sábado, 9 de noviembre de 2024

Bendíceme, Señor

Señor, bendice mis manos
para que sean delicadas y sepan tomar sin jamás aprisionar,
que sepan dar sin calcular y tengan la fuerza de bendecir y consolar.
Señor, bendice mis ojos
para que sepan ver la necesidad y no olviden nunca lo que a nadie deslumbra;
que vean detrás de la superficie para que los demás se sientan felices
por mi modo de mirarles.
Señor, bendice mis oídos
para que sepan oír tu voz y perciban muy claramente
el grito de los afligidos;
que sepan quedarse sordos al ruido inútil y la palabrería,
pero no a las voces que llaman y piden que las oigan y comprendan
aunque turben mi comodidad.
Señor, bendice mi boca
para que dé testimonio de Ti y no diga nada que hiera o destruya;
que sólo pronuncie palabras que alivian,
que nunca traicione confidencias y secretos,
que consiga despertar sonrisas.
Señor, bendice mi corazón
para que sea templo vivo de tu Espíritu
y sepa dar calor y refugio;
que sea generoso en perdonar y comprender
y aprenda a compartir dolor y alegría con un gran amor.
Dios mío, que puedas disponer de mí
con todo lo que soy, con todo lo que tengo.

Nobleza de un perro

         Libro Carlitos de 1965

La rueda de un carruaje hirió la pata de un hermoso perro San Bernardo. Éste, cojo y dolorido, regresaba a casa cuando un herrero al verlo le tuvo lástima. Se acercó cariñosamente y le curó su herida.
El perro visitó diariamente a su bienhechor, quedando completamente curado al cabo de una semana.
Sin embargo, las visitas del animal continuaron: eran una prueba de su reconocimiento.
Pasados unos meses, el herrero de nuestro cuento encontró dos perros en la puerta de su taller. Reconoció en uno de ellos a su antiguo amigo, el perro San Bernardo; el otro era un sabueso que tenía una pata herida. 
El herrero, asombrado de la inteligencia y de los nobles sentimientos de aquel animal, se puso a curar al sabueso, mientras el otro le agradecía moviendo la cola.
- Hiciste bien, dijo el herrero, en contar con tu amigo, pues no sólo has hecho una buena acción, sino que me has proporcionado también profunda satisfacción.

viernes, 8 de noviembre de 2024

Himno de alabanza

La noche, el caos, el terror, cuanto a las sombras pertenece
siente que el alba de oro crece y anda ya próximo el Señor.
El sol, con lanza luminosa, rompe la noche y abre el día;
bajo su alegre travesía, vuelve el color a cada cosa.
El hombre estrena claridad de corazón, cada mañana;
se hace la gracia más cercana y es más sencilla la verdad.
¡Puro milagro de la aurora! Tiempo de gozo y eficacia:
Dios con el hombre, todo gracia bajo la luz madrugadora.
¡Oh la conciencia sin malicia! ¡La carne, al fin, gloriosa y fuerte!
Cristo de pie sobre la muerte, y el sol gritando la noticia.
Guárdanos tú, Señor del alba, puros, austeros, entregados;
hijos de luz resucitados en la Palabra que nos salva.
Nuestros sentidos, nuestra vida, cuanto oscurece la conciencia
vuelve a ser pura transparencia bajo la luz recién nacida. Amén.

La ardilla Lili

         Fran García

Había una vez, en el Bosque del Valle, una ardillita llamada Lili que, a pesar de tener todo lo necesario en su vida –nueces, amigos y un hogar acogedor–, sentía que algo le faltaba para ser verdaderamente feliz. Un día, mientras se encontraba cerca del árbol de la anciana lechuza Luna, no pudo evitar suspirar.
– ¿Cuándo conseguiré ser feliz de verdad? –preguntó Lili, dirigiéndose a la sabia lechuza, conocida como la más Anciana del Valle.
Luna, sin siquiera detener su labor en el árbol, le respondió con una calma profunda:
– Cuando te canses.
Lili parpadeó, sorprendida.
– ¿Cansarme? ¿Cansarme de qué?, preguntó, llena de curiosidad.
Luna le sonrió con dulzura, posando sus ojos brillantes en la ardillita.
– Cuando te canses de preocuparte por lo que vendrá mañana, de compararte con los demás animales del bosque, de recordar lo que ya pasó, lo que se fue o lo que pudo haber sido. Cuando dejes de mirar lo que crees que te falta y empieces a ver lo que realmente tienes.
La anciana continuó, con una voz que parecía flotar en el aire:
– Cuando te canses de luchar contigo misma y comiences a escuchar los deseos de tu propio corazón. Como la semilla que se abre paso a través de la tierra, llegará un momento en el que nazca en ti una decisión firme: la de elegir ser feliz por encima de cualquier otra posibilidad.
Lili escuchó atentamente, y sus ojos comenzaron a brillar con una nueva comprensión. Tal vez la felicidad no estaba en buscar algo que aún no tenía, sino en elegir, desde lo más profundo de su corazón, disfrutar cada momento y valorar la vida.
Desde aquel día, Lili comenzó a ver el mundo de otra manera. Ya no buscaba fuera lo que siempre había estado dentro de ella.

martes, 5 de noviembre de 2024

Señor, tenemos hambre y sed

Señor, tenemos hambre y sed...
de amor, de esperanza, de alegría, de entrega,
y Tú nos dices: Venid, comed pan sin pagar, bebed vino y leche de balde.
La oración en un banquete, la Eucaristía es un banquete,
la solidaridad es un banquete.
Pero ponemos excusas:
somos demasiado jóvenes o demasiado viejos,
tenemos mucho que estudiar o mucho que divertirnos,
el trabajo ocupa todo nuestro tiempo,
hoy no puedo, tengo prisa, quizá mañana.
¿Qué nos pasa, Señor?
Tenemos sed y no bebemos el agua más fresca.
Tenemos hambre y no comemos el pan más tierno.
Tenemos frío y no nos acercamos al fuego que no se apaga.
Nos sentimos solos y no nos dejamos acompañar por Ti.
Señor, te pido que, al menos hoy, no te ponga excusas
y me acerque a Ti, sin miedos, sin reservas, sin prisas.
Que al menos hoy acepte el pan de tu amor y el vino de tu alegría.
Que al menos hoy sepa servir a quien me necesite.
Que al menos hoy sepa compartir la alegría de ser tu hijo.

La casa en el cielo

Un hombre muy rico murió y fue al cielo. San Pedro le dijo que le iba a dar una vuelta para que lo conociera en su totalidad. 
 Esta es, le dijo, la Quinta Avenida del cielo y ahí, en ese palacio, reside uno de sus criados.
Siguieron paseando y el hombre rico pensaba: si uno de mis criados vive en semejante mansión cómo será la mía.
Llegaron a una zona en la que la iluminación era más pobre y las casas muy pequeñitas. Al final de la calle había una casa solitaria y San Pedro le dijo al hombre rico:
 Ésa será su casa.
Nuestro hombre rico se enfadó y protestó.
 No puede ser, tiene que haber un error, le dijo a San Pedro. 
— ¿Cómo puede mi criado habitar en un palacio y yo en semejante casucha?
Y San Pedro le contestó:
— "Aquí construimos las casas con los materiales que cada uno envía desde la tierra."