver.
Creer en el amor, que es posible,
aunque a veces se haga el escurridizo.
Creer en el vecino, que es persona, y siente, come,
ríe y pelea, como tú, con sus razones y sus errores.
Creer en el futuro, que será mejor cuanto mejor lo hagamos.
Creer en la humanidad, capaz de grandes desatinos,
pero también de enormes logros.
Creer en la belleza, individual,
única, que se sale de los cánones
y se encuentra en cada persona.
Creer en las heridas de Dios,
nacidas de su pasión por nosotros.
Entonces verás,
con el corazón desbocado por la sorpresa y el júbilo,
al Señor nuestro y Dios nuestro
que se planta en medio, cuando menos te lo esperas.

Leyenda del apóstol Tomás

Cuenta una hermosa leyenda que Tomás fue a predicar el evangelio a la India. Y un rey le dio dinero para que le edificara un palacio. Pero Tomás distribuía el dinero entre los pobres y les anunciaba la muerte y resurrección de Jesús. Y muchos se hicieron cristianos.
"¿Cómo va mi palacio?", le preguntaba el rey. 
"Va muy bien" 
Y el rey le daba más dinero. Al cabo de un tiempo, la ciudad toda era ya cristiana.
Un día el rey le dijo a Tomás: "¿Cuándo podré ver mi palacio?" 
"Majestad, pronto lo verá terminado", le contestó.
"¿Por qué no puedo verlo hoy? Llévame a verlo ahora mismo", le dijo el rey.
Tomás paseó al rey por la ciudad, le iba señalando a la gente y le explicaba cómo sus vidas habían cambiado para bien.
¿Dónde está mi palacio?, preguntaba el rey.
"Está a su alrededor y es un hermoso palacio. Qué pena que no pueda verlo. Espero pueda verlo un día", le decía Tomás.
"¿Qué has hecho con mi dinero, ladrón?"
"Majestad, tu palacio está hecho de personas, tu palacio es tu gente. Ahora creen en Jesús. Tu gente son las torres de tu palacio. Dios vive en ellos. Tu palacio es un magnífico palacio."
Tomás fue encarcelado. Pero el rey vio poco a poco el cambio de la gente y cómo por el poder de la resurrección de Jesús, éste vivía en el corazón de las gentes. El último en convertirse fue el rey y éste liberó a Tomás. Y su palacio no fue una obra de piedras sino de corazones vivos y creyentes.