sábado, 7 de enero de 2023

Pedir, buscar, llamar

              J. Mª Rodríguez Olaizola sj

Sí, Señor, yo te pido el pan de cada día,
la paz en las fronteras, la luz de tu palabra.
Pido que no me falte sencillez en los gestos,
cordura en el afecto, limpieza en la mirada.
Busco tu voz discreta, que ni grita ni abruma,
tu presencia callada, que todo lo transforma.
Voy buscando en mi entorno de tu paso las huellas,
de tu cruz las secuelas, de tu amor los reflejos.
Y llamo, sí, te llamo en los días felices
y en las noches oscuras.
Es tu nombre un tesoro que comparto, en voz baja,
sintiendo que al llamarte la bruma se disipa
y enciendes la esperanza...

Bulá el viajero

        Pedro Pablo Sacristán

Hace muchos, muchos años, un gran señor llamado Bulá reconoció en el cielo signos nunca vistos. Anunciaban la llegada del más grande de los reyes que el mundo hubiera conocido. Asombrado por tanto poder, el rico señor decidió salir en su búsqueda con la intención de ponerse al servicio de aquel poderoso rey y así ganar un puesto de importancia en el futuro imperio. Juntando todas sus riquezas, preparó una gran caravana y se dirigió hacia el lugar que indicaban los signos. Pero no contaba aquel poderoso señor con que el camino era largo y duro.
Muchos de sus sirvientes cayeron enfermos, y él, que era bondadoso, se ocupó de ellos, gastando grandes riquezas en sabios y doctores. Cruzaron también zonas tan secas, que sus habitantes morían de hambre por decenas, y les permitió unirse a su viaje, dándoles vestido y alimento. Encontró grupos de esclavos tan horriblemente maltratados que decidió comprar su libertad, constándole grandes sumas de oro y joyas. Los esclavos, agradecidos, también se unieron a Bulá.
Tan largo fue el viaje, y tantos los que terminaron formando aquella caravana, que cuando llegaron a su destino, apenas quedaban algunas joyas, una pequeñísima parte de las que había reservado como regalo para el gran rey. Bulá descubrió el último de los signos, una gran estrella brillante tras unas colinas, y se dirigió allí cargando sus últimas riquezas.
Camino hacia el palacio del gran rey se cruzó con muchos caminantes pero se sorprendió, porque pocos eran gente noble y poderosa; la mayoría eran pastores, hortelanos y gente humilde. Viendo sus pies descalzos, y pensando que de poco servirían sus escasas riquezas a un rey tan poderoso, terminó por repartir entre aquellas gentes las últimas joyas que había guardado.
Definitivamente, sus planes se habían torcido del todo. Ya no podría siquiera pedir un puesto en el nuevo reino. Y pensó en dar media vuelta, pero había pasado por tantas dificultades para llegar hasta allí, que no quiso marcharse sin conocer al nuevo rey del mundo.
Así, continuó andando, sólo para comprobar que tras una curva el camino terminaba. No había rastro de palacios, soldados o caballos. Tan sólo podía verse, a un lado del camino, un pequeño establo donde una humilde familia trataba de protegerse del frío. Bulá, desanimado por haberse perdido de nuevo, se acercó al establo con la intención de preguntar a aquellas gentes si conocían la ruta hacia el palacio del nuevo rey.
- Traigo un mensaje para él -explicó mostrando un pergamino-. Me gustaría ponerme a su servicio y tener un puesto importante en su reino.
Todos sonrieron al oír aquello, especialmente un bebé recién nacido que reposaba en un pesebre. La mujer dijo, extendiendo la mano y tomando el mensaje:
- Deme el mensaje, yo lo conozco y se lo daré en persona.
Y acto seguido se lo dio al niño, que entre las risas de todos lo aplastó con sus manitas y se lo llevó a la boca, dejándolo inservible.
Bulá no sonrió ante aquella broma. Destrozado al ver que apenas tenía ya nada de cuanto un día llegó a poseer, cayó al suelo, llorando amargamente. Mientras lloraba, la mano del bebé tocó su pelo. El hombre levantó la cabeza y miró al niño. Estaba tranquilo y sonriente, y era en verdad un bebé tan precioso y alegre, que pronto olvidó sus penas y comenzó a juguetear con él.
Allí permaneció casi toda la noche el noble señor, acompañando a aquella humilde familia, contándoles las aventuras y peripecias de su viaje, y compartiendo con ellos lo poco que le quedaba. Cuando ya amanecía, se dispuso a marchar, saludando a todos y besando al niño. Este, sonriente como toda la noche, agarró el babeado pergamino y se lo pegó en la cara, haciendo reír a los presentes. Bulá tomó el pergamino y lo guardó como recuerdo de aquella agradable familia.
Al día siguiente inició el viaje de vuelta a su tierra. Y no fue hasta varios días después cuando, recordando la noche en el establo, encontró el pergamino entre sus ropas y volvió a abrirlo. Las babas del bebé no habían dejado rastro del mensaje original. Pero justo en aquel momento, mientras miraba el papiro, finísimas gotas de agua y de oro llenaron el aire y se fueron posando lentamente en él. Y con lágrimas de felicidad rodando por las mejillas, Bulá pudo leer: ‘Recibí tu mensaje. Gracias por tu visita y por los regalos que trajiste de tus tierras para todos mis amigos que fuiste encontrando por el camino. Te aseguro que ya tienes un Gran Puesto en mi Reino.
                        Firmado.: Jesús, Rey de Reye
s

viernes, 6 de enero de 2023

Tres Reyes Magos

    Canto de Carmelo Erdozain

1. Tres reyes magos llegan de Oriente,
TRES REYES MAGOS LLEGAN DE ORIENTE,
TRAEN AL NIÑO RICOS PRESENTES.
Melchor y Gaspar, Gaspar, Baltasar
adoran al Niño en un Portal.
MELCHOR Y GASPAR, GASPAR, BALTASAR
ADORAN AL NIÑO EN UN PORTAL.
CRISTIANOS, VENID, VENID A ADORAR,
QUE DIOS HA NACIDO Y ES NAVIDAD. (BIS)
2. Tres Reyes magos cruzan fronteras,
TRES REYES MAGOS CRUZAN FRONTERAS,
POR SUS SENDEROS VIENE UNA ESTRELLA.
Senderos de AMOR, sendero de PAZ,
senderos abiertos a la AMISTAD.
SENDEROS DE AMOR, SENDERO DE PAZ,
SENDEROS ABIERTOS A LA AMISTAD.
CRISTIANOS, VENID, VENID A ADORAR,
QUE DIOS HA NACIDO Y ES NAVIDAD. (BIS)



Regalos de Navidad

             Pedro Pablo Sacristán (modificado)

La Conferencia de Regalos de Navidad de aquel año estaba llena hasta la bandera. A ella habían acudido todos los jugueteros del mundo, y muchos otros que no eran jugueteros pero que últimamente solían asistir, y los que no podían faltar nunca, los repartidores: los Tres Reyes Magos y sus pajes. Como todos los años, las discusiones tratarían sobre qué tipo de juguetes eran más educativos o divertidos, cosa que mantenía durante horas discutiendo a unos jugueteros con otros, y sobre el tamaño de los juguetes. Sí, sí, sobre el tamaño discutían siempre, porque los Reyes se quejaban de que cada año hacían juguetes más grandes y les daba verdaderos problemas transportar todo aquello...
Pero algo ocurrió que hizo aquella conferencia distinta de las anteriores: se coló un niño. Nunca jamás había habido ningún niño durante aquellas reuniones, y para cuando quisieron darse cuenta, un niño estaba sentado justo al lado de los reyes magos, sin que nadie fuera capaz de decir cuánto tiempo llevaba allí, que seguro que era mucho. Y mientras los Pajes discutían con un importante juguetero sobre el tamaño de una muñeca muy de moda, y éste les gritaba acaloradamente "¡estáis muy gordos por comer lo que os dejan en los balcones, que si estuvierais más delgados os cabrían más cosas en los camellos!", el niño se puso en pie y dijo:
- No discutáis. Yo entregaré todo lo que no puedan llevar ni los Reyes ni sus pajes.
Los asistentes rieron a carcajadas durante un buen rato sin hacerle ningún caso. Mientras reían, el niño se levantó, dejó escapar una lagrimita y se fue de allí cabizbajo...
Aquella noche de Reyes fue como casi todas, pero algo más fría. En la calle todo el mundo continuaba con sus vidas y no se oía hablar de todas las historias y cosas preciosas que ocurren en la noche de Reyes. Y cuando los niños recibieron sus regalos esa noche de Reyes, apenas les hizo ilusión, y parecía que ya a nadie le importase aquella fiesta.
En la conferencia de regalos del año siguiente, todos estaban preocupados ante la creciente falta de ilusión con se afrontaba aquella noche de Reyes. Nuevamente comenzaron las discusiones de siempre, hasta que de pronto apareció por la puerta el niño de quien tanto se habían reído el año anterior, triste y cabizbajo. Esta vez iba acompañado de su madre, una hermosa mujer. Al verla, los tres Reyes dieron un brinco: "¡María!", y corriendo fueron a abrazarla. Luego, la mujer se acercó al estrado, tomó la palabra y dijo:
- Todos los años, mi hijo celebraba su cumpleaños con una gran fiesta, la mayor del mundo, y lo llenaba todo con sus mejores regalos para grandes y pequeños. Ahora dice que no quiere celebrarlo, que a ninguno de ustedes les gusta su fiesta, que sólo quieren otras cosas... ¿se puede saber qué le han hecho?
La mayoría de los presentes empezaron a darse cuenta de la que habían liado. Entonces, un anciano juguetero, uno que nunca había hablado en aquellas reuniones, se acercó al Niño, se puso de rodillas y dijo:
- Perdón, mi Dios; yo no quiero ningún otro regalo que no sean los tuyos. Aunque no lo sabía, tú siempre habías estado entregando aquello que no podían llevar ni los Reyes ni sus pajes, ni nadie más: el amor, la paz, y la alegría. Y el año pasado los eché tanto de menos... perdóname.
Uno tras otro, todos fueron pidiendo perdón al Niño, reconociendo que eran suyos los mejores regalos de la Navidad, esos que colman el corazón de las personas de buenos sentimientos, y hacen que cada Navidad el mundo sea un poquito mejor...

miércoles, 4 de enero de 2023

Alfarero del hombre

            Liturgia de las Horas

Alfarero del hombre, mano trabajadora
que, de los hondos limos iniciales,
convocas a los pájaros a la primera aurora,
al pasto, los primeros animales.
De mañana te busco, hecho de luz concreta,
de espacio puro y tierra amanecida.
De mañana te encuentro, Vigor, Origen, Meta
de los sonoros ríos de la vida.
El árbol toma cuerpo, y el agua melodía,
tus manos son recientes en la rosa;
se espesa la abundancia del mundo a mediodía
y estás de corazón en cada cosa.
No hay brisa, si no alientas, monte, si nos estás dentro,
ni soledad en que no te hagas fuerte.
Todo es presencia y gracia.
Vivir es ese encuentro:
Tú, por la luz; el hombre, por la muerte.
¡Que se acabe el pecado! ¡Mira que es desdecirte
dejar tanta hermosura en tanta guerra!
Que el hombre no te obligue, Señor, a arrepentirte
de haberle dado un día las llaves de la tierra.

El eco de la vida

Un hijo y su padre estaban caminando en las montañas. De repente, el hijo se cayó, se lastimó y gritó: ¡AAAhhhhhhhhhhhhhhh!
Para su sorpresa, oyó una voz repitiendo, en algún lugar en la montaña: ¡AAAhhhhhhhhhhhhhhh!
Con curiosidad, el niño gritó: -¿Quién eres tú?-
Recibió de respuesta: -¿Quién eres tú?
Enfadado con la respuesta, gritó: - ¡Cobarde!
Recibiendo la respuesta: ¡Cobarde!
Miró a su padre y le preguntó: - ¿Qué sucede?
El padre sonrió y dijo: - Hijo mío, presta atención
Y entonces el padre gritó a la montaña: - ¡Te admiro!
La voz respondió: ¡Te admiro!-
De nuevo el hombre gritó: - ¡Eres un campeón!
La voz respondió: ¡Eres un campeón!
El niño estaba asombrado, pero no entendía.
Luego el padre explicó:
- La gente lo llama ECO, pero en realidad es la VIDA, te devuelve todo lo que dices o haces. Nuestra vida es simplemente reflejo de nuestras acciones. Si deseas más amor en el mundo, crea más amor a tu alrededor, si deseas más competitividad en tu grupo, ejercita tu competencia. Esta relación se aplica a todos los aspectos de la vida. La vida te dará de vuelta aquello que tú le has dado.-
Tu vida no es una coincidencia, es un reflejo de ti mismo

martes, 3 de enero de 2023

¡Quién lo viera y fuera yo!

Ver a Dios en la criatura, ver a Dios hecho mortal
y ver en humano portal la celestial hermosura.
¡Gran merced y gran ventura a quien verlo mereció!
¡Quién lo viera y fuera yo!
Ver llorar a la alegría, ver tan pobre a la riqueza,
ver tan baja a la grandeza y ver que Dios lo quería.
¡Gran merced fue en aquel día la que el hombre recibió!
¡Quién lo viera y fuera yo!
Poner paz en tanta guerra, calor donde hay tanto frío,
ser de todos lo que es mío, plantar un cielo en la tierra.
¡Qué misión de escalofrío la que Dios nos confió!
¡Quién lo hiciera y fuera yo! Amén.

Pierre, el niño de los zuecos

Pierre era un niño muy pobre. No tenía padres, así que vivía con una tía, una mujer muy avariciosa y egoísta. Sin embargo, el pequeño, a pesar de no tener nada y de no recibir cariño de parte de su tía, era bondadoso y muy generoso con los demás.
La tía de Pierre nunca le felicitaba por nada. Ni le daba besos, ni abrazos… ni siquiera le compraba zapatos. Así que el pequeño aprendió a trabajar el arte de la madera para tallar unos zuecos con los que podía caminar sobre la fría nieve en invierno.
El día de Nochebuena, Pierre estaba muy contento y nervioso. Sabía que esa noche llegaría Santa Claus, y pensaba poner sus zuecos junto a la chimenea para que dejara allí los regalos, si es que recibía alguno.
Pero esa noche, al volver a casa después de hacer un recado para su tía, vio en una esquina, tiritando de frío, a un niño muy pobre. Lo cierto es que no le conocía, así que pensó que debía ser extranjero.
El niño estaba acurrucado al lado de una pared, junto a una caja de madera con herramientas. Vestía una túnica blanca, no tenía abrigo… ¡ni zapatos! El pequeño estaba descalzo, y tenía los pies morados por el frío.
A Pierre le dio mucha pena ese niño, y le regaló uno de sus zuecos, a pesar de que quería poner los dos para Santa Claus junto a la chimenea.
La tía de Pierre se dio cuenta de que le faltaba uno de los zuecos y le regañó:
– ¡Ya has perdido uno de tus zuecos! ¿Cómo puedes ser tan desastroso? Ahora querrás quitarme un tronco de madera para tallarte otro. ¡Ni lo sueñes! ¡La madera cuesta mucho dinero! ¡Esta noche vendrá el Tío Latiguillo en lugar de Santa Claus!
Pierre se asustó mucho: el Tío Latiguillo llevaba carbón a los niños que no se portaban bien en Francia. ¿Y si le castigaban por haber dado aquel zueco al niño?
Pero a la mañana siguiente, el pequeño Pierre se llevó una gran alegría: junto al zueco que había dejado al lado de la chimenea, había un montón de regalos: un abrigo, bufandas, ropa de lana, botas y unos zuecos nuevos.
Pierre fue a la ventana para ver si aún podía reconocer a Santa Claus para darle las gracias. El trineo de Santa Claus no lo vio. Sin embargo a lo lejos pudo distinguir al niño al que la noche anterior había regalado su zueco. Y de pronto se dio cuenta: ¡Era el niño Jesús!

domingo, 1 de enero de 2023

Canto paz

Canto paz por quienes enmudecen
porque sienten su ausencia y su tardanza,
los que sufren, perdida la paciencia,
quienes callan, cautiva la esperanza.
Pido paz, que muchos no la alcanzan
si falta de sus mesas el sustento,
si olvidaron sus cuerpos los abrazos,
si pueblan sus hogares los silencios.
Digo paz, y anunciarla ya es canto de niño,
Verbo, carne y Dios eterno,
que incendia con ternuras lo apagado,
que da lumbre y abrigo a tanto invierno.
Hablo paz, villancico y misterio,
que convierte una noche en Noche Santa.
Rezo paz, miro al mundo
y prometo cantar la paz para quien no la canta.

La tacita del príncipe Juan

Cuenta la leyenda que había un rey obsesionado con el arte y la belleza. Encargaba que le trajeran de todos los rincones del globo las piezas más extraordinarias. Con el tiempo, su colección se convirtió en una de las maravillas del mundo.
De entre todos los objetos que atesoraba, su favorito era un cuenco de porcelana en el que bebía siempre. Lo había cocido un artesano de China que había dedicado la vida entera a descubrir el secreto de los esmaltes. La pieza era fina y suave como la seda, los colores que adornaban su filo eran brillantes como un día de sol y tenía unos adornos de oro que hacían las veces de asas. El rey cuidaba aquel objeto como su mayor tesoro.
Cuando nació el príncipe Juan el rey decidió que, en cuanto su hijo dejase de mamar, el pequeño sólo comería y bebería en ese recipiente. Y el día en que el pequeño cumplió su primer año, el rey se dispuso a disfrutar del espectáculo de verle comer en su cuenco por primera vez.
Estaba casi acabando la comida cuando, en un descuido, el pequeño le dio un manotazo al cuenco que estalló contra el suelo. Se había roto en unos cuantos pedazos. El pequeño no se asustó, pero el rey no podía controlar su disgusto y se puso a chillar desaforadamente. El príncipe, que no entendía nada, se reía a carcajadas mientras su padre mandaba recoger con cuidado todas las piezas y buscar al hombre que lo había fabricado para que lo arreglase.
El día que sus emisarios regresaron con el cuenco reparado el rey lo sacó de su estuche. Su decepción fue enorme. El artesano había pegado los trozos de porcelana con una resina mezclada con oro. Se veía perfectamente por dónde se había roto. Aquellas venas doradas que lo recorrían le iban a recordar siempre el día en que el príncipe Juan lo rompió.
El rey mandó que fueran de nuevo en busca del ceramista. Necesitaba que le explicase por qué había hecho aquello en vez de arreglar la porcelana hasta conseguir que no quedase ninguna huella del desperfecto, como le había encargado.
Al volver, sus emisarios traían el cuenco exactamente igual, con aquella reparación dorada, y una carta para el rey:
“Majestad –empezaba la misiva–, lamento profundamente que usted no haya sabido valorar la belleza del Kintsugui, que es como se llama el arte de la reparación que conserva la magia de la rotura. En la vida, hasta las cosas que suceden y no nos gustan, se pueden utilizar para mejorar. Todo tiene su propia belleza. Un objeto sólo se puede romper del mismo modo una sola vez. Esa rotura es un momento irrepetible. Como también es único el hecho de ver comer a un hijo por primera vez o el día en que da sus primeros pasos. Debería valorar la rotura de la taza y mi reparación como una fortuna. Fabriqué diez tacitas exactamente iguales a la suya, que están repartidas por el mundo. Todas están en manos de los hombres más poderosos del planeta y son obras de arte. Pero la suya, Majestad, es la única en la que ha comido el príncipe Juan. Y, ahora, ese cuenco no podrá confundirse con ningún otro. Es distinto a cualquiera que yo pueda fabricar. Espero que aprenda a valorarlo”.
El rey comprendió las palabras del artesano y por primera vez miró la taza con otros ojos.
Seguía siendo muy bonita, tal vez más, con esos brillos de oro.
Ahora sí que era la tacita del príncipe Juan, ¡y era un objeto nuevo

Moraleja: El Kintsugui es un arte japonés. Consiste en arreglar fracturas de la cerámica con un barniz de resina y metales preciosos. Pero el Kitsugui es mucho más, es una filosofía que se fundamenta en que la belleza de los objetos reside en su historia; y en que las roturas, y reparaciones, son trasformaciones que le otorgan a las cosas un valor añadido.
Una fractura es, para los artistas del Kintsugui, un momento único, completamente irrepetible, que puede enriquecer la vida. Vamos a practicar el Kintsugui en este Año Nuevo recién estrenado.