martes, 10 de diciembre de 2024

Un niño llamado Leo

En el día de los Derechos Humanos

Había una vez un niño llamado Leo, que vivía en una casa pequeña en un barrio tranquilo. Leo tenía una imaginación desbordante y le gustaba mucho dibujar. Sus cuadernos estaban llenos de mundos fantásticos: castillos flotantes, dragones que lanzaban burbujas en lugar de fuego, y mares de colores que cambiaban con el clima.
Sin embargo, Leo también tenía una sombra en su corazón. Sus padres, Marta y Roberto, estaban siempre ocupados. Entre el trabajo y las preocupaciones del día a día, había poco tiempo para comprender a su hijo. Cuando a Leo se le caía al leche al desayunar o rompía algún vaso por accidente, Marta solía gritar: “¡Siempre haces todo mal!” Y cuando Roberto revisaba las tareas de Leo y encontraba errores, decía: “¿Por qué eres tan tonto?”.
Con cada palabra dura, algo dentro de Leo se rompía un poquito. Aunque por fuera mantenía la calma, en su interior creía que tal vez sus padres tenían razón: “Quizá sí soy tonto”, pensaba.
Una noche, después de un largo día lleno de regaños, Leo se encerró en su habitación y dibujó algo diferente. Era un bosque oscuro, lleno de árboles torcidos y sombras amenazantes. En el centro del dibujo, había un pequeño pájaro atrapado en una jaula. Sus alas eran enormes, pero la jaula era demasiado pequeña para que pudiera usarlas. Leo miró su obra y sintió un nudo en el estómago. “Ése soy yo”, susurró.
A la mañana siguiente, mientras Marta limpiaba, encontró el dibujo sobre la cama de Leo. Lo observó con detenimiento y sintió un pinchazo en el corazón. “¿Por qué dibujó algo tan triste?”, pensó. Esa noche, le mostró el dibujo a Roberto.
— Es solo un dibujo, Marta -dijo Roberto, intentando restarle importancia.
Pero Marta no podía quitarse la imagen de la cabeza. Al día siguiente, decidió hablar con la maestra de Leo. La maestra, una mujer sabia llamada Clara, escuchó atentamente y luego dijo:
— Leo es un niño sensible y con mucho talento. Pero también necesita sentirse valorado. Los niños son como pequeñas plantas; si les hablas con dureza, se marchitan. Pero si los riegas con amor y palabras amables, florecen.
Marta regresó a casa pensativa. Esa noche, cuando a Leo se le cayó un poco de zumo, Marta estuvo a punto de gritarle, pero algo la detuvo. Respiró profundo y dijo:
— No pasa nada, Leo. Todos cometemos errores.
Leo la miró sorprendido, como si no pudiera creer lo que escuchaba. Poco a poco, Marta y Roberto comenzaron a cambiar. En lugar de gritarle cuando cometía errores, le enseñaban cómo arreglarlos. Cuando Leo dibujaba algo, lo felicitaban y le preguntaban por sus historias. Cada palabra amable era como un rayo de sol que derretía el hielo en el corazón de Leo.
Con el tiempo, Leo volvió a llenar sus cuadernos de colores brillantes y mundos fantásticos. Y en uno de sus dibujos, Marta y Roberto vieron algo que los hizo llorar: un pájaro con alas enormes, volando libre bajo un cielo despejado.
Desde entonces, Marta y Roberto entendieron que las palabras tienen un poder inmenso. Pueden ser jaulas que atrapan o vientos que impulsan a volar. Y ellos eligieron ser el viento bajo las alas de su hijo.

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