domingo, 23 de abril de 2023

El niño que perdió la “P” de Pascua

Érase una vez un niño que perdió la P de Pascua. Estaba muy triste porque precisamente esta letra le hacía mucha falta, ya que sin ella su Pascua no sería completa. La buscó por todas partes: bajo la cama, en los armarios, y al no encontrarla decidió ir a buscarla hasta el fin del mundo. Se puso en camino. No lejos de allí encontró un hombre era alto, fornido, arrogante y fumaba una pesada pipa de oro en forma de P. El niño le habló:
- Buen hombre tú que eres tan rico y poderoso ¿no me podrías dar la P de tu pipa?
- Largo de aquí desgraciado, respondió el hombre, qué haría yo sin esta P de poder, de poder de mando, de posibilidades política.- No, no; la quiero para mí.
El niño siguió andando y a poco vio un gran árbol, apoyada en el tronco había un hacha en forma de P. Ilusionado, el niño le pidió:
- Árbol, he perdido mi “P” ¿me podrías dar la tuya?
- No puedo, la necesito para que me poden las ramas secas y así pueda seguir creciendo y renovándome. No, mi “P” es de podar.
Más adelante se encontró con dos mujeres que regresaban del mercado cansadas arrastraban la “P” del peso de sus carros de la compra.
- Buenas mujeres ¿me querrían dar la “P” de vuestro peso?
- De ninguna manera, ni lo sueñes, muchacho, nuestras pes son las más pesadas, fíjate pasar bayeta, planchar, amasar la pasta del PAN, sacudir el polvo de los muebles. Son tareas penosas y pesadas. No, esas pes no son para ti.
Cansado de tanto andar el niño se sentó junto a un campo y vio que tenía una forma de gran “P” verde. Era la P de Prado.
- Dame tu “P”, Prado
- Mira chico, lo siento, pero no puedo, estoy esperando que broten las plantas y se llenen de pimpollos y flores. Ya ves, necesito de la P.
Decepcionado y triste, el niño decidió volver a casa. Estaba visto que con una excusa u otra, lo cierto es que nadie le quería dar su P. Pero de pronto vio venir un viejo, muy viejo, doblado bajo el peso de un gran paquete.
- Abuelo me podrías dar la P de ese paquete, te ayudaré a llevarlo.
El viejo se lo quedó mirando y le dijo:
- Eres un buen chico, quiero decirte una cosa: ves este paquete, pesa y pesa mucho porque está lleno de pes. Ahora voy a un lugar donde solo necesito una p, la de la paz permanente, todas las demás te las puedes quedar yo te las doy.
Entonces el niño metió las manos dentro del paquete y las sacó llenas de pes de todas formas y colores que fue lanzando al aire feliz y contento. Estaba la P de pensar en los demás, de pobreza de espíritu, de podar ramas secas, de paciencia, de perdón, de plegaria de penitencia, las pes iban cayendo como una lluvia bienhechora sobre el prado, el bosque, y sobre toda esa gente que había encontrado anteriormente.
Y todos cambiaron: el egoísta las repartía a manos llenas, las mujeres hacían su trabajo cantando, el Prado se cubrió de flores, el árbol apareció transformado.
En el fondo del saco el niño encontró una gran “P” luminosa y alegre como un domingo de Resurrección. Corrió a su casa y la colocó en su lugar, el corazón le daba brincos de alegría: ya era Pascua.

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