martes, 28 de febrero de 2017

Apagar el odio, encender el amor



Un soldado norteamericano había tenido una hija con una vietnamita durante la guerra de Vietnam. Ahora, en Norteamérica, vivía con su esposa y un hijo único, pero se escribía con su hija, hasta que, al cumplir ésta doce años, la recibió en su casa.
Los vecinos del barrio, algunas amistades e incluso su mismo hijo adoptaron desde el primer momento una actitud de desprecio hacia el padre y hacia la hija; especialmente una viuda que vivía al lado, a cuyo esposo habían matado los vietnamitas en la guerra.
La cosa se fue agravando hasta ocasionar la huida de la niña, despreciada en Vietnam por ser hija de un norteamericano y odiada en Norteamérica por ser hija de una vietnamita. Y todos los esfuerzos del buen padre de hacerse comprender por su hijo, vecinos y amistades, resultaron inútiles.
En casa trabajaba de pintor un hombre de noble corazón. Un día habló a solas con la viuda en presencia del hermano de la niña vietnamita y dijo:
- Yo conocí a su marido: era un buen hombre.
- ¿Dónde lo conoció? -preguntó la viuda.
- En la guerra de Vietnam. Yo estuve allí -respondió el pintor.
- ¿Y sabe cómo murió? -volvió a preguntar la viuda.
-Sí -contestó el pintor-. Él amaba profundamente a los niños vietnamitas víctimas de la guerra; los visitaba, los protegía, les procuraba alimentos y medicinas; vivía pensando en ellos. Y un día, al dirigirse a ellos con una carga de alimentos, estalló una bomba y murió. ¡Él fue un héroe!
Momentos después la viuda y el muchacho suplicaban perdón al dolorido padre y juntos buscaron a la niña, que había escapado, para reconciliarse con ella. Pronto el barrio entero había cambiado de actitud. Este pintor supo apagar el odio y encender el amor.

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