martes, 9 de enero de 2024

La nariz…

Mi hijo Paco no entendió que, de repente, me echase a llorar como una loca. Bajo un sol limpio de primavera descubrí una plantita mínima y no pude evitarlo. Asomaba tímida en el rincón en el que había jugado con mis hijos durante el invierno. Os cuento la historia desde el principio:
Ese año habíamos hecho un muñeco de nieve gigante. Le colocamos el chaleco de mi marido, la bufanda vieja de María y un sombrero de paja que rondaba por el trastero.
Mi hijo le puso de nombre «Pepón» y cada día le saludaba cuando se iba al colegio. Había sido él quien le había hecho una sonrisa con un palo.
Cuando empezó el deshielo… y Pepón se moría, mi hijo se ponía muy serio al cruzar el jardín. Se le llenaban los ojos de lágrimas. Nunca me dijo nada. Yo a él tampoco. Ante una situación triste, cuando es inevitable, basta con ser una buena compañía, es mucho mejor bálsamo que cualquier intento de consuelo. Yo le agarraba de la manita y caminaba despacito también.
Pasaron las semanas, el muñeco de nieve era solo un recuerdo. Y claro, yo no contaba con los milagros de mayo.
Estaba deseando volver a casa, decirle a Miguel que Pepón estaba vivo y que en el jardín había una plantita que salía de la zanahoria que pusimos en la nariz.
¡Pero cómo se lo podía explicar a Paco!

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