Erase una vez un pan tierno, crujiente, de olor agradable y apetitoso.
De pronto se encontró rodeado de un grupo de niños que tenían muchas ganas
de comer.
Pero cuando el pan los vio, tuvo mucho miedo y corrió a esconderse.
Pasó el tiempo y aquel pan que no quiso dejarse comer, se puso duro. Lo encontraron y lo tiraron a la basura.
En cambio, había una vez un pan tierno, crujiente,
de olor agradable y aspecto apetitoso.
Llegó un grupo de niños con ganas de comer. Cuando
el pan sintió que el cuchillo lo cortaba no dijo nada, aunque pensó que se moriría.
Pero al sentir las manos y la boca de los niños, se sintió alegre. De pronto, se dio cuenta de que no había muerto. Se había
transformado en niño.
El pan que no se
deja comer se endurece. Se hace un pan inútil.
Y al fin termina
o en el basurero o en la barriga de algún cerdo.
En cambio, el pan
que se deja comer, se deja morir, no muere realmente sino que se transforma en
vida de niños, en vida de grandes y pequeños.
Lo que no se da,
se muere. Lo que se da vive.
Lo que no se da,
se endurece. Lo que se da sigue estando fresco.
Lo que no se da,
no sirve para nada. Lo que se da se convierte en nueva vida.
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