domingo, 23 de diciembre de 2018

Las cuatro velas de Adviento


A mi madre, que no solo nos trasmitió la Esperanza, también nos llenó de alegría, de fe y de amor. ¡Felicidades, mamá, en tu 90 cumpleaños!

Por fin había llegado el último domingo de Adviento y en la casa lucían las cuatro velas de la Corona de Adviento, colocada sobre la mesa del comedor como cada año.
Ya era tarde, cerca de la media noche y en ese momento reinaba un silencio absoluto en la sala, y tal era el silencio, que se podía oír hablar, aunque muy bajito, a las velas.
La primera vela, la que más tiempo llevaba ardiendo, lanzó un profundo suspiro y con tristeza dijo
- Me llamo PAZ. Mi luz brilla, pero los hombres no viven en paz. Ellos no me quieren-
Y la vela empezó a perder poco a poco intensidad, hasta que terminó apagándose.
La segunda vela dijo entonces
- Yo soy la luz de la FE, pero veo que aquí estoy de más. Los hombres ya no creen más que en cosas materiales, banales y en los divos y diosecillos de moda del momento. Ya no tiene sentido que siga encendida.
Y poco a poco se fue apagando. La tercera vela dijo con voz mustia y apagada
- Yo soy el AMOR, y ya no tengo fuerzas para seguir luciendo. Los hombres me han echado a un lado, solo se fijan y piensan en sí mismos y no en los demás, sin darse mutuamente cariño y amor.
Y al momento también se apagó.
En ese momento entró el pequeño de la casa cantando alegre en la habitación, para ver por última vez en la noche las velas de la corona encendidas y... mirando, primero asombrado y luego entristecido, dijo con voz apesadumbrada
- Pero bueno, ¿qué os pasa velas?, vosotras tenéis que lucir y no iros apagando poco a poco una a una
Al niño se le asomaron las lágrimas en los ojos y, a punto de llorar, se oyó decir a la cuarta vela con voz tranquila, firme y segura:
- ¡No tengas miedo! Mientras yo luzca y esté encendida nada está perdido, pues podremos encender nuevamente a las otras velas, pues mi nombre es... ESPERANZA.
Entonces sonrió el niño y cogiendo una cerilla apagada que había encima de la mesa, la acercó a la vela encendida, la que se decía llamar Esperanza, la prendió y acercándola una a una a las otras tres velas, consiguió que todas volviesen a arder y lucir, quizás con más fuerza y brillo que antes.

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