Los
hijos de un labrador estaban peleados. Éste, a pesar de sus muchas
recomendaciones, no conseguía con sus argumentos hacerles cambiar de actitud.
Decidió que había que conseguirlo con la práctica. Les exhortó a que le
trajeran un haz de varas. Cuando hicieron lo ordenado, les entregó primero las
varas juntas y mandó que las partieran. Aunque se esforzaron no pudieron; a
continuación, desató el haz y les dio las varas una a una. Al poderlas romper
así fácilmente dijo:
-
«Pues bien, hijos, también vosotros, si conseguís tener armonía seréis
invencibles ante vuestros enemigos, pero si os peleáis, seréis una presa
fácil.»
La
fábula muestra que tan superior en fuerza es la concordia como fácil de vencer
es la discordia.
Entre
los antiguos había un hombre muy viejo que tenía muchos hijos. Cuando iba a
terminar ya su vida les pidió que le trajesen, si la había, una gavilla de
finos juncos. Uno de ellos se la trajo: «Intentad, hijos, con toda vuestra
fuerza, romper los juncos así entrelazados unos con otros.» Pero ellos no
podían. «Intentadlo ahora de uno en uno» a medida que los rompían con toda facilidad,
les dijo:
-
«Hijos míos, de igual manera si convivís todos unos con otros, nadie podrá
haceros daño, por mucha fuerza que tenga. En cambio, si cada uno toma una
decisión al margen del otro, os pasará lo mismo que a cada uno de los juncos.»
La
hermandad es el mayor bien de los hombres: incluso a los humildes los eleva a
las alturas.
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