sábado, 27 de enero de 2018

Oración Ecuménica

Construyamos una casa donde pueda morar el amor
y todos puedan vivir seguros,
un lugar donde los santos y los niños digan
cómo los corazones aprenden a perdonar.
Construida con esperanzas y sueños y visiones,
roca de fe y bóveda de gracia;
aquí el amor de Cristo pondrá fin a las divisiones.
Construyamos una casa donde hablen los profetas,
y las palabras sean fuertes y verdaderas,
donde todos los hijos de Dios se atrevan a buscar,
a soñar de nuevo el reino de Dios.
Aquí la cruz se alzará como testigo
y símbolo de la Gracia de Dios;
aquí con una sola voz proclamamos la fe de Jesús.
Construyamos una casa donde se encuentre el amor
en el agua, el vino y el trigo.
Una sala de banquete en una tierra santa,
donde se encuentren la paz y la justicia.
Aquí el amor de Dios por medio de Jesús
es revelado en el tiempo y el espacio;
cuando compartimos en Cristo la fiesta que nos libera.
Construyamos una casa donde las manos se extiendan
más allá de la madera y de la piedra
para sanar y fortalecer, servir y enseñar,
y vivir el mundo que han conocido.
Aquí el proscrito y el forastero
llevan la imagen del rostro de Dios;
pongamos fin al temor y al peligro.
Construyamos una casa donde se nombre a todos,
sus canciones y visiones sean escuchadas
y amadas y apreciadas, enseñadas y proclamadas
como palabras dentro de la Palabra.
Construida con lágrimas y llantos y risas,
oraciones de fe y cánticos de gracia,
proclámese esta esperanza del suelo al techo.

Pigmalión

Augusto Monterroso

En la antigua Grecia existió hace mucho tiempo un poeta llamado Pigmalión que se dedicaba a construir estatuas tan perfectas que sólo les faltaba hablar.
Una vez terminadas, él les enseñaba muchas de las cosas que sabía: literatura en general, poesía en particular, un poco de política, otro poco de música y, en fin, algo de hacer bromas y chistes y salir adelante en cualquier conversación.
Cuando el poeta juzgaba que ya están preparadas, las contemplaba satisfecho durante unos minutos y como quien no quiere la cosa, sin ordenárselo ni nada, las hacía hablar. Desde ese instante las estatuas se vestían y se iban a la calle y en la calle o en casa hablaban sin parar de cuanto hay.
El poeta se complacía en su obra y las dejaba hacer, y cuando venían visitas se callaba discretamente (lo cual le sería de alivio) mientras su estatua entretenía a todos, a veces a costa del poeta mismo, con las anécdotas más graciosas.
Lo bueno era que llegaba un momento en que las estatuas, como suele suceder, se creían mejores que su creador, y comenzaba a maldecirle.
Discurrían que si ya sabían hablar ahora sólo les faltaba volar, y empezaban a hacer ensayos con toda clase de alas, inclusive las de cera, desprestigiadas hacía poco en una aventura infortunada.
En ocasiones realizaban un verdadero esfuerzo, se ponían rojas y lograban elevarse dos o tres centímetros, altura que, por supuesto, las mareaba, pues no están hechas para eso.
Algunas, arrepentidas, desistían y volvían a conformarse con poder hablar y marear a los demás. Otras, tercas, persistían en su afán, y los griegos que pasaban por allí las imaginaban locas al verlas dar continuamente aquellos saltitos que ellas consideraban vuelo.
Otras más concluían que el poeta era el causante de todos sus males, saltaran o simplemente hablaran, y trataban de sacarle los ojos.
A veces el poeta se cansaba, les daba una patada en el culo y ellas caían en forma de pequeños trozos de mármol.

viernes, 26 de enero de 2018

Te he buscado

Te he buscado, Señor.
Y te he encontrado en el amor.
Y te he visto en el hermano.
Y he te tocado en el triste.
Te he buscado, Señor.
Y en la oración he hablado contigo.
Y en la paz te he abrazado.
Y en el perdón te he descubierto.
Te he buscado, Señor.
Y en la alegría te he visto sonreír.
Y en la fraternidad me has visitado.
Y en la Palabra te he escuchado.
Te he buscado, Señor.
Y, después de buscarte, Señor,
es cuando me he dado cuenta
de que por fin te he encontrado.
Gracias por dejar que te busquemos, Señor.
La alegría eres tú, Señor.

¿Por qué no confías?

Un joven muchacho estaba a punto de graduarse en Bachillerato, hacia muchos meses que admiraba un hermoso coche deportivo en una agencia de coches. Sabiendo que su padre podría comprárselo le dijo que ese coche era todo lo que quería. Conforme se acercaba el día de Graduación, el joven esperaba ver alguna señal de que su padre hubiese comprado el coche. Finalmente, la mañana del día de la Graduación, su padre le llamó a su despacho. Le dijo lo orgulloso que se sentía de tener un hijo tan bueno y lo mucho que lo quería. El padre tenía en sus manos una hermosa caja de regalo.
Curioso, y un tanto decepcionado, el joven abrió la caja y lo que encontró fue una hermosa Biblia de cubiertas de piel y con su nombre escrito con letras de oro. Enfadado le gritó a su padre diciendo:
- Con todo el dinero que tienes, y lo único que me das es esta Biblia. Y, dando un portazo, salió de casa.
Pasaron muchos años y el joven se convirtió en un exitoso hombre de negocios. Tenía una hermosa casa y una buena familia, pero cuando supo que su padre, que ya era anciano, estaba muy enfermo, pensó en visitarlo. No lo había vuelto a ver desde el día de su Graduación. Antes que pudiera ir a verlo, recibió un telegrama informando que su padre había muerto, y le había hecho heredero de todas sus posesiones, por lo que necesitaba urgentemente ir a casa de su padre para arreglar todos los trámites.
Cuando llegó a casa de su padre, la tristeza y el arrepentimiento llenaron su corazón. Empezó a ver todos los documentos importantes que su padre tenía y encontró la Biblia que en aquella ocasión su padre le había dado. Con lágrimas en los ojos, la abrió y empezó a hojear sus páginas. Su padre cuidadosamente había subrayado un verso en Mateo 7:11 “Y si vosotros siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, cuanto más nuestro Padre Celestial dará a sus hijos aquello que le pidan”
Mientras leía esas palabras, unas llaves de coche cayeron de la Biblia. Tenían una tarjeta de la agencia de coches donde había visto ese coche deportivo que había deseado tanto. En la tarjeta estaba la fecha del día de su graduación y las palabras: PAGADO, pasa a recogerlo.

jueves, 25 de enero de 2018

Señor, instrúyeme en tus sendas (Salmo 24)

Enséñame tus caminos, Señor de la vida y de la historia,
enséñame los caminos de la luz y los senderos de la dicha,
dime por dónde se llega a la libertad, a la tierra de los no-violentos.
¿Hay algún lugar en el que las palabras tengan su verdadero sentido?
¿Hay algún lugar en donde se pueda vivir sin miedos y tristezas?
Jesús, rey del amor y de la ternura, háblame otra vez
de ese lugar al que tú llamabas Reino de Dios.
Dime que existe, que está aquí, aunque sólo sea en semilla,
aunque sea tan pequeño como el grano de mostaza.
Dime que el Reino  es lo más limpio y hermoso que podemos soñar,
que allí no habrá llanto ni violencia, ni engaños ni opresión.
Dime que el Reino es la utopía realizada,
el cumplimiento de todo lo que desea el corazón del hombre.
y enséñame también el camino que conduce hacia Él.
Dime otra vez que es el camino de los pobres y los humildes,
el de la solidaridad y la misericordia,
el de la no-violencia y el amor.
Repíteme otra vez que todos los caminos, son un solo camino,
y que ese Camino Real, el Camino, eres Tú.

Florece donde estés

Una joven pareja se mudó a otra ciudad, lejos de la familia y los amigos. Llegó la mudanza, la pareja desembaló sus pertenencias y el marido empezó a trabajar a la semana siguiente. Todos los días al llegar a su casa, su esposa lo recibía en la puerta con una nueva queja:
- “Aquí hace mucho calor”;  “Los vecinos no son amigables”;  “La casa es muy pequeña”;  “Los niños me están volviendo loca”.
Y cada tarde, su esposo la abrazaba mientras escuchaba sus comentarios negativos. Lo siento, le decía, ¿qué puedo hacer para ayudarte? Su esposa se calmaba y se secaba las lágrimas, pero empezaba con lo mismo al día siguiente.
Una tarde, su marido llegó a su casa con una hermosa planta con flores. Encontró un sitio apropiado en el jardín y la plantó.
- “Querida, le dijo, cada vez que te sientas triste, sal al jardín. Imagina que eres esa plantita, y mira como crece en tu jardín”.
Cada semana traía a casa un árbol nuevo, o rosales, o plantas y las plantaba en el jardín. Su esposa cortó algunas flores y se las llevó a una vecina. Cada mañana regaba el jardín y observaba el crecimiento de las plantas. También creció la amistad con otras mujeres de las casas vecinas y le pidieron consejo con sus jardines. Muy pronto, también le estaban pidiendo consejo espiritual. Al finalizar el año siguiente, el jardín de esta pareja era el jardín más hermoso de todo el barrio, y era visitado por todas las personas vecinas que encontraban allí un espacio de sosiego y paz interior.

Dios Padre sabe que todos tenemos que aprender a florecer en el lugar en el cual hemos sido trasplantados. Con su sabio toque de amor, no sólo vamos a florecer sino que vamos a producir continuamente el fruto del amor, la ternura y el estar contentos.

martes, 23 de enero de 2018

Equilibrio

       Florentino Ulibarri
Danos, Señor, suelo firme, cielo abierto y horizonte con luces.
Danos paso ligero, mirada serena,
manos tiernas y cintura flexible.
Danos un espíritu libre de presiones y miedos,
de premuras y convulsiones... y sano equilibrio.
Danos gusto por el baile, ritmo y movimiento,
soltura y gracia, y una música adecuada,
Danos, también, abrir los brazos,
fijar el cuerpo, soltar el espíritu... y sano equilibrio.
Para romper los eslabones y cadenas del destino;
para vivir el presente, y compartir gozos y dolores,
para soñar el futuro, y acercarnos a los corazones,
para comprender tu partida y llenarnos de tus bendiciones...
danos, Señor, suelo firme, cintura flexible espíritu libre
música adecuada, sano equilibrio y gusto por el baile.
Líbranos, Señor, de ser espectadores;
de la inercia, del vértigo y del miedo al ridículo;
de ser satélites del yo y de marear perdices.
En el baile de la vida...
danos compañía y sano equilibrio.

La oración correcta

Moisés se encontró una vez con un hombre que rezaba, pero decía tales cosas, en una plegaria tan absurda, que Moisés se detuvo. Y no sólo absurda sino que era un insulto para Dios. El hombre decía:
- "Déjame acercarme a ti, Dios y te prometo que te limpiaré el cuerpo cuando esté sucio. Si tienes piojos te los quitaré. Soy buen zapatero, te haré unos zapatos perfectos. Nadie te cuida, Señor... yo te cuidaré. Cuando estés enfermo, velaré por ti y te daré los remedios. Soy también un buen cocinero". Moisés gritó:
- "Basta. Basta de tonterías. ¿Qué estás diciendo? ¿Que Dios tiene piojos? ¿Y que su ropa está sucia y tu la lavarás? ¿Y tú serás su cocinero? ¿De quién aprendiste esta plegaria?
- "No la aprendí de nadie. Soy muy pobre y sin ninguna educación y reconozco que no sé cómo rezar. Yo la inventé... y estas son las cosas que sé. Tengo muchos problemas con los piojos, por esto creo que ellos también deben molestar a Dios. Y a veces la comida que consigo no es muy buena y me duele el estómago. Dios debe sufrir también, a veces. Esto es sólo mi propia experiencia que se ha convertido en mi oración, pero si conoces la oración correcta, enséñamela".
Entonces Moisés le enseñó la oración correcta. El hombre se postró ante Moisés, le agradeció con lágrimas de profunda gratitud. Se fue y Moisés se quedó muy feliz pensando que había hecho una buena acción. Miró al cielo para ver qué pensaba Dios de esto.
Dios estaba enfadado. Le dijo:
- "Te he enviado para que acerques a la gente hacia mí, pero ahora has apartado de mí a uno de los que más me amaban. Ahora, esa "oración correcta" que le has enseñado, no será en absoluto una oración, porque la oración no tiene nada que ver con la ley, es amor. El amor es una ley en sí mismo, no necesita ninguna otra ley".
Con el amor, la gracia sucede. Y con el amor, la verdad. Recuérdalo, si puedes entender la verdad, la verdad te libera. Y no hay otra liberación.
"No interfieras en el amor o en la oración de otra persona. Abandona la idea de que conoces el modo de orar. Simplemente respeta a los otros, pues cualquiera que sea el modo en que recen o amen, es perfecto para ellos." 

domingo, 21 de enero de 2018

Aquí me tienes, Señor

Aquí me tienes, Señor,
buscando libertad, pero esclavo de mis cosas;
creyéndome lleno, pero vacío de ti;
escuchando tu llamada, pero haciéndome el sordo.
Al experimentar tu presencia, Señor Jesús, siento en mí
cómo algo me invita a seguirte;
siento una fuerza extraordinaria
que me invita a arriesgarlo todo por ti.
Sin embargo, Señor, las cosas de esta vida me siguen atando.
Me sigue atando el dinero
que me hace olvidar las necesidades del hermano;
me sigue atando la comodidad,
que me aleja del sentido del sacrificio;
me sigue atando mi egoísmo,
que me cierra cada vez más en mí mismo;
me sigue atando mi orgullo,
que me hace creer que soy el mejor de todos.
Muchas cosas que me alejan de ti me siguen seduciendo,
y yo, Señor, como un cobarde, te digo que no
porque no acabo de convencerme
de que tú me darás la auténtica felicidad.
Dentro de mí siento que hay una guerra civil.
Por un lado quiero dejar todo lo que me impide serte fiel,
y por otro lado me da miedo dejar estas cosas del mundo.
Hace tiempo que necesito una conversión.
Necesito encontrar algo que me de fuerzas
para dejar tantas ataduras;
algo que me ayude a vencer tantas tentaciones del mundo;
que me ayude a decir adiós a este tipo de vida.
Porque vivir a medias no merece la pena;
porque mientras haya guerra en mi interior,
nunca tendré la paz que solo tú puedes dar
Ábreme los ojos, Señor;
cura mi ceguera para que te pueda ver.
Llama a mi corazón, Señor,
entra en él que quiero tenerte de invitado.
Dame un espíritu generoso, Señor;
quiero decir sí cuando escuche tu voluntad.
Entra en mí corazón, Señor;
destierra de él todas las preocupaciones y tentaciones
para que pueda dedicar un espacio sólo a ti, mi Dios.
Dame fortaleza para seguirte sin desfallecer;
dame voluntad para perseverar en el camino;
dame firmeza para no mirar hacia atrás;
dame el experimentarte y sentirte en mi vida
porque cuando tú, Señor Jesús, habitas en mi corazón
todo me resulta más fácil
y cualquier cosa, por costosa que parezca,
se hace más fácil y llevadera.

Soy tú

 Cuentos Clásicos de la India

Era un discípulo honesto. Moraba en su corazón el afán de perfeccionamiento. Un atardecer, cuando las chicharras quebraban el silencio de la tarde, acudió a la modesta casita de un monje y llamó a la puerta.
– ¿Quién es? -preguntó el monje.
– Soy yo, respetado maestro. He venido para que me proporciones instrucción espiritual.
– No estás lo suficientemente maduro -replicó el monje sin abrir la puerta-. Retírate un año a una cueva y medita. Medita sin descanso. Luego, regresa y te daré instrucción.
Al principio, el discípulo se desanimó, pero era un verdadero buscador, de esos que no ceden en su empeño y rastrean la verdad aun a riesgo de su vida. Así que obedeció al monje.
Buscó una cueva en la falda de la montaña y durante un año se sumió en meditación profunda. Aprendió a estar consigo mismo; se ejercitó en el Ser. Sobrevinieron las lluvias del monzón. Por ellas supo el discípulo que había transcurrido un año desde que llegara a la cueva. Abandonó la misma y se puso en marcha hacia la casita del maestro. Llamó a la puerta.
– ¿Quién es? -preguntó el monje.
– Soy tú -repuso el discípulo.
– Si es así -dijo el monje -, entra. No había lugar en esta casa para dos yoes.