sábado, 3 de junio de 2017

El hacha perdida (la tiranía de los prejuicios)

Cuenta una historia popular que una fría mañana de otoño, un granjero fue a cortar leña para encender el fuego de la cocina de su cabaña. Buscó y rebuscó, pero no encontró su hacha.
Disgustado, se puso a pasear por sus tierras, hasta que vio a un joven alto y con aspecto huraño en su valla. Era el hijo del vecino.
El granjero se fijó en sus ojos oscuros y en su expresión ausente. “¡Él es el ladrón!’’, pensó. Cuando hizo ademán de acercarse, el joven se apartó de la valla y cruzó sus anchas manos a la espalda. “Sólo un ladrón actuaría de esta manera’’, reflexionó el granjero.
Poco a poco, el joven se alejó de la valla y volvió al sendero que le llevaba a su propia casa. “Camina silenciosamente, al igual que haría un ladrón’’, siguió pensando el granjero, cada vez más furioso. “Nunca me ha gustado ese chico’’, prosiguió. “Seguro que estaba espiando mis movimientos para ver qué más me podía robar… ¡maldito sea!’’.
La rabia del granjero iba en aumento. Preocupado por si el joven había sustraído alguna otra de sus posesiones, se dedicó a revisar cada granero y cada rincón del lugar. Tras varias horas de paseo, regresó cansado hacia la cabaña. Estaba tan alterado que pensaba en ir a la policía a denunciar el robo, a pesar de la buena relación que mantenía con su vecino.
Justo cuando se había decidido a tomar medidas drásticas, percibió un brillo plateado en el suelo, al lado de uno de sus árboles frutales. Incrédulo, se acercó a ver de qué se trataba. Y para su asombro encontró su hacha apoyada en el tronco.
Al día siguiente volvió a encontrarse con el hijo de su vecino. Observó sus grandes ojos oscuros y su sonrisa cercana y agradable. Caminaba pausadamente, y le gustaba cruzar las manos en la espalda. No había nada de sospechoso en su persona o en su conducta.
El granjero le saludó y el joven le respondió, alegre. Y el granjero pensó, para sus adentros: “Todavía no sé cómo pude pensar que era un ladrón’’.

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