sábado, 8 de febrero de 2020

Manos Unidas

                              Pedro Casaldáliga

Que seamos, Señor, manos unidas en oración y en el don.
Unidas a tus Manos en las del Padre,
unidas a las alas fecundas del Espíritu,
unidas a las manos de los pobres.
Manos del Evangelio, sembradoras de Vida,
lámparas de Esperanza, vuelos de Paz.
Unidas a tus Manos solidarias, partiendo el Pan de todos.
Unidas a tus Manos traspasadas en las cruces del mundo.
Unidas a tus Manos ya gloriosas de Pascua.
Manos abiertas, sin fronteras, hasta donde haya manos.
Capaces de estrechar el Mundo entero,
fieles al Tercer Mundo, siendo fieles al Reino.
Tensas en la pasión por la Justicia, tiernas en el Amor.
Manos que dan lo que reciben, en la gratuidad multiplicada,
siempre más manos, siempre más unidas.

El comerciante sin suerte


                       Pedro Pablo Sacristán

Había una vez un comerciante que después de unos malos negocios, se lamentaba de su mala suerte. Un viajero que pasaba por allí le preguntó qué le apenaba, y al oír que era un hombre con muy mala suerte, abrió el saco que llevaba y sacó un extraño artilugio, formado por dos vasos de cristal unidos por la mitad, decorados con extraños dibujos, uno verde y otro rojo, en cada uno de los cuales había unas raras semillas del mismo color que su vaso.
- Pues precisamente has tenido mucha suerte al encontrarme -dijo el hombre-. Esto es justo lo que necesitas: unas vasijas de la suerte.
Y ante el asombro del mercader, le explicó que aquellas semillas eran las semillas de la suerte; las de la buena suerte, las verdes, y las de la mala suerte, las rojas. Nunca podían separarse las vasijas, y cuando alguna de ellas se llenaba, provocaba múltiples sucesos de buena o mala suerte, según se hubieran desbordado unas semillas u otras.
El comerciante, ilusionado, agradeció el regalo, sin llegar a escuchar la advertencia de lo difícil que era utilizar aquellas vasijas. Esperanzado, examinó con cuidado las semillas verdes, las de la buena suerte. Aunque no le eran familiares, estaba seguro de poder encontrar alguien a quien comprarle varias vasijas, así que cubrió la boca del tarro con sumo cuidado, evitando que se pudieran caer por descuido.
Luego miró las semillas rojas, y pensó que la forma más segura de evitar que se llenara el vaso rojo era vaciarlo allí mismo; así lo hizo y siguió su camino.
Según pasaba el tiempo, el comerciante descubrió que el vaso rojo se llenaba solo. Así que cada poco tiempo se paraba a vaciarlo y seguía su camino. Pero llegó un momento en que el vaso se llenaba tan rápido, que casi no podía vaciarlo, y finalmente, se desbordó.
Entonces miró a lo largo del camino, y vio que las semillas que había ido arrojando se habían convertido en plantas malignas que acabaron con los sembrados y los pastos de toda la zona. Los aldeanos del lugar buscaron enfurecidos al culpable, y el mercader huyó corriendo del pueblo entre golpes y porrazos.
Mientras lamentaba su mala fortuna, se detuvo a mirar los dibujos de las vasijas. Eran como unas instrucciones, en las que siempre se veía el vaso rojo cerrado y el verde totalmente abierto, y parecía que cualquiera pudiera tomar cuantas semillas verdes quisiera.
Decidió seguir su viaje de esa forma, y al encontrarse con un hombre que le pidió algunas de sus semillas, le dejó servirse libremente. Y su suerte cambió. Cosas parecidas volvieron a ocurrir con muchos otros que encontró en el camino, hasta que el comerciante comprobó que en lugar de vaciarse, cada vez que regalaba las semillas verdes el vaso se llenaba más, hasta que tras ofrecer semillas a todo el mundo, el vaso llegó a desbordarse.
Y efectivamente, la buena suerte se quedó con él y comenzaron a ocurrirle cosas maravillosas; uno de aquellos a quienes había ayudado resultó ser un hombre muy rico, que agradecido le llenó de lujos y regalos; otros le consideraban tan bueno que le propusieron para alcalde, y así una y otra vez.
Algún tiempo después el mercader se cruzó con aquel viajero que le entregó las vasijas. Después de saludarse, le contó todas sus aventuras y le dio miles de gracias. Pero antes de despedirse, le preguntó:
- ¿Por qué me diste las vasijas de la suerte? ¿De dónde sacaste esas semillas de la suerte?
- Creo que fue un viejo maestro quien las encontró y se dio cuenta de que serían geniales para enseñar a usar la suerte: guárdate lo malo para ti, y comparte lo bueno con los demás. Y en verdad que es la única forma de atraer la buena suerte y evitar la mala, ¡y vaya si funciona!... Cuando repartiste tu mala suerte, tratando de conservar para ti la buena, te aseguraste de que nadie quisiera compartir las cosas buenas contigo, sólo las malas. Las semillas no tuvieron nada que ver en eso, fueron tus obras. ¿Lo entiendes ahora?
¡Vaya si lo había entendido! Y mientras el viajero se alejaba el mercader, con las vasijas en la mano, miró a los habitantes del pueblo, buscando entre todos ellos quien más necesitara aprender a utilizar la buena suerte.

viernes, 7 de febrero de 2020

¿Dónde encontrarte, Señor?

                                Santa Teresa de Calcuta

Señor, tú eres
el Hambre que debe ser saciada
la Sed que debe ser apagada
el Desnudo que debe ser vestido
el Sin techo que debe ser hospedado
el Enfermo que debe ser curado
el Abandonado que debe ser amado
el No aceptado que debe ser recibido
el Leproso que debe ser lavado
el Mendigo que debe ser socorrido
el Borracho que debe ser escuchado
el Loco que debe ser protegido
el Insignificante que debe ser abrazado
el Ciego que debe ser acompañado
el Sin voz que necesita que alguien hable por él
el Drogado al que debe ofrecerse amistad
la Prostituta que debe ser reconducida al camino recto
al Anciano que debe ser servido… Amén.

El círculo de la alegría


                 Bruno Ferrero

Cuentan que cierto día un campesino golpeó con fuerza la puerta de un convento. Cuando el hermano portero abrió, le entregó un magnífico racimo de uvas.
- Querido hermano portero, estas son las uvas más bonitas producidas por mi viñedo. Y vengo aquí para regalarlas.
- ¡Gracias! Las llevaré inmediatamente al abad, que se alegrará con este ofrecimiento.
- ¡No! Yo las he traído para ti.
- ¿Para mí? -el hermano se sonrojó porque consideraba que no merecía tan bello presente de la naturaleza.
- ¡Sí! -insistió el campesino- porque siempre que llamé a esta puerta tú me abriste. Cuando necesité ayuda porque la sequía había destruido mi cosecha, tú me dabas todos los días un pedazo de pan y un vaso de vino. Yo quiero que este racimo de uvas te traiga un poco del amor del sol, de la belleza de la lluvia y del milagro de Dios, que lo hizo nacer tan hermoso.
El hermano portero colocó el racimo frente a él y pasó la mañana entera admirándolo: era realmente precioso y por eso decidió entregar el regalo al Abad, que siempre lo había estimulado con palabras de sabiduría.
El Abad se puso muy contento con las uvas, pero se acordó de que había en el convento un hermano enfermo y pensó: "Le daré el racimo. Quizá pueda aportar alguna alegría a su vida".
Y así lo hizo. Pero las uvas no permanecieron mucho tiempo en la habitación del hermano enfermo, porque éste reflexionó: "El hermano cocinero ha cuidado de mí durante tanto tiempo, alimentándome con lo mejor que tenía. Estoy seguro de que se alegrará con esto".
Cuando el hermano cocinero apareció a la hora del almuerzo, trayendo su comida, él le entregó las uvas.
- Son para ti -dijo el hermano enfermo- como siempre estás en contacto con los productos que la naturaleza nos ofrece, sabrás qué hacer con esta obra de Dios.
El hermano cocinero quedó deslumbrado con la belleza del racimo, e hizo que su ayudante observase la perfección de las uvas. Tan perfectas -pensó él- que nadie mejor que el hermano sacristán para apreciarlas; como él era el responsable de la custodia del Santísimo Sacramento, y muchos monjes lo consideraban un hombre santo, sería capaz de valorar mejor aquella maravilla de la naturaleza.
El sacristán, a su vez, obsequió las uvas al novicio más joven, para que éste pudiera entender que la obra de Dios está en los menores detalles de la Creación. Cuando el novicio las recibió, su corazón se inundó de la Gloria del Señor, porque nunca había visto un racimo tan lindo. En ese momento se acordó de la primera vez que había llegado al monasterio y de la persona que le había abierto la puerta: había sido ese gesto el que le había permitido estar hoy en aquella comunidad de personas que sabían valorar los milagros. Así, poco antes de caer la noche, llevó el racimo de uvas al hermano portero.
- Come y aprovecha -le dijo- porque pasas la mayor parte del tiempo aquí solo y estas uvas te harán muy feliz.
El hermano portero comprendió que aquel presente le había sido realmente destinado, saboreó cada una de las uvas de aquel racimo y durmió feliz.
De esta manera, quedó cerrado el círculo: el círculo de felicidad y alegría que siempre se extiende en torno a las personas generosas.

miércoles, 5 de febrero de 2020

¡Señor, respóndeme!

                 De un texto de Paramahansa Yogananda

Señor, tanto si me respondes como si no,
quiero seguir invocándote, invocándote sin cesar,
bajo las bóvedas de la asidua oración.
Tanto si vienes como si no vienes,
quiero seguir confiando en Ti: sabiendo que entras en mi interior
a poco que abra el corazón a ti y al hermano.
Tanto si me hablas como si no,
no permitas que me canse de invocarte.
Aunque no me des la respuesta que espero,
que no dude de que, de un modo u otro,
discretamente, te dirigirás a mí..
En la oscuridad de mis oraciones más profundas,
sé que estás cerca, aunque no te sienta.
En medio de la danza de la vida, de la enfermedad y de la muerte,
ayúdame a invocarte sin descanso,
sin caer en la desconfianza por tu aparente silencio,
Dame una fe recia para esperar
tu palabra, tu presencia, tu paz.

El árbol que cumplía los deseos


                            Osho

En una ocasión, un hombre iba viajando y entró casualmente en el paraíso. Los indios creen que en el paraíso hay árboles llamados kalpatarus que conceden todos los deseos. Basta con sentarse debajo de ellos, desear algo, y el deseo se realiza. Piensas, y tu pensamiento se convierte en cosas; el pensamiento se plasma automáticamente.
Los kalpatarus no son otra cosa que símbolos de la mente. La mente es creativa, los pensamientos son creativos.
El hombre estaba cansado y se quedó dormido debajo de uno de estos árboles que conceden los deseos. Cuando despertó, como estaba muy hambriento, dijo:
- «Ojalá que pudiera conseguir comida en algún sitio».
Y de repente el alimento surgió de la nada y flotaba en el aire; era una comida deliciosa. Empezó a comer inmediatamente y cuando se sintió satisfecho, surgió en él otro pensamiento:
- «Si pudiera conseguir algo de bebida...» Y se materializó inmediatamente un vino delicioso.
Bebiendo el vino y relajado a la sombra del árbol en la brisa fresca del paraíso, el hombre empezó a preguntarse:
- «¿Qué está pasando? ¿Estoy soñando o estoy rodeado de fantasmas que me gastan bromas?» ¡Y aparecieron los fantasmas! Eran feroces, horribles… Se puso a temblar y se le pasó un pensamiento por la cabeza: «Ahora seguro que me van a matar. Estos fantasmas van a acabar conmigo».
Y le mataron.

domingo, 2 de febrero de 2020

Oración por la vida consagrada

                   Papa Francisco

¡Ven, Espíritu Creador, con tu multiforme gracia
ilumina, vivifica y santifica a tu Iglesia!
Unida en alabanza te da gracias por el don de la Vida Consagrada,
otorgado y confirmado en la novedad de los carismas a lo largo de los siglos.
Guiados por tu luz y arraigados en el bautismo, hombres y mujeres,
atentos a tus signos en la historia, han enriquecido la Iglesia,
viviendo el Evangelio mediante el seguimiento de Cristo
casto y pobre, obediente, orante y misionero.
¡Ven, Espíritu Santo, amor eterno del Padre y del Hijo!
Te pedimos que renueves la fidelidad de los consagrados.
Vivan la primacía de Dios en las vicisitudes humanas,
la comunión y el servicio entre las gentes,
la santidad en el espíritu de las bienaventuranzas.
¡Ven, Espíritu Paráclito, fortaleza y consolación de tu pueblo!
Infunde en ellos la bienaventuranza de los pobres
para que caminen por la vía del Reino.
Dales un corazón capaz de consolar
para secar las lágrimas de los últimos.
Enséñales la fuerza de la mansedumbre
para que resplandezca en ellos el Señorío de Cristo.
Enciende en ellos la profecía evangélica
para abrir sendas de solidaridad y saciar la sed de justicia.
Derrama en sus corazones tu misericordia
para que sean ministros de perdón y de ternura.
Revístelos de tu paz para que puedan narrar,
en las encrucijadas del mundo,
la bienaventuranza de los hijos de Dios.
Fortalece sus corazones en las adversidades y en las tribulaciones,
y se alegren en la esperanza del Reino futuro.
Asocia a la victoria del Cordero a los que por Cristo
y por el Evangelio están marcados con el sello del martirio.

Un niño en la familia india


Cuando nacía un niño en una familia india, recibía un regalo muy especial. Su padre hacía una bolsa de cuero, era la bolsa de las medicinas del hijo. La madre ponía en la bolsa dos cosas y el padre otras dos. Se la entregaban al hijo que la guardaría en un lugar muy especial. Cuando moría la bolsa de las medicinas era también enterrada con él.
Cuando el hijo era capaz de comprender los padres le decían lo que había en la bolsa.
La madre siempre ponía un poco de tierra y un trozo de cordón umbilical para recordar a su hijo que venía de la tierra y de una familia y que nadie se hace a sí mismo.
El padre ponía una pluma de ave que había quemado un poco y la mezclaba con las cosas de la madre. La pluma del pájaro simboliza el vuelo y que cada uno tiene que encontrar su lugar en el mundo.
Nadie sabía nunca cuál era la segunda cosa que el padre había puesto. Los hijos intentaban adivinarlo pero nunca se lo decían.
Esta cosa secreta representaba el misterio de la vida. Y en el centro de todos los misterios está Dios.
Hermoso regalo. Símbolo que da que pensar. Nos vincula a todos a la tierra, a una familia y a Dios.