sábado, 8 de febrero de 2020

El comerciante sin suerte


                       Pedro Pablo Sacristán

Había una vez un comerciante que después de unos malos negocios, se lamentaba de su mala suerte. Un viajero que pasaba por allí le preguntó qué le apenaba, y al oír que era un hombre con muy mala suerte, abrió el saco que llevaba y sacó un extraño artilugio, formado por dos vasos de cristal unidos por la mitad, decorados con extraños dibujos, uno verde y otro rojo, en cada uno de los cuales había unas raras semillas del mismo color que su vaso.
- Pues precisamente has tenido mucha suerte al encontrarme -dijo el hombre-. Esto es justo lo que necesitas: unas vasijas de la suerte.
Y ante el asombro del mercader, le explicó que aquellas semillas eran las semillas de la suerte; las de la buena suerte, las verdes, y las de la mala suerte, las rojas. Nunca podían separarse las vasijas, y cuando alguna de ellas se llenaba, provocaba múltiples sucesos de buena o mala suerte, según se hubieran desbordado unas semillas u otras.
El comerciante, ilusionado, agradeció el regalo, sin llegar a escuchar la advertencia de lo difícil que era utilizar aquellas vasijas. Esperanzado, examinó con cuidado las semillas verdes, las de la buena suerte. Aunque no le eran familiares, estaba seguro de poder encontrar alguien a quien comprarle varias vasijas, así que cubrió la boca del tarro con sumo cuidado, evitando que se pudieran caer por descuido.
Luego miró las semillas rojas, y pensó que la forma más segura de evitar que se llenara el vaso rojo era vaciarlo allí mismo; así lo hizo y siguió su camino.
Según pasaba el tiempo, el comerciante descubrió que el vaso rojo se llenaba solo. Así que cada poco tiempo se paraba a vaciarlo y seguía su camino. Pero llegó un momento en que el vaso se llenaba tan rápido, que casi no podía vaciarlo, y finalmente, se desbordó.
Entonces miró a lo largo del camino, y vio que las semillas que había ido arrojando se habían convertido en plantas malignas que acabaron con los sembrados y los pastos de toda la zona. Los aldeanos del lugar buscaron enfurecidos al culpable, y el mercader huyó corriendo del pueblo entre golpes y porrazos.
Mientras lamentaba su mala fortuna, se detuvo a mirar los dibujos de las vasijas. Eran como unas instrucciones, en las que siempre se veía el vaso rojo cerrado y el verde totalmente abierto, y parecía que cualquiera pudiera tomar cuantas semillas verdes quisiera.
Decidió seguir su viaje de esa forma, y al encontrarse con un hombre que le pidió algunas de sus semillas, le dejó servirse libremente. Y su suerte cambió. Cosas parecidas volvieron a ocurrir con muchos otros que encontró en el camino, hasta que el comerciante comprobó que en lugar de vaciarse, cada vez que regalaba las semillas verdes el vaso se llenaba más, hasta que tras ofrecer semillas a todo el mundo, el vaso llegó a desbordarse.
Y efectivamente, la buena suerte se quedó con él y comenzaron a ocurrirle cosas maravillosas; uno de aquellos a quienes había ayudado resultó ser un hombre muy rico, que agradecido le llenó de lujos y regalos; otros le consideraban tan bueno que le propusieron para alcalde, y así una y otra vez.
Algún tiempo después el mercader se cruzó con aquel viajero que le entregó las vasijas. Después de saludarse, le contó todas sus aventuras y le dio miles de gracias. Pero antes de despedirse, le preguntó:
- ¿Por qué me diste las vasijas de la suerte? ¿De dónde sacaste esas semillas de la suerte?
- Creo que fue un viejo maestro quien las encontró y se dio cuenta de que serían geniales para enseñar a usar la suerte: guárdate lo malo para ti, y comparte lo bueno con los demás. Y en verdad que es la única forma de atraer la buena suerte y evitar la mala, ¡y vaya si funciona!... Cuando repartiste tu mala suerte, tratando de conservar para ti la buena, te aseguraste de que nadie quisiera compartir las cosas buenas contigo, sólo las malas. Las semillas no tuvieron nada que ver en eso, fueron tus obras. ¿Lo entiendes ahora?
¡Vaya si lo había entendido! Y mientras el viajero se alejaba el mercader, con las vasijas en la mano, miró a los habitantes del pueblo, buscando entre todos ellos quien más necesitara aprender a utilizar la buena suerte.

No hay comentarios:

Publicar un comentario