Leo J. Trese, “Vasija de barro”
Era
un hombre pequeño, de cara redonda y trabajaba como representante comercial del
ramo de los extintores. Yo no necesitaba ninguno y estaba a punto de salir para
jugar un partido de golf. Le dije caballerosamente que no necesitaba nada, pero
él insistía en entrar: “será cosa de un minuto...”
-
¿No le he dicho que no me interesa? No necesito nada, es inútil que perdamos el
tiempo, váyase.
Se
volvió, dio un portazo y vi que bajaba las escaleras.
Entonces
fue cuando vi el remiendo en la espalda de su abrigo, sus suelas comidas y que
necesitaba un buen corte de pelo. Me impresionó el pequeño remiendo: éste, y la
gracia de Dios. Renuncié a la cita de golf (me pareció que iba a llover), lo
llamé y traté de mostrarme como un caballero, dándole mis excusas. Vio lo que
teníamos en casa y comprendió que estábamos bien abastecidos. Luego, mientras tomamos
café, charlamos un rato. Me dijo que vivía en un estado próximo, con su mujer y
cuatro hijos. Que su mujer era católica y que él estaba aprendiendo el
catecismo para ser bautizado pronto. (¡Qué vergüenza sentí!). Tímidamente le
puse un rosario en sus manos.
Desde
entonces soporto mucho mejor a los representantes. Cada vez que mi natural
impaciencia se agitaba no tengo nada más que invocar aquel remiendo.
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