Sin detenerse, ni mirar para atrás, los vendedores siguieron corriendo y apenas alcanzaron a subirse al avión… todos menos uno. Este se detuvo, respiró hondo, y experimentó un sentimiento de compasión por la dueña del puesto de manzanas. Le dijo a sus amigos que siguieran sin él y le pidió a uno de ellos que al llegar llamara a su esposa y le explicara que iba a llegar en un vuelo más tarde. Luego regresó a la terminal y se encontró con todas las manzanas tiradas por el suelo.
Su sorpresa fue enorme al darse cuenta de que la dueña del puesto era una niña ciega. La encontró llorando, con enormes lágrimas corriendo por sus mejillas. Tanteaba el piso, tratando en vano de recoger las manzanas, mientras la multitud pasaba vertiginosa y sin detenerse; sin importarle su desdicha.
El hombre se arrodilló con ella, juntó las manzanas, las metió en la canasta y le ayudó a ordenar el puesto nuevamente. Mientras lo hacía, se dio cuenta de que muchas se habían golpeado y estaban estropeadas. Las tomó y las puso en una bolsa. Cuando terminó, sacó su cartera y le dijo a la niña:
– Toma, por favor, estos 50 dólares por el daño que hicimos. ¿Estás bien?
Ella, llorando, asintió con la cabeza. Él continuó, diciéndole:
– Espero no haber arruinado tu día.
Conforme el vendedor empezó a alejarse, la niña le gritó:
– Señor… espere…
Él se detuvo y se volvió a mirar. Ella continuó:
– ¿Es usted Jesús…?
Él se paró en seco y dio varias vueltas, antes de dirigirse a abordar otro vuelo, con esa pregunta quemándole y vibrando en su alma:- ¿Es usted Jesús?
Y a ti, ¿la gente te confunde con Jesús? Porque ese es nuestro destino, ¿no es así? Parecernos tanto a Jesús, que la gente no pueda distinguir la diferencia. Parecernos tanto a Jesús, conforme vivimos en un mundo que está ciego a su Amor, a su Vida y a su Gracia.
Si decimos que conocemos a Jesús, deberíamos vivir y actuar como lo haría Él. Conocerlo es mucho más que citar los Evangelios e ir a la Iglesia. Es, en realidad, vivir su palabra cada día.
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