viernes, 3 de septiembre de 2021

Fábulas de la antigua China-2

De cómo el viejo tonto removió las montañas

Las montañas Taihang y Wangwu tienen unos setecientos li de contorno y diez mil ren de altura.
Al norte de estos montes vivía un anciano de unos noventa años al que llamaban El Viejo Tonto. Su casa miraba hacia estas montañas y él encontraba bastante incómodo tener que dar un rodeo cada vez que salía o regresaba; así que, un día, reunió a su familia para discutir el asunto.
- ¿Y si todos juntos desmontásemos las montañas? –sugirió–. Entonces podríamos abrir un camino hacia el Sur, hasta la orilla del río Hanshui.
Todos estuvieron de acuerdo. Sólo su mujer dudaba.
- No tienen la fuerza necesaria, ni siquiera para desmontar un cerrejón –objetó–. ¿Cómo podrán remover esas dos montañas? Además, ¿dónde van a vaciar toda la tierra y los peñascos?
- Los vaciaremos en el mar –fue la respuesta.
Entonces el Viejo Tonto partió con sus hijos y nietos. Tres de ellos llevaron balancines. Removieron piedras y tierra y, en canastos los acarrearon al mar. Una vecina, llamada Jing, era viuda y tenía un hijito de siete u ocho años; este niño fue con ellos para ayudarles. En cada viaje tardaban varios meses.
Un hombre que vivía en la vuelta del río, a quien llamaban El Sabio, se reía de sus esfuerzos y trató de disuadirlos.
- ¡Basta de esta tontería! –exclamaba–. ¡Qué estúpido es todo esto! Siendo tan viejo y débil no serás capaz de arrancar ni un puñado de hierbas en esas montañas. ¿Cómo vas a remover tierras y piedras en tal cantidad?
El Viejo Tonto exhaló un largo suspiro.
- ¡Qué torpe es usted! –le dijo–. No tienes ni siquiera la intuición del hijito de la viuda. Aunque yo muera, quedarán mis hijos y los hijos de mis hijos; y así sucesivamente, de generación en generación. Y como estas montañas no crecen, ¿por qué no vamos a ser capaces de terminar de removerlas?
Entonces El Sabio no tuvo nada que responder.

La sospecha
Un hombre perdió su hacha; y sospechó del hijo de su vecino. Observó la manera de caminar del muchacho –exactamente como un ladrón. Observó la expresión del joven –idéntica a la de un ladrón. Observó su forma de hablar –igual a la de un ladrón. En fin, todos sus gestos y acciones lo denunciaban culpable de hurto.
Pero más tarde, encontró su hacha en un armario. Después, cuando volvió a ver al hijo de su vecino, todos los gestos y acciones del muchacho le parecían muy diferentes de los de un ladrón.

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