viernes, 20 de marzo de 2020

Historia de un árbol


Nuestro árbol se distinguía a lo lejos.  Era enorme, robusto, anciano y con una gran copa que proyectaba su sombra jaspeada sobre la hierba del jardín. Era un ombú, que durante años, fue creciendo a lo alto y a lo ancho, hasta conquistar una pradera cercada por una muralla de piedra.
Cuando trepábamos por él, yo pensaba que era como el lomo de un inmenso elefante africano o como una ballena del reino vegetal. 
Si el árbol hubiera podido hablar, nos habría contado las historias de los niños de otros tiempos: a qué habían jugado por sus ramas, quiénes habían escalado su colina de corteza para sentarse a descansar antes de seguir subiendo, quiénes habían resbalado por su musgo o quiénes habían tropezado en sus raíces. 
Niños felices que se habían escondido bajo sus hojas. Niños valientes que habían subido hasta lo más alto, donde habían contemplado el valle a vista de pájaro y se habían sentido como reyes.
Una tarde hubo una gran tormenta. Fue de un momento para otro. El cielo se puso muy negro y pareció que se iba a romper.  Después, empezó a llover con fuerza. Detrás del cristal, vimos los relámpagos y oímos los truenos. A la mañana siguiente, corrimos a jugar a nuestro árbol: un rayo había partido la rama larga, horizontal al suelo, donde solíamos columpiarnos. Había dejado un profundo boquete en el tronco.
Nos sentimos tristes. Por suerte, el resto del ombú estaba intacto. Abrazamos a nuestro árbol y poco a poco, recuperamos los juegos.
Cuando llegó la primavera, el agujero hecho por el rayo se llenó de ramitas jóvenes.

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