viernes, 7 de diciembre de 2018

Un Toque del Cielo

               Tim Reynolds

Había sido un día desalentador. Los médicos nos habían dado la peor de las noticias. A nuestra hija, que acababa de pasar su primera intervención quirúrgica para extirpar un tumor en el cerebro y estaba siendo sometida a radioterapia, ahora se le daba oficialmente un dos por ciento de probabilidad de sobrevivir ya que este tipo de cáncer no tenía cura.
Mi esposa y yo decidimos llevar a nuestra hija a comer antes de seguir con nuestras conversaciones por la tarde. Fuimos a un restaurante local donde nos sentamos en silencio esperando a la camarera. Nuestra hija Molly no podía entender tal tristeza o silencio así que jugaba alegremente con papel y rotuladores mientras permanecíamos sentados mirando al suelo.
Observé a una pareja muy anciana sentada a poca distancia; ellos también estaban en silencio sin hablar una palabra. No pude menos que preguntarme qué problemas tendrían en sus vidas y si jamás habrían tenido que afrontar una noticia tan terrible sobre uno de sus hijos.
Pedimos nuestra comida y, todavía sentados en silencio, comimos lo que pudimos. En algún momento quedé intrigado por la anciana pareja y les observé más detenidamente. Pensé que no se habían hablado el uno al otro todavía y me pregunté si sería la paz que disfrutaban o la comida, o tal vez ambas. Sin embargo, perdí interés y me puse nuevamente a comer.
Molly todavía hablaba consigo misma y disfrutaba su comida y su madre y yo escuchábamos e intentábamos disfrutar de su presencia, pero no lo conseguíamos. De repente vi esta mano aparecer de la nada. Era enorme y podía verse que padecía artritis. Los nudillos estaban hinchados y los dedos torcidos y descolocados. No pude quitar mis ojos de esa mano. La mano se desplazó y aterrizó sobre la manita de mi hija de seis años y, al hacerlo, miré hacia arriba; era la anciana que había estado sentada con el anciano comiendo su menú en silencio.
La miré a sus ojos y ella habló, pero no a mí. Miró a mi hija y simplemente susurró:
- “Si pudiera hacer más por ti lo haría”. 
Y entonces sonrió y se alejó para encontrarse con su esposo que se dirigía hacia la puerta.
- “Hey, mirad, un dólar”. 
Molly habló emocionada al descubrir que la anciana había colocado un arrugado billete de un dólar en su mano. Miré y vi el billete de un dólar y rápidamente me di cuenta de que lo había dejado la anciana. Levanté la mirada para agradecérselo pero ya se había ido. Quedé anonadado, sin estar seguro de qué había pasado y entonces miré a mi esposa. Casi al unísono, nos sonreímos. La tristeza del día había desaparecido por la mano artítrica y toque generoso de una anciana.
El dólar, aunque emocionante para Molly, no fue lo que nos hizo sonreír o comenzar a sentirnos mejor; fue la dádiva de una anciana que sintió nuestro dolor y sufrimiento. La mano artítrica simbolizó un toque de amor y nos hizo darnos cuenta de que no teníamos que pelear esta batalla solos; que a otros les importaba y querían ayudar. Nos sentimos animados y pronto nuestro día se llenó de más pensamientos felices al dedicar el resto de nuestra comida a planear el día siguiente en casa con actividades divertidas para todos.
Nunca olvidaré esa artítrica mano que nos enseñó tal importante lección. Uno no tiene que ir por la vida afrontando dificultades solo; el mundo está lleno de gente compasiva y comprensiva. Aun aquellos que sufren sus propias aflicciones tienen mucho que dar.
La mano que tocó la de Molly aquel día todavía la cubre. Y aunque Molly ya no está con nosotros, puedo verla ahora de la mano con aquella anciana, ambas manos perfectas y ambos rostros llenos de sonrisas… Y aunque el Cielo tiene a estos dos perfectos ángeles ahora, las lecciones que ambas nos enseñaron permanecerán para siempre en mi corazón.

No hay comentarios:

Publicar un comentario