viernes, 21 de julio de 2023

Himno a Cristo

Liturgia de las horas

Amo, Señor, tus sendas, y me es suave la carga
(la llevaron tus hombros) que en mis hombros pusiste;
pero a veces encuentro que la jornada es larga,
que el cielo ante mis ojos de tinieblas se viste,
que el agua del camino es amarga..., es amarga,
que se enfría este ardiente corazón que me diste;
y una sombría y honda desolación me embarga,
y siento el alma triste hasta la muerte triste...
El espíritu débil y la carne cobarde,
lo mismo que el cansado labriego, por la tarde,
de la dura fatiga quisiera reposar...
Mas entonces me miras..., 
y se llena de estrellas, Señor, la oscura noche; 
y detrás de tus huellas,
con la cruz que llevaste, me es dulce caminar.

Pataleando (don de Fortaleza)

 Mamerto Menapace



Una ranita salió con una amiga a recorrer la ciudad, aprovechando los charcos que dejara una gran lluvia.
Ustedes saben que las ranitas sienten una especial alegría después de los grandes chaparrones, y que esta alegría las induce a salir de sus refugios para recorrer mundo.
Su paseo las llevó más allá de la laguna donde vivían. Al pasar frente a una charca en las afueras, se encontraron con un gran edificio que tenía las puertas abiertas. Llenas de curiosidad se animaron mutuamente a entrar.
Era una quesería. En el centro de la gran sala había una enorme olla de leche. Un tablón permitió a ambas ranitas trepar hasta la gran olla, en su afán de ver cómo era la leche.
Pero, calcularon mal el último salto, se fueron las dos de cabeza dentro de la tina, zambulléndose en la leche.
Y pasó lo que suele pasar: caer fue una cosa fácil; salir era el problema. Porque, desde la superficie de la leche hasta el borde del recipiente, había como dos palmos de diferencia. Y allí era imposible ponerse en vertical. El líquido no ofrecía apoyo ni para erguirse ni para saltar.
Comenzó el pataleo. Pero, después de un rato, la amiga se dio por vencida. Vio que todos sus esfuerzos eran inútiles y se dejó llevar hasta el fondo. Lo último que se le escuchó fue: «Glu-glu-glu», que es lo que suelen decir los que se dan por vencidos.
La otra ranita, en cambio no se rindió. Se dijo que, mientras viviera, seguiría luchando. Y pataleó, pataleó y pataleó. Tanta energía y constancia puso en su esfuerzo, que finalmente logró solidificar la nata que había en la leche y, poniéndose sobre la mantequilla, hizo pie y saltó afuera.


jueves, 20 de julio de 2023

Salmo de alabanza (Salmo 46)

Pueblos todos, batid palmas,
aclamad a Dios con gritos de júbilo;
porque el Señor es sublime y terrible,
emperador de toda la tierra.
Él nos somete los pueblos
y nos sojuzga las naciones;
Él nos escogió por heredad suya:
gloria de Jacob, su amado.
Dios asciende entre aclamaciones;
el Señor, al son de trompetas:
tocad para Dios, tocad,
tocad para nuestro Rey, tocad.
Porque Dios es el rey del mundo:
tocad con maestría.
Dios reina sobre las naciones,
Dios se sienta en su trono sagrado.

Un asunto de monos

Anthony de Melo

El señor Robinson llegó a casa fatigado llevando un gran mono cómodamente sentado en sus hombros. La señora Robinson se sintió muy preocupada al ver a su marido en semejante estado:
-¿Qué te pasa querido?- le preguntó afectuosamente -¿Por qué tienes ese aspecto tan cansado y deprimido.
- A decir verdad- repuso él -tu madre tiene tanta culpa como cualquiera. Apenas fui a verla, prorrumpió a hablar contra mí sin parar. Ella y el resto de la familia. Santiago y Dora son por el estilo. Siempre están encima de mí. Dicen que no deberías haberte casado nunca conmigo. Tu madre decía que ella y tu padre sospechaban lo que iba a suceder…
- Tonterías querido, le interrumpió su esposa, tranquilizándole -Tú eres el mejor de los maridos del mundo. No les hagas caso. Yo les diré unas palabras la próxima vez que vaya a verlos. Lo arreglaré todo, no te preocupes. Ahora siéntate aquí y serénate. Ea, deja que te quite ese enorme mono de tus hombros.
Inmediatamente le quitó el mono y lo colocó sobre sus propios hombros. Ello hizo que el señor Robinson se sintiera muy aliviado. Serenado y de nuevo feliz, decidió ir a ver a algunos amigos del club de bolos y marchar con ellos a un pub.
Al poco rato, llegó del colegio el joven Frank. Traía un pequeño mono posado en sus hombros.
- Querido, exclamó su madre con ansiedad, qué ha ocurrido en la escuela hoy?
- Estoy harto, mamá. La profesora me ha reñido por algo que no he hecho. Dijo que era un descarado y marrullero y que daba mal ejemplo a toda la clase.
- ¡Cómo se ha atrevido a decirte cosas así! Déjamela a mi cuenta. Iré a verla mañana por la mañana a primera hora. Olvídala de momento. Sal a jugar con tus amigos, y yo te llamaré cuando esté lista la cena.
En cuanto la señora Robinson le quitó el pequeño mono de los hombros, Frank olvidó inmediatamente lo ocurrido en la escuela y se fue contento a jugar.
Poco después llegó Ángela a casa. Había estado en la fiesta de cumpleaños de una amiga, pero ciertamente su aspecto no era el de haberlo pasado bien. También ella traía un pequeño mono sobre los hombros, y su madre sospechó que había estado llorando.
- ¿Qué te ocurre, querida? ¿No fue bonita la fiesta?
- Ha sido horrible, mamá. Algunas chicas me han estado insultando. Dijeron que era una niña muy mimada. ¡Las odio!
- No hagas caso, querida. Dime quiénes fueron esas antipáticas y yo informaré a sus padres de lo ocurrido. Ahora cámbiate y vete a jugar. Yo te llamaré tan pronto como esté preparado la cena. Ea, deja que te quite ese mono de tus hombros.
Así era la señora Robinson. Una mujer muy amable y muy querida; tenía numerosas amistades, que a menudo iban a verla durante el día. Ella escuchaba pacientemente sus problemas y se mostraba preocupada al ver monos sobre sus hombros.
No obstante, según pasaban los días, la señora Robinson comenzó a sentirse también cansada. Evidentemente, no era la que solía ser y parecía preocupada por algo. Perdió el gusto por la vida, y parecía incapaz de hacer frente a sus deberes de esposa y madre. Con frecuencia ahora se lamentaba y gruñía de una manera muy extraña, comenzando a preocupar a la familia y a las amistades.
Un día, una buena amiga le habló sin rodeos:
-Escucha, Sandra; vengo dándome cuenta últimamente de lo deprimida que pareces estar. Evidentemente, sabes de qué se trata, ¿verdad?
- Bueno, en realidad no estoy segura, Gladys. Verdaderamente, no me he sentido nunca como ahora. Supongo que estoy algo cansada. Me siento abrumada últimamente, ya sabes.
 Ciertamente lo estás. El verdadero problema son todos esos monos que tienes encima de tus hombros. Y tú eres la única que puede hacer algo al respecto. El remedio está en tus manos. Manda de paseo esos monos. No son tuyos; ¿por qué has de llevarlos encima? Deshazte de ellos.
- ¿Lo crees así?- dijo pensativa la señora Robinson. Si, supongo que debo dejarlos. Después de todo, tienes razón. Realmente no me pertenecen; me parece, pues, que voy a dejarlos y que vuelvan a subirse a los hombros de las personas a las que realmente pertenecen.
En cuestión de días, la señora Robinson volvió a ser ella misma. Los monos habían vuelto a quienes pertenecían y ella sintió nuevas energías. Entonces se encontró de nuevo deseosa y capaz de ayudar a su familia y a sus amistades

martes, 18 de julio de 2023

Hay tres cosas...

Hay tres cosas en la vida que una vez que pasan, nunca regresan:
- El tiempo 
- Las palabras 
- Las oportunidades
Hay tres cosas en la vida que pueden destruir a una persona:
- El enojo 
- El orgullo 
- El odio
Hay tres cosas en la vida que usted nunca debe perder:
- La fe 
- El amor 
- La esperanza
Hay tres cosas en la vida de mayor valor:
- La humildad
- La sinceridad 
- La amistad
Hay tres cosas en la vida que forman a una persona:
- El respeto 
- El compromiso 
- Los valores
Hay tres personas que te aman, asi no lo entiendas y nunca te dejaran solo:
 El Padre, El Hijo y El Espiritu Santo 
Le pido a Dios tres cosas para Ti:
 Que Te Bendiga • Que Te Guíe • Y Te Proteja

El zapatero y el hombre rico

Había una vez un zapatero que disfrutaba mucho con su trabajo, pese a que solo le alcanzaba para lo justo. Tenía por vecino a un hombre muy rico, al que le sorprendían los cánticos felices del zapatero, pues vivía en una humilde morada, así que un buen día fue a visitarlo.
- «¿Cuánto gana al día?», preguntó.
- «Pues mire, vecino. Por mucho que trabajo solo obtengo unas monedas para vivir con lo justo, por lo que la riqueza no es el motivo de mi felicidad», contestó.
- «Eso pensé y vengo a contribuir a su felicidad».
Dijo el hombre, mientras le extendía una bolsa llena de monedas de oro.
El zapatero no se lo podía creer. Tras agradecer el gesto al hombre rico, guardó con celo su fortuna bajo su cama.
Pero, a partir de entonces, ante el temor de que pudieran robarle, no dormía bien y su trabajo se vio tan resentido por la falta de sueño y energía que dejó de cantar de felicidad. Así que decidió devolver las monedas a su vecino rico.
- «Verá, antes de tener esta fortuna era muy feliz. En cambio, ahora, solo vivo preocupado por proteger mi fortuna y no tengo ni siquiera la tranquilidad para disfrutarla», le dijo al hombre rico, que se quedó muy sorprendido.
No obstante, ambos comprendieron el mensaje: que la riqueza material no es garantía de la felicidad.