domingo, 22 de mayo de 2022

Una historia del Abbé Pierre

            (fundador de los Traperos de Emaús)

Paris, primera mitad del siglo XX. Un joven llama a la puerta de una iglesia. Sobre ella, un cartelón toscamente escrito: “Cualquiera que tenga necesidad, llame a esta puerta. Aquí vive un pobre hombre dispuesto a echar una mano a quien pueda necesitarlo”.

- Padre, venga conmigo -dice el joven al sacerdote que le abre-. Junto a mi casa un hombre ha intentado suicidarse. No está muerto todavía.

Al llegar, el Abbé Pierre, vio a un expresidiario. Había asesinado a su padre. Acababa de salir de la cárcel después de cumplir una condena de veinte años. Una vez en libertad, se preguntó a sí mismo esta pregunta: ¿a quién le importa que yo siga viviendo?
Y no encontró respuesta. Sin amigos, sin familia, acorralado por la desesperación, había escogido el camino fatal del suicidio.
El Abbé Pierre no le dijo lo de siempre: ‘Te voy a echar una mano. No te desesperes, siempre hay una puerta abierta para los que sufren’.
Todo lo contrario. Primero le auxilió para que no se desangrara. Luego lo agarró de las solapas de la chaqueta y le dijo:
- ¡Desgraciado! No puedo darte nada. Trabajo de noche por las madres abandonadas, por la gente sin techo, por los niños enfermos. Yo también estoy enfermo y no puedo más. ¿Quieres echar una mano a toda a esa gente que sí quiere vivir?
Aquel hombre no murió. Y no sólo siguió vivo, sino lo que es más importante: ¡sabía para qué tenía que vivir!

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