lunes, 27 de abril de 2020

Abandonar la iglesia


En una bella ciudad, había una gran parroquia llena de vitalidad.
Una mañana el sacerdote recibió una visita inesperada. Se trataba de un joven de la parroquia que venía a darle una mala noticia:
- He decidido abandonar la Iglesia, padre.
- ¿Y eso? -preguntó el cura, asombrado.
El muchacho comenzó a enumerar todas las cosas que veía mal: que si este critica, que si esa es una hipócrita, que los responsables son una panda de víboras...
- Así no se puede, padre, no aguanto más -sentenció el joven- Así que me voy.
- Antes de marcharte, ¿puedes hacer una cosa? -preguntó el sacerdote sonriente- Coge un vaso, llénalo de agua hasta arriba, da siete vueltas alrededor del templo y, después, vuelve.
El joven lo hizo. Al cabo de un buen rato, llegó de nuevo a la sacristía.
- ¿Se te ha caído el agua?
El joven sonrió ufano:
- Sabía que ibas a preguntarme eso... ¡No se me ha caído ni una gota!
- ¿Seguro?
- ¡Por supuesto! He ido con muchísimo cuidado.
- Magnífico -sonrió el sacerdote- Y, dime... ¿a quién has visto mientras caminabas?
El muchacho se quedó bloqueado.
- Eh... pues... Iba tan concentrado mirando el vaso, que no he visto nada más...
- Exacto -susurró el cura- del mismo modo, solo es cuestión de que centres tu atención, no en los fallos de los demás, sino en Jesucristo...

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