Una
vez un grupo de tres hombres se perdieron en la montaña y solamente tenían una
fruta para alimentar a los tres, quienes casi desfallecían de hambre. Se les
apareció Dios y les dijo que probaría su sabiduría y que, dependiendo de lo que
mostraran, les salvaría. Les preguntó Dios qué podían pedirle para arreglar
aquel problema y que todos se alimentaran.
El
primero dijo: “Más comida”,
Dios
contestó que era una respuesta sin sabiduría, pues no se debe pedir a Dios que
aparezca mágicamente la solución a los problemas sino trabajar con lo que se
tiene.
Dijo
el segundo: “Entonces haz que la fruta crezca para que sea suficiente”,
A
lo que Dios contestó que no, pues la solución no es pedir siempre la
multiplicación de lo que se tiene para arreglar el problema, pues el ser humano
nunca queda satisfecho y por ende nunca sería suficiente.
El
tercero dijo entonces: “Mi buen Dios, aunque tenemos hambre y somos orgullosos,
haznos pequeños a nosotros para que la fruta nos alcance”.
Dios
dijo: “Has contestado bien, pues cuando el hombre se hace humilde y se
empequeñece delante de mis ojos, verá la prosperidad”.
Se
nos enseña que “otros arreglen los problemas” o a “buscar la salida
fácil”, pidiendo a Dios que arregle todo sin nosotros cambiar o sacrificar
nada. Por eso muchas veces parece que Dios no nos escucha pues pedimos sin
dejar nada de lado y queriendo siempre salir ganando.
Seremos
felices el día que aprendamos que la forma de pedir a Dios es reconocernos
débiles, y ser humildes dejando de lado nuestro orgullo. Y veremos que, al
empequeñecernos y ser mansos de corazón, obtendremos el favor de Dios
y Él escuchará nuestra súplica.
Pídele
a Dios que te haga pequeño… ¡Haz la prueba!
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