domingo, 27 de diciembre de 2020

El asedio de Weinsberg

Démosle a la palanca apropiada de la máquina del tiempo y vaya casi mil años atrás, hasta 1140, en tiempos del tiránico emperador Conrado III, cuando el Sacro Imperio Germánico se encontraba afectado por las cruentas luchas entre güelfos y gibelinos.
Conrado III había sitiado la pequeña ciudad bávara de Weinsberg, que se resistía a rendirse. Como medida desesperada, el emperador desvió el curso del río que proporcionaba agua a la ciudad, y también impidió el paso de aves sobre el lugar, a fin de que los habitantes de Weinsberg murieran de hambre y de sed.
Los habitantes de Weinsberg aceptaron su derrota, y prometieron rendirse si recibían un trato benevolente, tal y como explica Gregorio Doval en su libro Fraudes, engaños y timos de la historia:
Conrado III accedió a respetar la vida de las mujeres de la ciudad, permitiendo que se marcharan con todo lo que pudieran llevar consigo.
Cuando al día siguiente se abrieron las puertas de la muralla, las mujeres salieron en largo cortejo, pero dejaron atónito al emperador, pues no iban cargadas con sus posesiones, como él esperaba. Cada mujer llevaba en su espalda el peso de su marido, hijo o padre.
El emperador quedó tan sorprendido por tanta nobleza que perdonó la vida a todos los habitantes de Weinsberg. 

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