viernes, 3 de septiembre de 2021

Publicano

             José María R. Olaizola, sj

Pensaba que todo podía, que yo me bastaba, que siempre acertaba,
que en cada momento vivía a tu modo y así me salvaba.
Rezaba con gesto obediente en primera fila,
Y una retahíla de méritos huecos era solo el eco de un yo prepotente.
Creía que solo mi forma de seguir tus pasos era la acertada.
Miraba a los otros con distancia fría porque no cumplían tu ley y tus normas.
Me veía distinto, y te agradecía ser mejor que ellos.
Hasta que un buen día tropecé en el barro, caí de mi altura,
me sentí pequeño, descubrí que aquello que pensaba logros era calderilla.
Descubrí la celda, donde estaba aislado de tantos hermanos por falsos galones.
Me supe encerrado en el laberinto de la altanería.
Me supe tan frágil… y al mirar adentro tú estabas conmigo.
y al mirar afuera, comprendí a mi hermano, supe que sus lágrimas,
sus luchas, y errores, sus caídas, y anhelos, eran también míos.
Tan solo ese día mi oración cambió.
Ten compasión, Señor, que soy un pecador.

Fábulas de la antigua China-2

De cómo el viejo tonto removió las montañas

Las montañas Taihang y Wangwu tienen unos setecientos li de contorno y diez mil ren de altura.
Al norte de estos montes vivía un anciano de unos noventa años al que llamaban El Viejo Tonto. Su casa miraba hacia estas montañas y él encontraba bastante incómodo tener que dar un rodeo cada vez que salía o regresaba; así que, un día, reunió a su familia para discutir el asunto.
- ¿Y si todos juntos desmontásemos las montañas? –sugirió–. Entonces podríamos abrir un camino hacia el Sur, hasta la orilla del río Hanshui.
Todos estuvieron de acuerdo. Sólo su mujer dudaba.
- No tienen la fuerza necesaria, ni siquiera para desmontar un cerrejón –objetó–. ¿Cómo podrán remover esas dos montañas? Además, ¿dónde van a vaciar toda la tierra y los peñascos?
- Los vaciaremos en el mar –fue la respuesta.
Entonces el Viejo Tonto partió con sus hijos y nietos. Tres de ellos llevaron balancines. Removieron piedras y tierra y, en canastos los acarrearon al mar. Una vecina, llamada Jing, era viuda y tenía un hijito de siete u ocho años; este niño fue con ellos para ayudarles. En cada viaje tardaban varios meses.
Un hombre que vivía en la vuelta del río, a quien llamaban El Sabio, se reía de sus esfuerzos y trató de disuadirlos.
- ¡Basta de esta tontería! –exclamaba–. ¡Qué estúpido es todo esto! Siendo tan viejo y débil no serás capaz de arrancar ni un puñado de hierbas en esas montañas. ¿Cómo vas a remover tierras y piedras en tal cantidad?
El Viejo Tonto exhaló un largo suspiro.
- ¡Qué torpe es usted! –le dijo–. No tienes ni siquiera la intuición del hijito de la viuda. Aunque yo muera, quedarán mis hijos y los hijos de mis hijos; y así sucesivamente, de generación en generación. Y como estas montañas no crecen, ¿por qué no vamos a ser capaces de terminar de removerlas?
Entonces El Sabio no tuvo nada que responder.

La sospecha
Un hombre perdió su hacha; y sospechó del hijo de su vecino. Observó la manera de caminar del muchacho –exactamente como un ladrón. Observó la expresión del joven –idéntica a la de un ladrón. Observó su forma de hablar –igual a la de un ladrón. En fin, todos sus gestos y acciones lo denunciaban culpable de hurto.
Pero más tarde, encontró su hacha en un armario. Después, cuando volvió a ver al hijo de su vecino, todos los gestos y acciones del muchacho le parecían muy diferentes de los de un ladrón.

jueves, 2 de septiembre de 2021

Subiré a tu monte, Señor

Y escucharé tu nombre: JESÚS
Y veré lo que Tú me enseñas: EL CIELO
Y comprobaré lo que Dios quiere: MI CORAZÓN
Y seguiré tus caminos: LOS CAMINOS DE LA FE
Y pregonaré tu Reino: TU AMOR
Y llevaré tu fama: TU RESURRECCIÓN
Y pediré perdón: POR MIS PECADOS
Y me asombraré de tu rostro: TU LUZ Y TU VERDAD
Y veré la gloria de Dios: EL CIELO ABIERTO
Subiré a tu monte, Señor, pero si no lo encuentro,
Jesús, te pido que me orientes para no perderme
seducido por los engaños de la vida. Amén

Fábulas de la antigua China-1

El obsequio de las palomas
Era costumbre en Handan coger palomas vivas para regalarlas al príncipe el día de Año Nuevo. Esto agradaba tanto al soberano que repartía valiosas recompensas. Alguien le preguntó la razón de esta costumbre.
- El día de Año Nuevo dejo las palomas en libertad para demostrar mi bondad –contestó el príncipe.
- Como sus súbditos saben que usted necesita palomas para libertarlas, todos se dedican a cazarlas –comentó el otro–. Y el resultado es que al cazarlas, mueren muchas. Si usted realmente quiere salvarlas, es mejor que prohíba su caza. Tal como están las cosas, usted las caza para libertarlas y su bondad no puede reparar el daño que ocasiona.
El príncipe asintió. Y ya nadie cazó más palomas para llevárselas.

El platanero talado
Un hombre tenía un platanero seco.
- El conservar un platanero seco trae mala suerte –dijo su vecino.
Pero cuando el dueño del árbol lo hubo talado, el vecino le pidió un poco de leña para el fuego.
- Lo que mi vecino quería era leña –pensó el hombre enfadado–. Por eso me dijo que derribara mi árbol. Somos vecinos, e incluso así me engaña de esta manera. ¡Esto ya es demasiado!

El hombre que no vio a nadie
Había una vez un hombre en el Reino de Qi que tenía sed de oro. Una mañana se vistió con elegancia y se fue a la plaza. Apenas llegó al puesto del comerciante en oro, se apoderó de una pieza y se escabulló.
El oficial que lo apresó le preguntó:
- ¿Por qué robo el oro en presencia de tanta gente?
- Cuando tomé el oro –contestó–, no vi a nadie. No vi más que el oro...

domingo, 29 de agosto de 2021

No quiero ser como los fariseos

Aunque te quiero mucho, Jesús 
y sé lo que quieres de mí,
a veces soy como los fariseos, 
que no quieren a la gente.
Ayúdame a darme cuenta, 
y a perdonar a quienes no aman.
Sé que me ayudarás 
y eso me hace estar alegre.
Te doy gracias porque muchas veces
me importa lo que les pasa a otros,
a los que me quieren y a los que no conozco
Gracias, Jesús.

Los monos y los plátanos

Un grupo de científicos realizó el siguiente experimento: colocó cinco monos en una jaula, en cuyo centro pusieron una escalera y, sobre ella, un montón de plátanos. Cuando un mono subía la escalera para agarrar los plátanos, los científicos lanzaban un chorro de agua fría sobre los que quedaban en el suelo. Después de algún tiempo, cuando un mono iba a subir la escalera, los otros lo agarraban y lo molían a palos. Pasado algún tiempo más, ningún mono subía la escalera, a pesar de la tentación de los plátanos.
Entonces, los científicos sustituyeron uno de los monos. La primera cosa que hizo fue subir la escalera, los otros le pegaron para que bajara rápidamente. Después de algunas palizas, el nuevo integrante del grupo ya no subió más la escalera. Un segundo mono fue sustituido, y ocurrió lo mismo. El primer sustituto participó con entusiasmo de la paliza al novato. Un tercero fue cambiado, y se repitió el hecho. El cuarto y, finalmente, el último de los veteranos fue sustituido.
Los científicos se quedaron con los cinco monos que, aun cuando nunca recibieron un baño de agua fría, continuaban golpeando a aquel que intentase llegar a los plátanos.
Si fuese posible preguntar a algunos de ellos por qué le pegaban a quien intentase subir la escalera, con certeza la respuesta sería: "No sé, las cosas siempre se han hecho así aquí."