viernes, 3 de septiembre de 2021

Publicano

             José María R. Olaizola, sj

Pensaba que todo podía, que yo me bastaba, que siempre acertaba,
que en cada momento vivía a tu modo y así me salvaba.
Rezaba con gesto obediente en primera fila,
Y una retahíla de méritos huecos era solo el eco de un yo prepotente.
Creía que solo mi forma de seguir tus pasos era la acertada.
Miraba a los otros con distancia fría porque no cumplían tu ley y tus normas.
Me veía distinto, y te agradecía ser mejor que ellos.
Hasta que un buen día tropecé en el barro, caí de mi altura,
me sentí pequeño, descubrí que aquello que pensaba logros era calderilla.
Descubrí la celda, donde estaba aislado de tantos hermanos por falsos galones.
Me supe encerrado en el laberinto de la altanería.
Me supe tan frágil… y al mirar adentro tú estabas conmigo.
y al mirar afuera, comprendí a mi hermano, supe que sus lágrimas,
sus luchas, y errores, sus caídas, y anhelos, eran también míos.
Tan solo ese día mi oración cambió.
Ten compasión, Señor, que soy un pecador.

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