viernes, 27 de marzo de 2020

La casa de las ventanas doradas

Esta es la historia de un joven que vivía en el extremo remoto de un hermoso valle. Todas las mañanas, al salir el sol, veía al otro lado del valle una casa de hermosas ventanas doradas. Al verse los rayos reflejados del sol, desde el lado opuesto del valle, el joven los contemplaba con admiración y embeleso. Pensaba cuán hermoso sería vivir en un lugar de tanta elegancia y esplendor. Luego miraba las ventanas empañadas de su humilde habitación, y sentía la abrumadora carga del desánimo.
Día tras día, al ponerse el sol y pensar en la desventaja de sus circunstancias, más y más aumentaba su disconformidad.
Por último, llegó a ser tan fuerte su anhelo de vivir al otro lado del valle, que no pudo resistir su empuje. Decidió abandonar la casa donde había nacido y buscar una vida nueva en el extremo contrario del valle en la bella casa de ventanas doradas.
Emprendió el viaje al día siguiente muy temprano, y todo el día se esforzó por seguir adelante. Al acercarse al otro lado del valle, empezó a buscar su bella casa, ¡pero qué chasco tan grande se llevó al no poder hallarla en ninguna parte! Como si hubiese intervenido algún poder mágico, la casa de las ventanas de oro había desaparecido.
El sol estaba a punto de ponerse y pronto oscurecería; se hallaba lejos de casa, estaba cansado y solo, tenía hambre y temor. Decidió sentarse para descansar y decidir que habría de hacer. Al hacerlo, volvió la cara y miró hacia el lado opuesto del valle y el largo camino que había recorrido. Apenas podía creer lo que vieron sus ojos. ¡Allá, bañada por la luz del sol poniente se reflejaba una hermosa luz dorada! Y he aquí, lleno de sorpresa, descubrió que su propia habitación era la casa de las ventanas de oro.

Esta historia nos lleva a pensar en cómo vivimos la realidad de nuestra vida, cuánto agradecemos a Dios. Si miramos a nuestro alrededor, nos daremos cuenta de cuan bendecidos somos y cuantas cosas tenemos. Que seamos agradecidos en todo, que esto es lo que agrada a Dios.
“Quien no se siente agradecido por las cosas buenas que tiene, tampoco se sentirá satisfecho con las cosas que desearía tener. El que no aprende el idioma de la gratitud no podrá dialogar con la felicidad.”

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