viernes, 28 de julio de 2023

Himno de Laudes

En esta luz del nuevo día
que me concedes, oh Señor,
dame mi parte de alegría
y haz que consiga ser mejor.
Dichoso yo, si al fin del día
un odio menos llevo en mí,
si una luz más mis pasos guía
y si un error más yo extinguí.
Que cada tumbo en el sendero
me vaya haciendo conocer
cada pedrusco traicionero
que mi ojo ruin no supo ver.
Que ame a los seres este día,
que a todo trance ame la luz,
que ame mi gozo y mi agonía,
que ame el amor y ame la cruz. Amén.

El canto del gallo

        Anthony de Melo

Una anciana mujer observó con qué precisión, casi científica, se ponía a cantar su gallo, todos los días, justamente antes de que saliera el sol, llegando a la conclusión de que era el canto de su gallo el que hacía que el sol saliera.
Por eso, cuando se le murió el gallo, se apresuró a reemplazarlo por otro, no fuera a ser que a la mañana siguiente no saliera el astro rey.
Un día la anciana riñó con sus vecinos y se trasladó a vivir, con su hermana, a unos kilómetros de la aldea. Cuando, al día siguiente, el gallo se puso a cantar, y un poco más tarde comenzó a salir el sol por el horizonte, ella se reafirmó en lo que durante tanto tiempo había sabido: ahora, el sol salía donde ella estaba, mientras que la aldea quedaba a oscuras.
¡Ellos se lo habían buscado! Lo único que siempre le extrañó fue que sus antiguos vecinos no acudieran jamás a pedirle que regresara a la aldea con su gallo.
Pero ella lo atribuyó a la testarudez y estupidez de aquellos ignorantes.

martes, 25 de julio de 2023

Al apóstol Santiago

Santo Apóstol Santiago,
a quien Cristo, “Camino, Verdad y Vida”, mostró su predilección.
Tú presenciaste junto a Pedro y Juan
los grandes acontecimientos de su vida,
y fuiste testigo de la curación de tantos enfermos, que Él realizó.
En ti encontró la disponibilidad para “beber su cáliz”,
siendo tú el protomártir de los Apóstoles.
Como Patrono de España pedimos tu auxilio
fortaleza y sabiduría, luz y acierto para tomar decisiones
y cercanía generosa para quienes ofrecen su colaboración.
Ponemos toda nuestra vida bajo la mano maternal
de Nuestra Señora la Virgen María
en la que encontraste ánimo y fortaleza.
Y tú, como amigo del Señor, acompáñanos en el camino de la vida
hasta el Pórtico de la Gloria
e intercede por nosotros ante Él
para que nos veamos liberados de todo mal. Amén

El Maestro

         María Inés Casalá

Un anciano tenía fama de sabio y la gente acudía a él en busca de consejo. Y cuando un forastero preguntaba por qué le decían maestro, en qué consistía la sabiduría, o qué ciencia dominaba ese hombre que parecía un humilde campesino, la gente no sabía muy bien qué responder.
– Es un hombre feliz, vive en paz con todos, era una de las tímidas respuestas.
Un joven que ansiaba adquirir conocimientos, escuchó hablar de él y se presentó una noche para pedirle que le enseñara. El anciano se sorprendió de la petición, pero aceptó con entusiasmo. Hacía muchos años que vivía solo y le gustó la idea de tener a alguien con quien compartir su tiempo nuevamente.
A la mañana siguiente, se levantaron y encendieron fuego para calentar agua y cocinar el pan que habían dejado preparado la noche anterior. Mientras esperaban que el desayuno estuviera listo, el maestro se sentó en un banquito y se puso a contemplar por la ventana. El discípulo, parado detrás de él, trataba de poner la mirada en el mismo lugar que el maestro, para descubrir qué estaba mirando tan concentrado. Por la ventana sólo se veía el campo, flores silvestres, el gallinero y los perros recibiendo los primeros rayos del sol. A los pocos minutos, el joven se aburrió y se fue a sentar. Tomó un libro de su mochila y comenzó a leer. Sin embargo, a cada momento se distraía y pensaba cómo el maestro podía perder el tiempo sin hacer nada. Cuando el olor a pan inundó la habitación, el maestro se levantó, preparó el té, colocó dos tazas y el pan sobre la mesa. Se sentó, indicó, con un gesto de su mano, al discípulo que hiciera lo mismo y comenzó a comer el pan cortándolo en pedacitos y mojándolos en el té caliente. El discípulo estaba asombrado: el maestro se había olvidado de agradecer la comida. Sin disimular y para que el otro se diera cuenta de su error, agachó la cabeza durante unos instantes como si estuviera rezando. Después, comenzó a comer. Cuando terminaron el desayuno, colocaron cada cosa en su lugar y el maestro le preguntó al joven de qué quería conversar. En el instante en que le iba a contestar, se abrió la puerta de golpe y entró un niño corriendo:

– Maestro, maestro, mire el pescado que he sacado del agua, hoy vamos a comer como reyes.

El maestro se levantó, aplaudió la hazaña del niño y se ofreció para ayudarlo a limpiar el pescado. Mientras tanto, le preguntó por toda la familia, y le explicó varias maneras de cocinarlo. Antes de que se fuera, le regaló un pequeño recipiente con un condimento especial para darle más sabor a la preparación.
El discípulo estaba asombrado y desconcertado. Ya había pasado más de medio día y no había aprendido nada.
A partir del momento en que el niño dejó la casa, cada vez que el maestro se iba a poner a conversar con él, alguien del pueblo interrumpía la conversación. Iban a pedirle algo o a llevarle un pequeño regalo -unas patatas, una lechuga, unas frutas-, como agradecimiento por alguna ayuda que él les había dado. Pasó el día y anocheció. El maestro cortó las verduras y puso el caldo en el fuego, mientras amasaba con mucha dedicación el pan para el día siguiente. Comieron y se fueron a dormir.
Los días siguientes fueron más o menos similares: pasaban las horas yendo de un lugar a otro, ayudando o visitando a las personas del pueblo; trabajaban la pequeña huerta; alimentaban a las gallinas y juntaban los huevos que regalaban al que los necesitaba. Una noche, entre la respiración profunda del maestro y la bronca acumulada por no aprender nada nuevo, el discípulo daba vueltas en la cama sin poder dormir. No sabía si irse o quedarse. Por fin, casi entrada la madrugada decidió probar durante un día más. Al amanecer, el maestro se levantó, se desperezó y encendió el fuego para el desayuno.
Puso el agua a calentar, el pan a cocinar, y se sentó en el banquito a mirar por la ventana.
Así lo encontró el joven cuando despertó. Se dio cuenta de que todo iba a seguir igual que los días anteriores. Al enfado que había acumulado se le sumó el mal dormir y estalló:
– ¡Yo vine a buscar sabiduría, a entender las cosas de la vida, a aprender a vivir mejor, y lo que me encuentro es alguien con una vida común, diría que vulgar, que ni siquiera es capaz de tener un momento para reflexionar y agradecer al Creador todo lo que ha recibido de él!
El maestro lo miró con los ojos tristes; una expresión que nunca antes le había visto. Y le contestó:
– Cuando contemplo la mañana por la ventana, veo las flores, huelo su perfume y de esa manera, usando mis ojos y mi olfato para gozar de lo que Dios hizo para nosotros, lo alabo. El campo y el gallinero, son los que nos ofrecen la comida de cada día y, al mirarlos, no me queda más que agradecer por la vida. Los perros descansando me recuerdan que pasaron toda la noche en vela cuidándonos mientras dormimos.
Esto me lleva a agradecer a Dios que en todo momento y sin descanso tiene sus ojos puestos en nosotros para acompañarnos, para cuidarnos y para hacernos felices. Eso me llena de alegría y paz. Ya no necesito nada más, porque estoy seguro de que Dios está conmigo. Cada persona que llama a mi puerta me hace sentir útil, necesario, querido. Cada vez que recibo un pequeño regalo de la gente humilde de la aldea, siento que es Dios mismo quien me lo da, sirviéndose de las manos de los demás y me recuerda, así, que no soy el único que puede dar.
El discípulo estaba tan enojado que casi no escuchó las palabras del anciano. Agradeció, por educación, el hospedaje y volvió a su pueblo, olvidándose por mucho tiempo de lo que el maestro le había dicho.
Allí, conoció una chica de quien se enamoró. Se casaron y formaron una familia.
Cierto día, al volver de trabajar en el campo, vio desde lejos a sus hijos jugando. Se acercó despacio y detrás de un árbol se quedó mirando. Así lo descubrió su esposa que le preguntó:
– ¿Qué estás haciendo acá? ¿Qué haces mirando a los niños jugar?
– Estoy mirando la maravilla más grande que Dios nos ha regalado, estoy alabándolo mientras escucho sus gritos y sus cantos, estoy dando gracias por el trabajo que me permite traerles todos los días un pedazo de pan, y estoy dando gracias a Dios, porque si yo, que soy muy débil, cuido de ellos y me preocupo, cuánto más él con todo su poder y su inmenso amor.
Ese día el hombre recordó las palabras de su maestro y entendió la sabiduría.

domingo, 23 de julio de 2023

Himno de alabanza

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu,
salimos de la noche y estrenamos la aurora;
saludamos el gozo de la luz que nos llega
resucitada y resucitadora.
Tu mano acerca el fuego a la tierra sombría,
y el rostro de las cosas se alegra en tu presencia;
silabeas el alba igual que una palabra;
tu pronuncias el mar como sentencia.
Regresa, desde el sueño, el hombre a su memoria,
acude a su trabajo, madruga a sus dolores;
le confías la tierra, y a la tarde la encuentras
rica de pan y amarga de sudores.
Y tú te regocijas, oh Dios, y tu prolongas
en sus pequeñas manos tus manos poderosas;
y estáis de cuerpo entero los dos así creando,
los dos así velando por las cosas.
¡Bendita la mañana que trae la noticia
de tu presencia joven, en gloria y poderío,
la serena certeza con que el día proclama
que el sepulcro de Cristo está vacío! Amén.

Regalos de Dios

Se cuenta que en la plaza del pueblo habían abierto una nueva tienda con un rótulo que decía:” Regalos de Dios”.
Un ángel atendía a los clientes.
- ¿Qué es lo que vendes, ángel del Señor? pregunté.
- Vendo todos los dones de Dios.
- ¿Son muy caros?
- No, los dones de Dios son todos grauitos.
Las estanterías estaban llenas de ánforas de amor, frascos de fe, cajas de salvación y muchas cosas más.
Yo tenía gran necesidad de todas esas cosas.
Me armé de valor y le dije al ángel:
- Dame, por favor, bastante amor de Dios, dame perdón de Dios, una bolsa de esperanza, un frasco de fe y una caja de salvación.
Todo lo que había pedido me fue servido en una cajita diminuta. Sorprendido, le pregunté:
- ¿Está todo ahí?
El ángel me explicó:
- Ahí está todo. Dios no da nunca frutos maduros. Él sólo da semillas que cada cual tiene la obligación de cultivar y hacer crecer.