jueves, 20 de febrero de 2025

La paciencia de Dios

 Señor, me impresiona la paciencia

que tienes conmigo y con todos tus hijos.
Cuando te acercas y yo me alejo,
Tú esperas y alientas mi regreso.
Cuando me enfado contigo y con los demás,
Tú esperas y sigues ofreciéndome tu mejor sonrisa.
Cuando me hablas y no comprendo o no te contesto,
Tú esperas y sigues ofreciéndome tu palabra.
Cuando no sé qué camino debo elegir,
Tú esperas y sigues dándome luz y valor.
Cuando me cuesta servir y entregarme,
Tú esperas y das tu vida por mí, sin reservarte nada.
Cuando soy egoísta y no doy buenos frutos,
Tú esperas, me riegas y me abonas.
Cuando me amas y yo no correspondo,
Tú esperas y multiplicas tus gestos de cariño.
En tu paciencia se esconden mis posibilidades
de mejorar, de crecer, de ser yo mismo,
de cumplir lo que Tú has soñado para mí, de ser plenamente feliz.

Señor, que sepa aprovechar las oportunidades que tu paciencia me brinda.
Y que tu paciencia me ayude a ser paciente con los demás. Amén.

El samurái y su perro

Fábula japonesa

Había una vez un samurái que tenía la costumbre de pasear con su perro al cual tenía una gran estima.

Un día, su perro se alejó de él y jugueteaba con las hojas que caían de los árboles. Más grande fue la sorpresa del samurái, cuando de repente su perro se lanzó corriendo contra él con aire fiero y muchos deseos de morder.

El samurái, que estaba bien entrenado, desenvainó su espada y justo cuando el perro saltó le cortó la cabeza.

El samurái no entendió por qué de repente su fiel perro se puso en contra suya.

Entonces, levantó la cabeza y vio como una serpiente, que estaba en una rama, se estaba acercando peligrosamente a él. Cuando el samurái comprendió que lo que intentaba su perro era salvarle y no lastimarle, lloró amargamente.

Fue entonces cuando recordó una vieja enseñanza de su maestro: “El sentido de una acción no siempre es fácil de interpretar. Por eso, antes de desenvainar tu espada, asegúrate que esa es tu única opción”.

 


miércoles, 19 de febrero de 2025

Felices

            Florentino Ulibarri

Dichosos quienes mantienen sus lámparas encendidas
y las comparten y las llevan bien altas para que alumbren
y guíen a quienes andan a ras de tierra sin ellas,
perdidos entre laberintos, heridas y quejas.
Dichosos quienes permanecen en vela,
con el espíritu en ascuas y el cuerpo en forma,
y están siempre despiertos y atentos para quien llega
a medianoche, de madrugada o cuando el sol calienta.
Dichosos quienes se comparten y entregan,
y son fieles al deseo y palabra más sincera
y saben vivir como hijos y hermanos,
tengan cargos o sólo mandatos en su haber humano.
Dichosos quienes no buscan quedar bien,
sin excusa por el cansancio, la edad y la dignidad,
ni por el tiempo que pasa, o el premio que se retarda,
y mantienen su entrega para quienes los necesitan.
Dichosos quienes, estén dentro o fuera,
no tienen miedo a tormentas ni a sequías,
ni a huracanes, ni a calmas sin brisa,
y mantienen abierta su choza o su casa solariega.
Dichosos quienes no les importa ser pocos
y, menos aún, quedarse sin nada,
porque saben que el Padre está con ellos y les ama,
y les regala cada día lo necesario para el camino.
Dichosos quienes respetan y sirven sin queja
a sus hermanos, aunque les sean extraños,
y quienes ni comen ni engordan sus cuentas
a costa de otros pueblos y de sus gentes.
Dichosos quienes se saben enviados
y se sienten, sin agobio, responsabilizados,
y aceptan ser hijos y hermanos de todos,
y al servir no se sienten humillados.
¡Dichosos mis discípulos! ¡Dichosos vosotros!
¡Dichosos quienes necesitan vuestro servicio!

La famosa tumba del burro

Un comerciante llevaba toda la vida viajando con su burro, en realidad podríamos decir que aquel animal era su única familia. Iban de mercado en mercado, comprando y vendiendo objetos, y jamás se habían separado el uno del otro.
Pero un día, cuando llegaron a una lejana ciudad para acudir a un gran mercado, el burro, a causa de la vejez, no pudo caminar más y murió. El comerciante quería tanto a su burro que decidió enterrarlo como si tratara de una persona. Por la noche, cuando nadie podía verle, fue al cementerio y lo enterró.
Al día siguiente, por la mañana, se acercó a la tumba y le llevó las flores más caras y bonitas que encontró. Y allí permaneció, llorando durante varias horas.
— Eras lo mejor que he conocido. Nunca me has fallado, has sido amigo, compañero… Me has enseñado tanto, he aprendido tanto contigo durante todos estos años.
Y así, día tras día, el hombre visitaba la tumba del burro para decirle todo lo que había supuesto su vida con él. La gente de alrededor se preguntaba qué gran persona estaría enterrada allí para que aquel hombre fuera tantos días a visitarle.
Finalmente, el comerciante tuvo que partir, no sin antes dejar un inmenso ramo de flores sobre la tumba.
Fue pasando el tiempo y fueron creciendo los rumores de que allí había enterrado alguien muy importante: quizás un gran sabio, o un gran maestro… Los rumores se fueron extendiendo por las ciudades vecinas y cada vez se acercaban más peregrinos a visitar la tumba.
Tras unos años, eran tantas las visitas que decidieron construir un enorme panteón para aquel sabio.
Un buen día, el dueño del burro volvió a pasar por aquella ciudad y fue al cementerio para ver la tumba de su amigo. Cuando llegó se dio cuenta de que para acceder a ella tenía que hacer una enorme cola.
— ¿Usted también ha venido a rezarle al sabio? -le comentó un hombre.
— No, no, yo solo he venido a ver la tumba de mi burro.

domingo, 16 de febrero de 2025

¡¡¡Felices!!!

        José Mª R. Olaizola SJ

Felices los infelices que no pierden la esperanza,
los incompletos que siguen creciendo,
los heridos que se dejan lavar las llagas,
los vulnerables que no se avergüenzan de serlo.
Felices los fracasados que del golpe hacen escuela,
los olvidados que recuerdan sin odio,
los diferentes que se saben únicos,
los enfadados que se ríen de sí mismos.
Felices los preocupados que bailan sobre charcos,
los tímidos que alzan la voz,
los profetas que rompen candados,
los creyentes que preguntan.
Felices, en este mundo turbulento,
los buscadores de Dios.

Terrible gran confusión

Un matrimonio decide ir a pasar vacaciones en una playa del Caribe, en el mismo hotel donde pasaron la luna de miel 20 años atrás, pero debido a problemas de trabajo, la mujer no pudo viajar con su marido, quedando en ir unos días después
Cuando el hombre llegó y se alojó en el hotel, vio que en la habitación había un Ordenador con conexión a Internet Decidió enviar un e-mail a su mujer, pero se equivocó en una letra y sin darse cuenta lo envió a otra dirección de correo electrónico.
El e-mail lo recibe por error una viuda que acababa de volver del funeral de su esposo, y al leer el correo electrónico se desmayó al instante.
El hijo de la viuda al entrar en la habitación encontró a su madre en el suelo sin conocimiento, a los pies del Ordenador, en cuya pantalla se podía leer:
Querida esposa:
He llegado bien. Probablemente te sorprenda recibir noticias mías por esta vía, pero ahora tienen Ordenador aquí y puedes enviarle mensajes a tus seres queridos
Acabo de llegar y he comprobado que todo está preparado para tu llegada este próximo viernes. Tengo muchas ganas de verte y espero que tu viaje sea tan tranquilo y relajado como ha sido el mío. No traigas mucha ropa. ¡Aquí hace un calor infernal!