El niño pasó 3 días y 3 noches en el campo.
De vuelta a la ciudad todavía en coche, su padre le preguntó:
- ¿Qué hay de tu experiencia?
- Bueno, ¡ha resultado estupenda! -respondió el niño.
- ¿Aprendiste algo?
- Sí, mucho: Nosotros tenemos un perro y ellos tienen cuatro. Que tenemos una piscina con agua tratada que no es más grande que dos dormitorios; ellos tienen un río, con agua cristalina, peces y otras cosas buenas. Que tenemos luz eléctrica en nuestro jardín, pero ellos tienen estrellas y luna para iluminarles. Que nuestro jardín llega hasta la valla; el suyo, hasta el horizonte. Que compramos nuestra comida; ellos la cultivan, la cosechan y la cocinan. Que escuchamos CDs... ellos escuchan una sinfonía continua de pajarillos, grillos y otros animales... todo esto, a veces acompañado del canto de un vecino que trabaja la tierra. Nosotros usamos el microondas; ellos lo que cocinan lo hacen a fuego lento. Que nosotros, para protegernos, vivimos rodeados de vallas con alarma; ellos viven con las puertas abiertas, protegidas por la amistad de sus vecinos. Que vivimos conectados al teléfono, al ordenador y a la televisión; ellos están relacionados con la vida, el cielo, el sol, el agua, los campos, los animales, sus sombras y sus familias.
El padre se quedó muy impresionado con los sentimientos de su hijo. Finalmente, el hijo concluye:
- ¡Gracias, papá, por enseñarme lo pobres que somos!
Cada día nos volvemos más pobres porque ya no vemos la riqueza de la naturaleza!
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