Pedro Pablo Sacristán
Había una vez
un comerciante que después de unos malos negocios, se lamentaba de su mala
suerte. Un viajero que pasaba por allí le preguntó qué le apenaba, y al oír que
era un hombre con muy mala suerte, abrió el saco que llevaba y sacó un extraño
artilugio, formado por dos vasos de cristal unidos por la mitad, decorados con
extraños dibujos, uno verde y otro rojo, en cada uno de los cuales había unas
raras semillas del mismo color que su vaso.
- Pues
precisamente has tenido mucha suerte al encontrarme -dijo el hombre-. Esto es
justo lo que necesitas: unas vasijas de la suerte.
Y ante el
asombro del mercader, le explicó que aquellas semillas eran las semillas de la
suerte; las de la buena suerte, las verdes, y las de la mala suerte, las rojas.
Nunca podían separarse las vasijas, y cuando alguna de ellas se llenaba,
provocaba múltiples sucesos de buena o mala suerte, según se hubieran
desbordado unas semillas u otras.
El comerciante,
ilusionado, agradeció el regalo, sin llegar a escuchar la advertencia de lo
difícil que era utilizar aquellas vasijas. Esperanzado, examinó con cuidado las
semillas verdes, las de la buena suerte. Aunque no le eran familiares, estaba
seguro de poder encontrar alguien a quien comprarle varias vasijas, así que cubrió
la boca del tarro con sumo cuidado, evitando que se pudieran caer por descuido.
Luego miró las
semillas rojas, y pensó que la forma más segura de evitar que se llenara el
vaso rojo era vaciarlo allí mismo; así lo hizo y siguió su camino.
Según pasaba el
tiempo, el comerciante descubrió que el vaso rojo se llenaba solo. Así que cada
poco tiempo se paraba a vaciarlo y seguía su camino. Pero llegó un momento en
que el vaso se llenaba tan rápido, que casi no podía vaciarlo, y finalmente, se
desbordó.
Entonces miró a
lo largo del camino, y vio que las semillas que había ido arrojando se habían
convertido en plantas malignas que acabaron con los sembrados y los pastos de
toda la zona. Los aldeanos del lugar buscaron enfurecidos al culpable, y el
mercader huyó corriendo del pueblo entre golpes y porrazos.
Mientras lamentaba
su mala fortuna, se detuvo a mirar los dibujos de las vasijas. Eran como unas
instrucciones, en las que siempre se veía el vaso rojo cerrado y el verde
totalmente abierto, y parecía que cualquiera pudiera tomar cuantas semillas
verdes quisiera.
Decidió seguir
su viaje de esa forma, y al encontrarse con un hombre que le pidió algunas de sus
semillas, le dejó servirse libremente. Y su suerte cambió. Cosas parecidas
volvieron a ocurrir con muchos otros que encontró en el camino, hasta que el
comerciante comprobó que en lugar de vaciarse, cada vez que regalaba las
semillas verdes el vaso se llenaba más, hasta que tras ofrecer semillas a todo
el mundo, el vaso llegó a desbordarse.
Y efectivamente,
la buena suerte se quedó con él y comenzaron a ocurrirle cosas maravillosas; uno
de aquellos a quienes había ayudado resultó ser un hombre muy rico, que agradecido
le llenó de lujos y regalos; otros le consideraban tan bueno que le propusieron
para alcalde, y así una y otra vez.
Algún tiempo
después el mercader se cruzó con aquel viajero que le entregó las vasijas.
Después de saludarse, le contó todas sus aventuras y le dio miles de gracias.
Pero antes de despedirse, le preguntó:
- ¿Por qué me
diste las vasijas de la suerte? ¿De dónde sacaste esas semillas de la suerte?
- Creo que fue
un viejo maestro quien las encontró y se dio cuenta de que serían geniales para
enseñar a usar la suerte: guárdate lo malo para ti, y comparte lo bueno con los
demás. Y en verdad que es la única forma de atraer la buena suerte y evitar la
mala, ¡y vaya si funciona!... Cuando repartiste tu mala suerte, tratando de
conservar para ti la buena, te aseguraste de que nadie quisiera compartir las cosas
buenas contigo, sólo las malas. Las semillas no tuvieron nada que ver en eso,
fueron tus obras. ¿Lo entiendes ahora?
¡Vaya si lo
había entendido! Y mientras el viajero se alejaba el mercader, con las vasijas
en la mano, miró a los habitantes del pueblo, buscando entre todos ellos quien más
necesitara aprender a utilizar la buena suerte.