lunes, 12 de octubre de 2020

“Serás, serás, serás…”

El joven Francesco Zazzera, estudiaba Leyes; era apuesto, de gran ingenio y poseía el aspecto de todo un caballero, ganándose con ello la simpatía de muchos. Creído de gran talento y de óptimas cualidades, se auguraba a sí mismo una brillante carrera como abogado y una excelente fama en la ciudad de Roma. Una tarde, mientras conversaba con sus amigos sintió hablar por casualidad del Padre Felipe Neri, de sus andanzas y sermones; escuchaba con atención lo que se narraba acerca de él y, lleno de curiosidad, resolvió dirigirse hacia San Girolamo della Caritá. Una vez allí pudo escuchar el sermón y quedó, como muchos, grandemente edificado; luego de la homilía y para su sorpresa, el Padre Felipe se acercó hasta él y abrazándolo como a un hijo, exclamó:
– Mi buen amigo, ¿cómo te llamas?
– Francesco Zazzera… –le respondió el joven asombrado.
– ¿Y a qué te dedicas? –replicó el santo.
– Soy estudiante de Leyes –dijo el joven.
– Querido Francesco ¡qué afortunado eres! ¡Feliz de ti! Ahora estudias… pero ¡luego serás doctor en Leyes…! ¡Bravo! Luego comenzarás a ganar una buena suma… luego serás alguien importante… un gran hombre de negocios… Me mirarás desde arriba… Serás… serás… serás… ¡Feliz de ti, oh Francesco!… ¡Feliz de ti…!
El joven estudiante escuchaba con gran orgullo las palabras del santo, pensando que estaba hablando en serio. Sonreía por el hermoso pronóstico que le auguraba el santo sacerdote. Había ido a curiosear y el santo le pronosticaba, frente a todos, un futuro de gloria.
Sin embargo, interrumpiendo las alabanzas, San Felipe se le acercó al oído y le susurró suavemente:
– Serás… serás… serás… –y poniéndose serio, con acento compasivo agregó– ¿Y luego, qué? ¿Y después de todo esto, qué…?
El joven, que no se esperaba esta conclusión, se turbó de tal manera que debió retirarse de su presencia. Esa noche le fue imposible dormir; sentía una y otra vez aquellas palabras en su alma: “¿Y luego qué?…”; “¿y luego qué?…”; “¿y luego qué?…”.
Todo lo que había soñado era vano. “¿Y luego qué?”.
Al día siguiente, armado de valor, volvió junto al santo para pedirle consejo.
No quería perder más tiempo: se había dado cuenta de la levedad del ser y de la vanidad del mundo. San Felipe no tardó en aconsejarlo y después de un tiempo el joven vanidoso decidió abrazar la vida religiosa llegando a ser uno de los discípulos más queridos del Santo de la alegría.

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