viernes, 21 de julio de 2023

Pataleando (don de Fortaleza)

 Mamerto Menapace



Una ranita salió con una amiga a recorrer la ciudad, aprovechando los charcos que dejara una gran lluvia.
Ustedes saben que las ranitas sienten una especial alegría después de los grandes chaparrones, y que esta alegría las induce a salir de sus refugios para recorrer mundo.
Su paseo las llevó más allá de la laguna donde vivían. Al pasar frente a una charca en las afueras, se encontraron con un gran edificio que tenía las puertas abiertas. Llenas de curiosidad se animaron mutuamente a entrar.
Era una quesería. En el centro de la gran sala había una enorme olla de leche. Un tablón permitió a ambas ranitas trepar hasta la gran olla, en su afán de ver cómo era la leche.
Pero, calcularon mal el último salto, se fueron las dos de cabeza dentro de la tina, zambulléndose en la leche.
Y pasó lo que suele pasar: caer fue una cosa fácil; salir era el problema. Porque, desde la superficie de la leche hasta el borde del recipiente, había como dos palmos de diferencia. Y allí era imposible ponerse en vertical. El líquido no ofrecía apoyo ni para erguirse ni para saltar.
Comenzó el pataleo. Pero, después de un rato, la amiga se dio por vencida. Vio que todos sus esfuerzos eran inútiles y se dejó llevar hasta el fondo. Lo último que se le escuchó fue: «Glu-glu-glu», que es lo que suelen decir los que se dan por vencidos.
La otra ranita, en cambio no se rindió. Se dijo que, mientras viviera, seguiría luchando. Y pataleó, pataleó y pataleó. Tanta energía y constancia puso en su esfuerzo, que finalmente logró solidificar la nata que había en la leche y, poniéndose sobre la mantequilla, hizo pie y saltó afuera.


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