miércoles, 9 de febrero de 2022

Detrás de las montañas

                      Begoña Ibarrola

Si alguien hubiera visto esa mañana a Nevenka, hubiera pensado que era una niña bastante gordita, pero solo su madre y ella sabían que se había puesto encima casi toda la ropa que tenía. Su madre le dijo cuando todavía no había amanecido:
- Hija, tienes que ponerte toda la ropa que puedas porque nos vamos a ir de aquí por mucho tiempo. El viaje será largo y las noches muy frías.
- Pero mamá, protestó Nevenka, estoy muy incómoda, mientras intentaba moverse.
- Ya lo sé hija, pero solo podemos llevar una pequeña maleta. Cuando salga el sol podrás quitarte la ropa y meterla en esta bolsa ¿de acuerdo?
Muy pronto comprendió que aquella huida en plena noche era diferente a las otras, cuando se escondían en el bosque si escuchaban cerca el sonido de los fusiles o les avisaban de que los soldados se estaban acercando al pueblo.
Salieron de la casa sin hacer ruido y solamente la luna vio llorar a los padres de Nevenka que de vez en cuando miraban hacia atrás.
- ¿Dónde vamos, papa?, preguntó la niña.
- Nos dirigimos a la frontera porque al otro lado de las montañas hay un país que vive en paz.
A medida que el sol salía por el horizonte y comenzaba a calentar, Nevenka se fue quitando ropa y llenando la bolsa que llevaba en una mano, y en la otra a su muñeca Karina. ¿Cómo la iba a dejar sola?
Después de andar y andar durante muchas horas por fin vieron a lo lejos la frontera y una fila interminable de gente que habían tomado la misma decisión que ellos. Todos caminaban con caras tristes y resignadas, y los tres se pusieron en la fila.
Pero Nevenka vio a otros niños y niñas y preguntó a su madre:
- ¿Puedo ir a jugar con ellos?
- Espera un poco hija, cuando pasemos la frontera podrás jugar, mientras tanto sigue a nuestro lado y camina en silencio.
Fueron muchas horas de espera y mucho cansancio acumulado, pero antes de que llegara la noche, se encontraban caminando hacia las montañas, por lugares desconocidos que les llevarían hacía una tierra de paz, donde no volverían a escuchar cada día los sonidos de las armas y no tendrían que esconderse más en el bosque.
Llegó la noche y Nevenka volvió a ponerse toda la ropa que pudo porque hacía mucho frío, se acurrucó junto a sus padres y agotada de tanto caminar, se durmió profundamente.
- ¡Karina, ahora podré jugar contigo! -dijo Nevenka a su muñeca nada más despertarse.
- ¿Me dejas, mama?, le preguntó.
Los ojos de su madre por fin le sonrieron y corrió en busca de otros niños que, como ella, llevaban una bolsa de plástico en la mano.
Mientras los mayores caminaban en silencio, se podían escuchar las voces de los niños que cantaban:
“Pirulón, pirulero, di hay paz aquí me quedo. Pirulón, pirulí, sunque no esté en mi país.
Pirulón, pirulero, si tu vienes yo te espero, Pirulón, pirulí, ahora puedo ser feliz”
Detrás de las montañas, Nevenka y sus padres encontraron un lugar donde poder vivir lejos de los disparos y de los soldados, aunque cada día soñaban con volver a su pueblo, a su casa, a su verdadero hogar.

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