Había una vez
tres sabios. Y eran muy sabios. Aunque los tres eran ciegos. Como no podían
ver, se habían acostumbrado a conocer las cosas con solo tocarlas. Usaban de
sus manos para darse cuenta del tamaño, de la calidad y de la calidez de cuanto
se ponía a su alcance.
Sucedió que un
circo llegó al pueblo donde vivían los tres sabios que eran ciegos. Entre las
cosas maravillosas que llegaron con el circo, venía un gran elefante blanco. Y
era tan extraordinario este animal que toda la gente no hacía más que hablar de
él.
Los tres sabios
que eran ciegos quisieron también conocer al elefante. Se hicieron conducir
hasta el lugar donde estaba y pidieron permiso para poder tocarlo. Como el
animal era muy manso, no hubo ningún inconveniente para que lo hicieran.
El primero de
los tres estiró sus manos y tocó a la bestia en la cabeza. Sintió bajo sus
dedos las enormes orejas y luego los dos tremendos colmillos de marfil que
sobresalían de la pequeña boca. Quedó tan admirado de lo que había conocido que
inmediatamente fue a contarles a los otros dos lo que había aprendido. Les
dijo:
- El elefante
es como un tronco, cubierto a ambos lados por dos frazadas, y del cual salen
dos grandes lanzas frías y duras.
Pero resulta
que cuando le tocó el turno al segundo sabio, sus manos tocaron al animal en la
panza. Trató de rodear su cuerpo, pero éste era tan alto que no alcanzaba a
abarcarlo con los dos brazos abiertos. Después de mucho palpar, decidió también
él contar lo que había aprendido. Les dijo:
- El elefante
se parece a un tambor colocado sobre cuatro gruesas patas, y está forrado de
cuero con pelo para afuera.
Entonces fue el
tercer sabio, y agarró el animal justo por la cola. Se colgó de ella y comenzó
a hamacarse como hacen los chicos con una soga. Como esto le gustaba al animal,
estuvo largo rato divirtiéndose en medio de la risa de todos. Cuando dejó el
juego, también él habló:
- Yo sé muy
bien lo que es un elefante. Es una cuerda fuerte y gruesa, que tiene un pincel
en la punta. Sirve para hamacarse.
Resulta que
cuando volvieron a casa y comenzaron a charlar entre ellos lo que habían
descubierto sobre el elefante no se podían poner de acuerdo. Cada uno estaba
plenamente seguro de lo que conocía. Y además tenía la certeza de que sólo había
un elefante y de que los tres estaban hablando de lo mismo, pero lo que decían
parecía imposible de concordar. Tanto charlaron y discutieron que casi se
pelearon.
Pero al fin de
cuentas, como eran los tres muy sabios, decidieron hacerse ayudar, y fueron a
preguntar a otro sabio que había tenido la oportunidad de ver al elefante con
sus propios ojos.
Y entonces
descubrieron que cada uno de ellos tenía razón. Una parte de la razón. Pero que
conocían del elefante solamente la parte que habían tocado. Y le creyeron al
que lo había visto y les hablaba del elefante entero.
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