Como cada
tarde, el león duerme la siesta. No soporta que nadie le moleste mientras lo hace.
Pero hoy, un ratón travieso se le pasea por encima de la barriga. El león se
despierta:
- Grrrr...
¿Quién osa despertarme? -ruge el león
- Oh, perdona,
rey de la selva, yo... -contesta el ratón.
- ¿Acaso no sabes
que cuando me despiertan tengo un hambre terrible? -amenaza el león. Soy capaz
de comerme lo primero que se me ponga por delante.
- No me comas,
por favor. No quería molestarte. Déjame ir. Quizá algún día pueda serte útil -dice
el ratón asustado.
- ¿Tú? No hay
nadie más fuerte que yo. ¿Cómo va a ayudarme alguien tan pequeño como tú? Anda,
vete y no me molestes más.
- Pasados unos
días, el león sale de caza para pasar el rato. Ve una cebra y la persigue.
Pero, de repente, cae dentro de una trampa de la que no puede salir.
- ¡Qué torpe he
sido! ¡He caído en la trampa de un cazador!
- ¿El cazador
cazado? -dice una voz aguda desde fuera.
- ¿Quién es? -dice
el león.
- Soy el ratón
¿Quieres que te ayude?
- ¿Y cómo me
puedes ayudar a salir de aquí?
- Puedo roer
las cuerdas y liberarte -contesta el ratón.
Y dicho y
hecho. El ratón empieza a roer las cuerdas que atrapan al rey de la selva hasta
que consigue liberarlo.
- ¡Ya está! ¡Eres
libre! -dice el ratón.
El rey de la selva
sale de la red y da las gracias a su compañero.
- Ahora sé que
no soy tan fuerte como pensaba. Me has salvado utilizando tan sólo tus pequeños
dientes. ¡Gracias amigo!
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