lunes, 17 de febrero de 2020

La herencia del anciano


Pulguita, había sido muy trabajador. Ahora, incapacitado, pasaba los días en casa de sus hijos, ya casados, un mes en casa de cada uno. Para eso les había repartido todos sus bienes. Y les daba cierta mensualidad que recibía de un hermano de Argentina. Pero la ‘carga’ se fue haciendo pesada, más cuando la mensualidad del tío no llegaba.
Decidieron llevar al viejo en un asilo, alegando mil pretextos: la carestía de la vida, cosechas pobres, atender a los hijos…
Las lágrimas corrían por el arrugado rostro del anciano, por la ingratitud de los hijos. Al llegar el día de la partida, el señor Pulguita, estrechó la mano de muchos vecinos emocionado y lloroso. Estaba ya subiendo al coche que lo llevaría a la ciudad, cuando llegó corriendo, el vice prefecto del pueblo:
- ¡Pulguita! ¡Espere! Le traigo la felicidad. El cartero acaba de entregarme este oficio del consulado… Dicen que su hermano murió y le dejó una gran herencia.
- ¡Queridísimo padre!, gritaron los hijos y las nueras. Ya no irás al asilo, no hay motivo; venga a nuestra casa.
Pero él subió al coche ayudado por sus amigos. Se enderezó y dijo:
- Hijos míos, esto no cambia mi decisión. Me voy al asilo. Las buenas hermanas y los viejos abrieron sus brazos para recibirme cuando era pobre. Ahora, no es justo que los desprecie por unos millones. Ese dinero será para ellos y para los infelices que, como yo, sean expulsados de casa por hijos ingratos. Adiós.

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