viernes, 24 de noviembre de 2017

Súplica al Espíritu Santo

Danos tu don de sabiduría, 
que nos lleve a contemplar y saborear la Palabra del Padre, 
para poder anunciar a los demás nuestra experiencia de Cristo.
Danos tu don de entendimiento, 
para conocer los puntos débiles de nuestra vida.
Danos tu don de piedad, que despierte en nosotros 
tus gemidos inefables haciéndonos suspirar: Abba, Padre.
Danos tu don de fortaleza, para velar y luchar, con entera fidelidad, 
allí donde nos sentimos más vulnerables.
Danos el carisma de discernimiento de los espíritus, 
para seguir sólo y siempre tus inspiraciones.
Destierra de nuestro corazón la tibieza y la desolación espiritual; 
la disensión, la inclinación a las cosas terrenas 
y el sofocante sentimiento de estar lejos de ti. 
Convierte cada instante de nuestra vida en una liturgia viva 
y una alabanza de gloria al Padre, al Hijo 
y a Ti, Espíritu Santo, que eres uno con ellos.  Amén.

El cesto de carbón

Se cuenta la historia de un anciano que vivía con su nieto en una hermosa granja en las montañas. Cada mañana, el abuelo se levantaba muy temprano y sentándose en la mesa de la cocina, comenzaba a leer su vieja y estropeada Biblia.
Su nieto quería ser igual que su abuelo y por un tiempo trató de imitarlo, sentándose con él a leer la Biblia. Pero un día, el joven preguntó:
– Abuelo, yo intento leer la Biblia, me gusta, pero yo no la entiendo, y cuando logro entender algo, se me olvida en cuanto cierro el libro. ¿Qué hay de bueno en leer la Biblia?
El abuelo, calladamente, dejó de echar carbón en la estufa y entregándole el viejo canasto de carbón a su nieto, le dijo:
– Baja con el canasto de carbón al río y tráeme el canasto lleno de agua.
El muchacho hizo tal y como su abuelo le dijo, pero toda el agua se salió antes de que él pudiera volver a la casa. El abuelo se rió y le dijo:
– Tendrás que moverte un poco más rápido la próxima vez, y lo envió nuevamente al río con el canasto de carbón.
Esta vez, el muchacho corrió más rápidamente, pero de nuevo el canasto estaba vacío antes de que llegara de vuelta a la casa. Ya sin respiración, le dijo a su abuelo que era imposible llevar agua en un canasto, y fue a conseguir un balde a cambio.
Pero el anciano le respondió:
– Yo no quiero un balde lleno de agua… ¡yo quiero un canasto lleno de agua!… Tú lo puedes hacer, simplemente no lo estás intentando lo suficiente, así que ve de nuevo al río e inténtalo una vez más.
A estas alturas el muchacho sabía que era imposible, pero quería mostrarle a su abuelo que aun cuando corriese tan rápido como podía, el agua se saldría del canasto antes que llegase a casa.
Así que el muchacho sacó el agua del río y corrió tan rápido como pudo, pero cuando llegó donde su abuelo el canasto estaba de nuevo vacío. Ya sin poder respirar, dijo:
– ¡Mira abuelo, esto es inútil!
– ¿Por qué piensas que es inútil?, le dijo el anciano, mira dentro del canasto.
El muchacho miró y por primera vez comprendió que el canasto parecía diferente… en lugar de un sucio canasto carbonero, había un canasto limpio y resplandeciente.
– Hijo, dijo el abuelo, esto es lo que pasa cuando tú lees la Biblia… tal vez no puedes entender o recordar todo lo que has leído, pero cuando la lees, te irá cambiando el interior. Esa es la obra de Dios en nuestras vidas. Él quiere cambiarnos desde adentro hacia fuera… y lentamente transformarnos en la imagen de su amado Hijo.

miércoles, 22 de noviembre de 2017

Oración del músico

Señor, Gracias por el don, de expresar la fe, a través de la música;
De poder unirme al gozo incesante que hay en el cielo,
de exaltar tu Santo Nombre junto con los coros celestiales.
Ayúdame a tener coherencia con lo que canto y con lo que vivo.
Unge todo mi ser entero, para ser portador de consuelo
para las almas sedientas de Ti.
Enséñame a servirte con humildad, con regocijo.
Con devoción y respeto en el Banquete Eucarístico.
Tu sabes Señor que no soy digno
Pero me has mirado con misericordia….
Que no sea un metal que resuene hueco y vacío,
lléname con Tu Santo Espíritu, para ser instrumento
que disipe la oscuridad, convirtiendo los corazones a Ti,
produciendo los mejores frutos en mí y en mis hermanos.
Gracias Dios por permitirme entonar un nuevo canto de amor cada día.
Hoy como los ángeles, quiero elevar un canto
de loor, alabanza y gloria para Ti.
Hoy como el Rey David, quiero entonar mi canto,
para alejar la maldad y la intranquilidad del corazón humano;
Hoy como María, quiero proclamar las grandezas de tu amor,
humillándome y sirviéndote de corazón;
Hoy como los niños, quiero entonar mi canto,
con el gozo de saberme tu hijo Señor.
Quiero unirme al canto del necesitado que pide justicia y libertad:
Quiero unirme al canto del niño explotado, del indigente, del anciano,
de todos los hombres y mujeres que claman tu misericordia Señor.
Gracias Señor, por darme esta bella gracia
De tocar, de cantar la alegría de tu salvación en unión de tu Pueblo Peregrino

El cantor de ópera

Pedro Pablo Sacristán

A la pequeña ciudad de Chiquitrán llegó un día en tren llevando una gran maleta un tipo curioso. Se llamaba Matito, y tenía una pinta totalmente corriente; lo que le hacía especial es que todo lo que hablaba, lo hacía cantando ópera. Daba igual que se tratara de responder a un breve saludo como "buenos días"; él se aclaraba la voz y respondía cantando:
- Bueeeeenos diiiiiiias tenga usteeeeeeeed.
Y la verdad, a casi todo el mundo se le hacía bastante pesadito el tal Matito. Nadie era capaz de sacarle una palabra normal, y como tampoco se sabía muy bien cómo se ganaba la vida y vivía bastante humildemente, utilizando siempre el mismo traje viejo de segunda mano, a menudo le trataban con desprecio, burlándose de sus cantares, llamándole "don nadie", "pobretón" y "gandul".
Pasaron algunos años, hasta que un día llegó un rumor que se extendió como un reguero de pólvora por toda la ciudad: Matito había conseguido un papel en una ópera importantísima de la capital, y todo se llenó con carteles anunciando el evento. Nadie dejó de ver y escuchar la obra, que fue un gran éxito, y al terminar, para sorpresa de todos en su ciudad, cuando fue entrevistado por los periodistas, Matito respondió a sus preguntas muy cortésmente, con una clara y estupenda voz.
Desde aquel día, Matito dejó de cantar a todas horas, y ya sólo lo hacía durante sus actuaciones y giras por el mundo. Algunos suponían por qué había cambiado, pero otros muchos aún no tenían ni idea y seguían pensando que estaba algo loco. No lo hubieran hecho de haber visto que lo único que guardaba en su gran maleta era una piedra con un mensaje tallado a mano que decía: "Practica, hijo, practica cada segundo, que nunca se sabe cuándo tendrás tu oportunidad", y de haber sabido que pudo actuar en aquella ópera sólo porque el director le oyó mientras compraba un vulgar periódico.

martes, 21 de noviembre de 2017

A la luz de tu presencia

Cristo Jesús, Maestro bueno,
Que tu presencia inunde por completo mi ser 
y tu imagen se marque a fuego en mis entrañas, 
para que pueda yo vivir reproduciendo tu Imagen en mí…
Quiero pensar como Tú pensabas, hablar como Tú hablabas, 
tener tus sentimientos y compartir tu amor.
Que pueda yo, como Tú, servir y no ser servido; 
olvidarme de mí y ser aliento y esperanza para mis compañeros de camino…
Que sea yo, a la luz de tu presencia, sensible y misericordioso; 
paciente, manso y humilde; sincero y veraz.
Sé Tú, Maestro Divino, en cada uno de los instantes de mi vida 
y en cada una de mis acciones:
Mi Luz, mi Guía, mi Fuerza, mi Camino, mi Vida,  mi Maestro. 

Las tres preguntas del Emperador

Resumen de un cuento de Leon Tolstoi

Un día se le ocurrió al emperador que si supiera las respuestas a tres preguntas, nunca se equivocaría al tomar decisiones. Las preguntas eran:
¿Cuándo es el mejor momento para hacer algo? 
¿Quiénes son las personas más importantes con las que debo trabajar? 
¿Cuál es el tema más importante del que debo ocuparme en cada momento?
Por supuesto que convocó a todo aquel que tuviera algo que decir sobre el tema, prometiendo riquezas múltiples para aquel cuya respuesta fuera la más convincente.
A la primera pregunta respondieron que lo mejor sería hacer un programa y seguirlo al pie de la letra; otro dijo que era vano seguir ningún programa y que debía estar atento y decidir en cada momento que era lo más importante; otro dijo que lo practico era rodearse de un comité de sabios que en cada momento decidirían qué hacer y cuándo hacerlo; otro dijo que lo útil era resolver cada cosa según se presentaba sin mayor dilación.
A la segunda pregunta también hubo respuestas variadas, alguien hablo de confianza en los administradores, otro dijo que los más importantes eran los monjes y sacerdotes, e incluso hubo quien le recomendó confiar solo en los guerreros.
A la tercera pregunta algunos dijeron que lo más importante era la ciencia, otros que la religión, y otros la destreza militar.
Lo cierto es que ninguna de estas respuestas satisfizo al emperador.
Un día de caza y por casualidad encontró en lo más recóndito de un bosque a un ermitaño que estaba cavando su huerto. El emperador pensó que nada perdía si le hacia las famosas preguntas al ermitaño. El ermitaño escuchó las tres preguntas y sin contestar le dio unas palmaditas al emperador y siguió cavando. El emperador al ver que el ermitaño era un anciano él dijo: 
- Debes estar cansado, déjame que te eche una mano. 
El emperador empezó a cavar. Después de cavar un buen rato el emperador volvió a hacerle las preguntas. El ermitaño le dijo:
- Debes de estar cansado, ahora seguiré yo. 
- No piensas contestarme, dijo el emperador.
A lo cual el ermitaño dijo: ¿No oyes como alguien se queja? 
Y en ese mismo instante apareció un hombre malherido. Ante aquello el emperador y el ermitaño intentaron curar a aquel hombre hasta que la hemorragia se detuvo. Aquel hombre les contó que era un asesino mandado por un enemigo del emperador, con la única finalidad de acabar con su vida, pero no lo había encontrado y los soldados lo habían herido.
A la mañana siguiente, el emperador volvió a preguntarle al ermitaño. Este le dijo que sus preguntas ya habían sido contestadas.
- Pero ¿cómo?, dijo el emperador.
- Ayer si no te hubieses apiadado de mi edad y me hubieras ayudado, tu enemigo te habría matado. Por tanto el tiempo más importante fue cuando estuviste cavando los surcos, la persona más importante era yo, y la tarea principal ayudarme. Más tarde cuando el asesino malherido llegó hasta aquí el tiempo más importante fue cuando vendaste la herida, pues sin ello habría muerto y no te hubieras reconciliado con él; él era la persona más importante y la tarea ocuparte de su herida. Recuerda que solo hay un momento importante: el ahora, el presente es el único momento de que disponemos. La persona más importante es siempre aquella con la que estas, la que tienes ante ti y la tarea más importante es hacer que la persona que está junto a ti sea feliz.

domingo, 19 de noviembre de 2017

Oración del payaso

Señor: Soy un trasto, pero te quiero;
te quiero terriblemente, locamente,
que es la única manera que tengo yo de amar,
porque ¡sólo soy un payaso!
Ya hace años que salí de tus manos lleno de talentos y dones, 
equipado con todo lo necesario para vivir y ser feliz
–tu amor, tu caja de caudales, tus proyectos,
tus sorpresas y regalos de Padre–.
Pronto, quizá, llegue el día en que vuelva a ti...
Mi alforja está vacía, mis pies sucios y heridos,
mis entrañas yermas, mis ojos tristes,
mis flores mustias y descoloridas.
Sólo mi corazón está intacto...
Me espanta mi pobreza pero me consuela tu ternura.
Estoy ante ti como un cantarillo roto;
pero, con mi mismo barro, puedes hacer otro a tu gusto...
Señor: ¿Qué te diré cuando me pidas cuentas?
Te diré que mi vida, humanamente, ha sido un fallo;
que he perdido todo lo tuyo y lo mío,
y me he quedado sin blanca;
que no he tenido grandes proyectos,
que he vivido a ras de tierra, que he volado muy bajo,
que estoy por dentro como mi traje, cosido a trozos, arlequinado.
Señor: Acepta la ofrenda de este atardecer...
Mi vida, como una flauta, está llena de agujeros...,
pero tómala en tus manos divinas.
Que tu música pase a través de mí
y llegue hasta mis hermanos los hombres;
que sea para ellos ritmo y melodía
que acompañe su caminar,
alegría sencilla de sus pasos cansados...

Día de inventario

Aquel día lo vi distinto. Tenía la mirada enfocada en lo distante. Casi ausente. Pienso ahora que tal vez presentía que ese era el último día de su vida. Me aproximé y le dije: 
– ¡Buenos días, abuelo! Él siguió en silencio. Me senté junto a su sillón y después de un misterioso instante, exclamó: 
– ¡Hoy es día de inventario, hijo! 
– ¿Inventario? -pregunté sorprendido. 
– Si... ¡El inventario de las cosas perdidas! -me contestó con cierta energía y no sé si con tristeza o alegría. Y prosiguió: 
– En el lugar de donde yo vengo las montañas desafían el cielo como puntiagudas lanzas. Siempre tuve deseos de escalar la más alta, nunca lo hice, no tuve tiempo ni la voluntad suficiente para sobreponerme a mi dejadez. Recuerdo también a Mara, aquella chica que amé en silencio durante cuatro años, hasta que un día se marchó del pueblo, sin yo saberlo. ¿Sabes algo? También estuve a punto de estudiar ingeniería, pero mis padres no pudieron pagarme los estudios. Además, el trabajo en la carpintería de mi padre no me permitía viajar. ¡Tantas cosas no concluidas, tantos amores no declarados, tantas oportunidades perdidas!
Luego, su mirada se hundió aún más en el vacío y se humedecieron sus ojos. Y continuó: 
– En los treinta años que estuve casado con Rita, creo que sólo cuatro o cinco veces le dije: "Te amo". 
Después de un breve silencio, regresó de su viaje mental y mirándome a los ojos me dijo: 
– Este es mi inventario de cosas perdidas, la revisión de mi vida. A mí ya no me sirve. A ti sí. Te lo dejo como regalo para que puedas hacer tu inventario a tiempo.
Y luego, con cierta alegría en el rostro, continuó con entusiasmo y casi divertido: 
– ¿Sabes qué he descubierto en estos días? 
– ¿Qué, abuelo? 
Aguardó unos segundos y no contestó. Sólo me interrogó de nuevo: 
– ¿Cuál es el pecado más grave en la vida de un hombre? 
La pregunta me sorprendió y sólo atiné a decir, con inseguridad: 
– No lo había pensado. Supongo que matar a otros seres humanos, odiar al prójimo y desearle mal. ¿Tener malos pensamientos, tal vez? Su cara reflejaba una negativa. Me miró intensamente, como marcando el momento y en tono grave y firme me señaló: 
– El pecado más grave en la vida de un ser humano es el pecado de omisión. Y lo más doloroso es descubrir las cosas perdidas sin tener tiempo para encontrarlas y recuperarlas.
A los pocos días regresé temprano a casa, después del entierro del abuelo, para realizar de forma urgente mi propio inventario de las cosas perdidas. 

Expresar nos deja muchas satisfacciones, así que no tengas miedo, y procura hacer lo que sabes que es bueno... antes de que sea demasiado tarde. Dile a esa persona: "Te amo, perdóname, me equivoqué”. Dile a Dios: “Me arrepiento, Señor, por favor perdóname".