domingo, 19 de noviembre de 2017

Día de inventario

Aquel día lo vi distinto. Tenía la mirada enfocada en lo distante. Casi ausente. Pienso ahora que tal vez presentía que ese era el último día de su vida. Me aproximé y le dije: 
– ¡Buenos días, abuelo! Él siguió en silencio. Me senté junto a su sillón y después de un misterioso instante, exclamó: 
– ¡Hoy es día de inventario, hijo! 
– ¿Inventario? -pregunté sorprendido. 
– Si... ¡El inventario de las cosas perdidas! -me contestó con cierta energía y no sé si con tristeza o alegría. Y prosiguió: 
– En el lugar de donde yo vengo las montañas desafían el cielo como puntiagudas lanzas. Siempre tuve deseos de escalar la más alta, nunca lo hice, no tuve tiempo ni la voluntad suficiente para sobreponerme a mi dejadez. Recuerdo también a Mara, aquella chica que amé en silencio durante cuatro años, hasta que un día se marchó del pueblo, sin yo saberlo. ¿Sabes algo? También estuve a punto de estudiar ingeniería, pero mis padres no pudieron pagarme los estudios. Además, el trabajo en la carpintería de mi padre no me permitía viajar. ¡Tantas cosas no concluidas, tantos amores no declarados, tantas oportunidades perdidas!
Luego, su mirada se hundió aún más en el vacío y se humedecieron sus ojos. Y continuó: 
– En los treinta años que estuve casado con Rita, creo que sólo cuatro o cinco veces le dije: "Te amo". 
Después de un breve silencio, regresó de su viaje mental y mirándome a los ojos me dijo: 
– Este es mi inventario de cosas perdidas, la revisión de mi vida. A mí ya no me sirve. A ti sí. Te lo dejo como regalo para que puedas hacer tu inventario a tiempo.
Y luego, con cierta alegría en el rostro, continuó con entusiasmo y casi divertido: 
– ¿Sabes qué he descubierto en estos días? 
– ¿Qué, abuelo? 
Aguardó unos segundos y no contestó. Sólo me interrogó de nuevo: 
– ¿Cuál es el pecado más grave en la vida de un hombre? 
La pregunta me sorprendió y sólo atiné a decir, con inseguridad: 
– No lo había pensado. Supongo que matar a otros seres humanos, odiar al prójimo y desearle mal. ¿Tener malos pensamientos, tal vez? Su cara reflejaba una negativa. Me miró intensamente, como marcando el momento y en tono grave y firme me señaló: 
– El pecado más grave en la vida de un ser humano es el pecado de omisión. Y lo más doloroso es descubrir las cosas perdidas sin tener tiempo para encontrarlas y recuperarlas.
A los pocos días regresé temprano a casa, después del entierro del abuelo, para realizar de forma urgente mi propio inventario de las cosas perdidas. 

Expresar nos deja muchas satisfacciones, así que no tengas miedo, y procura hacer lo que sabes que es bueno... antes de que sea demasiado tarde. Dile a esa persona: "Te amo, perdóname, me equivoqué”. Dile a Dios: “Me arrepiento, Señor, por favor perdóname".

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