Érase una vez un hombre cuyo oficio
consistía en avisar con un farol al maquinista del tren de los peligros de la
vía. Una noche el hombre salió con su farol para indicarle al maquinista que el
puente situado a un kilómetro de distancia se había hundido, pero algo extraño
sucedió y el tren cayó al vacío.
El hombre fue llevado ante el juez para interrogarle sobre las circunstancias del accidente.
El juez le preguntó:
El hombre fue llevado ante el juez para interrogarle sobre las circunstancias del accidente.
El juez le preguntó:
- ¿Era usted el encargado de avisar al
tren la noche del accidente?
- Sí, señor.
- ¿Llevaba usted el farol?
- Sí, señor.
- ¿Mostró usted el farol al maquinista?
- Sí, señor.
El hombre fue absuelto, pero cuando iba a casa, aliviado, le dijo a su amigo: menos mal que el juez no me ha preguntado si el farol estaba encendido.
- Sí, señor.
- ¿Llevaba usted el farol?
- Sí, señor.
- ¿Mostró usted el farol al maquinista?
- Sí, señor.
El hombre fue absuelto, pero cuando iba a casa, aliviado, le dijo a su amigo: menos mal que el juez no me ha preguntado si el farol estaba encendido.
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