viernes, 5 de enero de 2024

La estrellita de los Reyes Magos

Hace mucho, mucho tiempo, unos sabios muy mayores que, en su país eran considerados como Reyes Magos, recibieron una noticia que les hizo partir de viaje.
En Belén, en un pesebre, había nacido el niño Jesús entre el calor de una mula y un buey. Muchos eran los pastores que le visitaba para darle su bienvenida al mundo.
Melchor, Gaspar y Baltasar, que así era como se llamaban, decidieron ir a visitar al pequeño. De él se decía que era el Rey de los judíos y sentían la necesidad de conocerle, pero ir con las manos vacías no les parecía bien y, si había nacido en un pesebre, necesitaría algo para poder vivir y seguir adelante.
Así es que los tres decidieron que cada uno le llevaría un regalo. Melchor, le llevaría algo de oro para que pudieran cambiarlo por lo que necesitara a lo largo de su vida; Gaspar, incienso para que su perfume le acompañase siempre y Baltasar le llevó mirra.
Los tres prepararon lo necesario para el viaje y montaron en sus camellos, rumbo al lugar donde el pequeño había nacido.
El viaje sería muy largo y el trayecto muy duro, pues tenían que recorrer muchos kilómetros por el desierto que, con su arena amarilla, parecía un gran mar de oro.
Todo iba según lo previsto, de cuando en cuando, paraban para comer y beber agua de sus cantimploras. De noche, usando su magia hacían una hoguera para calentarse y dormir junto a sus camellos de descansar y coger fuerzas hasta el día siguiente para seguir con su viaje.
Cuando apenas les quedaba un día para llegar a su destino, el camello de Melchor tropezó en una de las dunas y al caer salió todo por los aires, con tan mala suerte que, el cofre en el que había metido el oro para llevárselo al niño, quedó completamente vacío.
Al verlo caer, enseguida Gaspar y Baltasar ayudaron a su compañero a levantarse y buscar donde podía estar el oro perdido. Pero no era fácil, pues como la arena y el oro eran del mismo color amarillo, era casi imposible diferenciarlo. Además, con el viento moviendo la arena de un lado a otro, todavía era más difícil encontrarlo.
Buscando, buscando se les hizo de noche y tuvieron que parar a descansar y afrontar con fuerza los últimos kilómetros hasta llegar donde estaba el recién nacido.
Melchor estaba abatido, ¿Cómo iba a aparecer ante el niño sin nada que ofrecerle?
Gaspar y Baltasar intentaban consolarle, pero no había forma de convencerle que conseguirían la forma de encontrar algo que llevarle, al fin y al cabo, no dejaba de ser un niño y no le importaría mucho. Pero Melchor seguía tan preocupado que no se dio cuenta de que, cerca de donde estaban, había caído algo brillante.
Cuando los tres vieron lo sucedido fueron al lugar donde se veían los destellos brillantes que acababan de caer del cielo.
Una vez se acercaron, vieron que era una estrella fugaz. Con el viento se había desorientado y había caído, sin saber ahora donde se encontraba.
Los Reyes, con mucho cuidado, la cogieron entre sus manos y se la llevaron a donde iban a pasar la noche. Los tres siguieron con sus cosas, intentando buscar una solución al problema de Melchor, ya que había perdido el regalo.
De pronto oyeron una voz muy débil, casi como un susurro.
- ¿Qué regalo? ¿Quiénes sois? -preguntó la pequeña estrella.
– Pero, ¿puedes hablar? Preguntaron los tres Reyes a la vez.
– Claro, mi nombre es Estrellita e iba de camino a visitar a un pequeño niño que ha nacido en Belén, cuando el viento me arrastró y fui a caer donde me encontrasteis. Y, vosotros ¿Quiénes sois?
– Somos Melchor, Gaspar y Baltasar -se presentaron los tres sabios- y también vamos al mismo lugar. Solo que tuvimos un accidente y a Melchor se le cayó el regalo que llevaba para ofrecer al niño y no sabemos qué hacer para encontrarlo.
– ¿Qué era el regalo para que os tenga tan preocupados? –les preguntó Estrellita.
– Era un cofre de oro para que sus padres lo cambiasen por lo necesario para que al niño no le falte de nada –le respondió Melchor con tristeza.
– Por favor, llevadme con vosotros y tal vez os pueda ayudar –les pidió la pequeña estrella
– ¿Cómo podrías ayudarme? –preguntó Melchor con curiosidad.
– Creo que será más fácil de lo que piensas. Solo necesitarás llenar el cofre con un poco de arena del desierto y al llegar, cuando yo te lo diga, ábrelo.
Con mi brillo, la arena será de un color tan dorado que parecerá oro, y tu magia hará el resto. Así, tendrás un regalo para el pequeño Jesús.
Con la esperanza de que saliera bien lo que había pensado Estrellita, tanto el Rey Melchor como Gaspar y Baltasar, se fueron a dormir junto a sus camellos hasta que amaneció y prosiguieron el viaje.
Ya había anochecido cuando llegaron al portal. Por fin, después de tan largo viaje, Estrellita, en lo alto del cielo, y los Reyes Magos de Oriente, conocerían al pequeño por el que habían recorrido tantos kilómetros atravesando el desierto.
El pequeño Jesús, era un bebé que miraba con curiosidad todo lo que tenía a su alrededor.
Melchor, Gaspar y Baltasar se acercaron a ver al niño, abriendo los dos últimos sus cofres para mostrarle sus regalos. Mientras, el niño les miraba con una sonrisa en su pequeño rostro.
Al aviso de la pequeña Estrellita que miraba al niño desde el cielo, Melchor abrió su cofre y, tal y como le había dicho ella la noche anterior, su brillo se reflejó en la arena.
El interior del cofre parecía que estuviese cubierto de oro ante el destello que de él provenía. Fue entonces cuando, Melchor susurro unas palabras y, como por arte de magia, la arena que hasta entonces llenaba el cofre se convirtió en el oro que días antes, había perdido en el desierto.
Al ver la cara de asombro del niño, Melchor no dejaba de sonreír al mismo tiempo que Gaspar y Baltasar le miraban con un gesto de felicidad. Gracias a Estrellita, Melchor le pudo llevar su regalo al pequeño Rey. “
-Y colorín, colorado…- termina su madre.
– Este cuento se ha acabado. –acaba la frase Belén con una sonrisa.- Que bonito, mami. Me ha gustado mucho.
– Ahora a dormir, que ya se ha hecho tarde y tienes que descansar.-le dice su madre arropándola con cariño.
Belén se duerme enseguida, esperando soñar con esa pequeña estrella que salvó la navidad.

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