Cuentan de un
gigante que se disponía a atravesar un río profundo y se encontró en la orilla
con un pigmeo que no sabía nadar y no podía atravesar el río por su
profundidad. El gigante lo cargó sobre sus hombros y se metió en el agua.
Hacia la mitad
de la travesía, el pigmeo, que sobresalía casi medio metro por encima de la cabeza
del gigante, alcanzó a ver, sigilosamente apostados tras la vegetación de la
otra orilla, a los indios de una tribu que esperaban con sus arcos a que se
acercase el gigante.
El pigmeo avisó
al gigante, éste se detuvo, dio media vuelta y comenzó a deshacer la travesía.
En aquel momento, una flecha disparada desde la otra orilla se hundió en el
agua cerca del gigante, pero sin haber podido llegar hasta él. Así ocurrió con
otras sucesivas flechas, mientras ambos -gigante y pigmeo- llegaban la orilla
de salida sanos y salvos.
El gigante dio
las gracias al pigmeo, pero éste le replicó:
- Si no me
hubiese apoyado en ti, no habría podido ver más lejos que tú.
No hay comentarios:
Publicar un comentario