viernes, 18 de marzo de 2022

La última prueba

John se levantó del banco, arregló su uniforme, y estudió la multitud de gente que se abría paso hacia la Gran Estación Central, buscando a la chica cuyo corazón él conocía, pero cuya cara nunca había visto: la chica de la rosa.
Su interés por ella había comenzado 13 meses antes, en una biblioteca de Florida. Tomando un libro del estante le intrigó, no las palabras del libro, sino las notas escritas en el margen. La escritura reflejaba un alma pura, de grandes valores y capaz de grandes sacrificios. En la contraportada del libro descubrió el nombre de la dueña anterior, la señorita Hollys Maynell. Indagando durante varios días localizó su dirección en Nueva York, y le escribió una carta para presentarse y para invitarla a mantener correspondencia.
Al día siguiente John fue enviado en barco para servir en la Segunda Guerra Mundial. Durante un año y un mes, los dos se fueron conociendo a través del correo, y este conocimiento les fue llevando hacia el amor. John le pidió una fotografía, pero ella se negó porque sentía que una relación verdadera no se puede fundamentar en apariencias.
Cuando por fin él regresó de Europa, concretaron su primer encuentro: a las siete de la tarde en la Gran Estación Central de Nueva York. «Me conocerás», dijo ella, «por la rosa roja que llevaré en la solapa».
Así que, a la hora convenida, John estaba en la estación buscándola.
De pronto una joven vino hacia él. Su figura era alta y esbelta; su cabello rubio y rizado se encontraba detrás de sus delicadas orejas; sus ojos eran azules como flores; sus labios y su mentón tenían una gentil firmeza y en su traje verde pálido lucía como la primavera en vida. John comenzó a caminar hacia ella sin darse cuenta que no llevaba la rosa. Mientras se movía, una pequeña sonrisa curvó sus labios.
- “¿Buscas a alguien, marinero?” murmuró la dama.
Casi incontrolablemente di un paso hacia ella y entonces vio a Hollys Maynell. Estaba parada justo detrás de la chica, con la rosa en la solapa. Una mujer, ya pasada de los 40, con cabello grisáceo y algo gruesa.
La chica del traje verde se iba rápidamente. Sintió como si le partieran en dos: por un lado sentía un ardiente deseo de seguirla, y a la vez sentía un profundo anhelo por la mujer de corazón puro que por correspondencia le había acompañado y apoyado durante tiempos difíciles. Y ahí estaba ella, con su aspecto amigable y sereno.
- “No puedo negar que me sentí de pronto decepcionado. Pero enseguida comprendí que ese sentimiento respondía sólo a la pasión y la fantasía. Contradecía todo lo que, precisamente con la ayuda de Miss Maynell, había descubierto sobre el amor verdadero. Fue por eso que di el paso y la saludé con mucho entusiasmo. Es cierto, esto no sería un romance, pero sí algo valioso, algo quizás mejor que el romance: una amistad por la que debía estar siempre agradecido”.
- “Soy el Teniente John, y usted debe ser la Srta. Maynell... ¿Le puedo invitar a cenar?”
- “Muchas gracias”, dijo la mujer, “pero usted busca a mi hija: es la joven con el vestido verde que se acaba de ir. Me entregó su rosa y me dijo que, si usted me invitaba a cenar, se la diera para que usted se la lleve. Le está esperando en el restaurante de enfrente”».

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