sábado, 1 de diciembre de 2018

El lenguaje y la intención


Un poeta que hablaba árabe fue a casa de un rey. El rey era turco y no sabía ni árabe ni persa. En alabanza del rey compuso el poeta en árabe un poema elocuente y se lo presentó al rey.
El rey estaba sentado en el trono; ante él, los miembros de los círculos allegados, compuestos de visires y emires como de costumbre. El poeta permaneció de pie y se puso a recitar el poema.
El rey, en cada pasaje que merecía su aprobación, movía la cabeza, y cada vez que había razones para asombrarse, lo miraba con aire maravillado, y cada vez que había motivos para ser humilde, prestaba atención. Los cortesanos estaban estupefactos:
- "Siendo así que nuestro rey no sabe una palabra de árabe, ¿cómo es que movía la cabeza en el momento oportuno? ¿acaso sabía el árabe y nos lo había ocultado durante años? ¿Ay, de nosotros, si alguna vez en tal lengua dijimos palabras descorteses sobre él!
El rey tenía un paje favorito. Los cortesanos se reunieron, le dieron un caballo, una mula y plata y se comprometieron a darle otros muchos presentes. Le dijeron:
- "Cuéntanos, ¿sabe el rey árabe, o no? Y si no lo sabe, ¿cómo podía mover la cabeza en el momento preciso? ¿Se debía esta oportunidad a un prodigio, o se debía a una inspiración?".
Un día, durante la caza, aprovechando el buen humor del rey, tras haber cazado una buena pieza, el paje le preguntó si sabía árabe. El rey se echó a reír y le dijo:
- "Dios es testigo de que no sé árabe, pero sí moví la cabeza y mostré admiración donde correspondía, fue porque la intención de aquel poema era clara".
Es evidente que aquel poema no era sino el fruto de la intención. Sin intención no se hubiera compuesto aquel poema.

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