domingo, 12 de septiembre de 2021

La Virgen va a la fuente

En la fiesta del Dulce Nombre de María

Va por agua la Virgen. La Muchachita de Israel ha salido de la casa de Joaquín y Ana con su cántaro cogido al brazo, casi apretado contra su corazón; soñando, tal vez, que lleva en sus brazos algo distinto..., algo mucho más querido... También las niñas de Israel jugaban a muñecas. También a la Virgen la había hecho Dios para ser Madre... La Virgen, no sabe por qué, sigue hacia el pozo apretando con ternura su cantarillo. Es una tarde sin ruidos de uno de los últimos días de la primera etapa del mundo. Una tarde de antes de Cristo.
María iba muchas veces a la fuente. Solía llevar agua a casa de los viejecitos Efraim y Rut, que ya casi no podían llegar hasta el pozo. Solía llevar agua y consuelo a la pobre Resfa, que estaba enferma ya hace tres años, y a sus criaturitas... María era pobre; no podía ayudarles con su dinero. Pero le gustaba ayudarles yendo a la fuente muchas veces, y llevando el agua a los pobres impedidos del pueblo. Llevar agua a los necesitados. Llevar agua al mundo entero.
— María, ¿quieres llevar agua a todos los hombres? Y Ella, presintiendo no sé qué, apretaba el cantarillo vacío; el cantarillo que un día se lo iba a llenar el mismo Dios.
Y aquella tarde de Israel salíamos todos los hombres y las mujeres del mundo al camino de aquella Niña que iba con el cantarillo:
— María, danos de beber..., que el pozo es muy hondo y sólo Tú puedes... Y María sigue con su cantarillo hacia la fuente.
— Si conocieras el don de Dios -dijo un día Cristo a otra mujer que iba por agua... Y la Niña María, sí que sabía el don de Dios. Sabía ya algo, sabía mucho de aquella agua que no entendía la Samaritana.
La Virgen va a la fuente. Y es feliz. ¡Qué hermoso le parecía a María ir a la fuente..., ir a la fuente siempre... y llevar agua a todos los hombres!
Cantando va la Virgen. Cantando una canción de cuna que le enseñó Ana, su madre. Y cuando canta la Virgen, le canta también dentro, muy suave y muy hueco, el cantarillo que lleva en el brazo.
— ¿Sabes, María, que hay un agua que salta hasta la vida eterna?
— María, tráenos Tú el agua; porque el agua que nosotros traemos nos vuelve a dar sed...
La Virgen se inclina sobre el pozo. El pozo es muy hondo. Los demás nunca llegábamos hasta el agua. Ella sí. Cuando la Virgen se asomaba al pozo, el agua subía con su imagen..., con Ella misma toda hecha de aquella agua que salta hasta la vida eterna.
Se va haciendo de noche en Israel y en el mundo pero no importa. Está allí la Virgen llenando su cantarillo.
— María, Tú nos darás de esa agua que ya no da más sed. María, danos de beber.
La Virgen viene de la fuente. ¿Qué traerá la Virgen? Trae al brazo... No. Si no es el cantarillo... Las mujeres, los hombres de Israel y del mundo se arremolinan junto a Ella:
- María, espera. Deja que lo veamos bien... Esta vez no sueña la Niña de Israel. Esta vez es verdad. Ella iba con su cantarillo a la fuente... Y Dios hizo lo demás. En lugar de su cantarillo, y en los mismos brazos, le había puesto Dios la fuente de la dicha para los hombres.
Era una mañanita del mundo. Una mañanita de las primeras de la segunda etapa del mundo. La Virgen venía de la fuente. No se olvidó de los pobrecitos del pueblo. Entró en casa de Efraim y Rut. Rut besaba al Niño y lloraba. A Efraim le temblaban los brazos ya secos cuando se lo dejó la Virgen.
— Gracias, María. Señor, ya lo he visto. Ahora ya puedes dejarme morir en paz...
Luego la Virgen subió donde Resfa, la enferma:
— ¡María! ¡Si tiene tus mismos ojos!
— Sí, Resfa; y los mismos ojos de Dios...
Y luego, la Virgen le contó a Resfa su secreto: Ella siempre había soñado poder llevar agua a todos los hombres; un agua que llenara la vida, que apagara la sed para siempre...; por eso le gustaba tanto ir siempre a la fuente, llevar agua a los pobres del pueblo... Hasta que una noche, Dios se lo puso en sus brazos...
— Es para vosotros, Resfa... Dios me lo dejó para que os lo diera a vosotros..., a todos los hombres.
La Virgen salió con el Niño apretado contra su corazón. Lo llevaba en el mismo que solía llevar su cantarillo a la fuente. Pero esta vez la Virgen volvía de la fuente. Había encontrado aquella agua profunda que salta hasta la vida eterna.
- María, de este pozo bebieron nuestros padres y murieron. Y a María la escogió Dios para llevar a los hombres toda el agua divina que salta hasta la vida eterna.
- María, nuestra casa está triste: ¿nos dejas el Niño esta tarde?
- María, ¿me dejas verlo?
- María, ¿me dejas tenerlo?
- María, ¿nos dejas...?
Y un día María deja a su Niño en poder los pecados de los hombres...
- María, ¿nos lo dejas para que lo azotemos?
- María, ¿nos lo dejas para que lo coronemos de espinas?
- María, ¿nos lo dejas para que lo matemos en una cruz?
Y la Virgen sigue detrás de su Niño hasta el poste de la cruz.
Por fin se lo dejan, ya muerto, otra vez en sus brazos:
- Toma, María, te lo devolvemos.
La Virgen se acuerda de cuando volvió de la fuente con el Niño en brazos.
- Tú me lo diste, Señor, pero ya sé que me lo diste para ellos. Sí, me lo diste para que se lo diera yo a ellos. Yo solo era la que estaba en medio, Señor... ¡Sí por esto iba yo a la fuente...

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