Abuela, ¿sabías que el abuelo me mintió?
— ¿En serio? ¿Y qué te dijo?
— Ayer le pedí que tirara todos mis dibujos viejos. Hoy, buscando un lápiz en su cajón, ¡encontré todos mis dibujos ahí!
— ¿Y le preguntaste por qué los tenía?
— Sí, y me dijo que los había tirado, pero que luego una señora los encontró en la basura, los puso a la venta y él los compró de vuelta a cambio de una cena.
— ¿De verdad?
— De verdad.
— Entonces, creo que tengo algo aquí en mi bolsillo que te puede interesar...
— ¿Qué es?
— Es una invitación a cenar.
— ¿Qué? ¿Es la misma invitación? ¿Eres la señora de la historia del abuelo?
— Así es, cariño. En realidad, el abuelo nunca los tiró. Me los dio para guardarlos, pero después me pidió que se los devolviera. Le dije que sí, pero con una condición: invitarme a cenar.
— Pero, ¿por qué querías guardar mis dibujos? Son viejos y feos.
— Para nosotros son preciosos, son parte de ti. Aunque pasen los años, esos dibujos no son feos. Nos muestran a un niño lleno de sueños, y esa magia no se tira ni se olvida. Ese niño, aunque haya crecido, sigue aquí y siempre merece ser amado.
— ¿Crees que esos dibujos aún importan?
— Claro que sí, mi amor. Aunque el tiempo pase, esos dibujos nos recuerdan que, en el fondo, seguimos siendo niños soñadores. Aunque nuestros cuerpos cambien, el soñador que llevamos dentro siempre quiere seguir adelante. Así que, conservaremos esos dibujos siempre. Y si alguna vez tus abuelos necesitan recordar cómo soñar, solo tendrán que abrir ese cajón para reencontrarse contigo.
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